Javier Ojeda: «Peor que los músicos sólo están los periodistas»
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Define su espectáculo como «mambópera», porque no es la mera representación de sus nuevas canciones en un escenario. «Lo convertimos en un barrio, con sus heavis, sus macarras y sus señoras garrulas. Hay, por supuesto, las canciones, pero también un libreto hilarante escrito por un dramaturgo», cuenta Javier Ojeda, el que fuera y sigue siendo cantante de Danza Invisible, sobre su proyecto en solitario, ese que le da oxígeno a su infatigable vena creativa. Hoy, en la Sala Clamores, presenta el disco «Barrio de la Paz», en el que Ojeda pone ritmos latinos, jazz, swing o chá chá chá a canciones con fondo satírico. «Lo concebí como un homenaje a las orquestas de pueblo, que son, yo creo, muy importantes y dignas; y al mismo tiempo posee una perspectiva del sur de España. Como una América andaluza».
-Su disco tiene algo de crónica periodística, como si estuviera escrito a pie de calle.
–Me considero periodista frustrado, me parece, porque me gustan las profesiones abocadas al fracaso. Según las últimas encuestas, esos son los periodistas y los leñadores.
-Bueno, los músicos no están muy boyantes últimamente, no fastidie.
-Bueno, pero un poco mejor que vosotros. Cobramos una mierda aunque me pongo a pensar y los músicos de Málaga tienen muchos hoteles de la costa y seguro que se sacan buenas perras. Pero los periodistas, si viven, gracias.
-Empezamos bien. Menos mal que su disco parece hecho para olvidar problemas.
-Estamos rodeados de negatividad absoluta y me pedía el cuerpo algo muy «happy» pero sin ser iluso. La sociedad española sólo puede retratarse a través del esperpento. Por eso canto que quiero dejar atrás los problemas como la maldita hipoteca y la letra del coche. Es la liberación que nos podemos permitir, al menos: cantarlo. Luego me di cuenta de que en los países más pobres del mundo, en Latinoamérica o en África, la música es muy feliz.
-Tiene un poco de aire de chirigota su álbum.
-Son tiempos propicios para la canción protesta por el lugar al que nos han llevado. Y eso está muy bien, pero lo importante es que sea canción, porque la protesta ya la llevamos dentro todo el día. Creo que en ese sentido se hacen canciones con mensajes que no entiendo: por ejemplo, la de Amaral, con todos los respetos, que ha llamado tanto la atención, es valiente y sincera, pero no me gusta el tema, me parece que no la puedo cantar. Como canción, es facilona. Y un caso contrario es el de mi paisano, el Canca, que ha dedicado una a desobedecer, pero con gracia. «Los prohibidores a prohibir y nosotros, a desobedecer», dice. Tiene muchísimo sentido del humor, porque no llama a la revolución pero dice que hay que mearse en la tapa y hacer el pino ciego de vino. Eso me gusta.
-En el álbum le canta a un camarero. ¿Hay algo peor que uno ineficiente, de esos que no se enteran de nada?
–(Risas) Buena apreciación. Creo que sí, puede que sea peor un cliente borracho e impaciente.
-Después de una carrera tan larga, que ha estado en la cresta de la ola, ¿qué le pide a la música?
-Mi ambición es seguir siendo músico hasta que el cuerpo me aguante. En este mundo del rock hay dos tipos de músicos: los que se rinden y los que lo llevan en la sangre. Me vaya mejor o peor, yo vivo y pienso en la música y me compro discos todas las semanas.
-O sea, que es usted esa persona que compra y que sale en las estadísticas muy sola y muy pequeñita.
-Sí... (risas) es que hay compañeros que no paran de quejarse, que dicen que todo es una ruina y que sacar un disco ¿para qué? ¿para que te perdonen la vida? Pues tienen razón, pero yo siento la necesidad de seguir grabando trabajos y además porque no quiero ser esclavo de mi repertorio antiguo toda la vida. Ese es el final del músico.
-¿Le llena su oficio?
-Coño, más que nunca. A lo largo de estos años he hecho más cosas que en todos los noventa.
-Pues con Danza Invisible llegaron a lo más alto.
-Sí, pero hubo una temporada en la que la banda bajó de popularidad y nos metimos en la rutina rara de componer, grabar, y girar bajo las órdenes y la dirección de la compañía. Un círculo vicioso que precedió a la descomposición de la industria del disco. Y nos fuimos a tiempo del sello, cuando querían meterse a controlar todo de nosotros, incluso el caché. Y cuando me liberé de eso, vi que podía organizarlo todo. Y hemos hecho centenares de cosas, no he parado de trabajar en este tiempo. Antes no me veía capaz de hacerlo por mí mismo.
-Así que frenar con Danza Invisible no fue un abismo.
-No, si seguimos tocando con Danza. Pero nos lo tomamos de otra manera. A la gente le confunde, ya lo sé. Aunque seguimos haciendo conciertos todo el año. En la banda somos amigos del alma, sin embargo, por circunstancias, hace tiempo que no grabamos discos. Salimos a tocar las canciones clásicas y muchísima gente nos sigue. Pero luego tengo mi carrera en solitario y eso me evita estar pensando: «Joder, otra vez a tocar las mismas canciones».
-¿Terminó hasta el gorro de algún tema, como de «Sabor de amor»?
-Absolutamente. Pero luego te das cuenta de que sigues ahí gracias a como ésa.
-¿Y ahora, cuando la tiene que tocar?
-Pues es que la banda sigue sonando como un cañón, pero parece mentira que la gente siempre te pide las mismas, los cuatro clásicos de siempre. Ahí es donde entra nuestra tarea, la de burlar a la obligación. Sé que tengo que tocar «Sabor de amor» sí o sí, por eso, lo que hacemos es tocarla de cuatro maneras diferentes.
-Parece más feliz ahora, con proyectos quizá más modestos.
-Sin duda, pero los años gloriosos de Danza Invisible fueron maravillosos.
-Se ha autoeditado el álbum. ¿No le llamaron discográficas o es que usted no tenía interés en ellas?
-Bueno, las compañías no te dan nada... con el anterior álbum, recuperé los gastos del disco. Las discográficas son como un banco. Es como ir a pedir un crédito. Y, aunque lo editase, por ejemplo, la Sony, no van a poner las canciones en la radio. Lo que suena en la radio española es la peor de Europa.