Kauffman, dueño y señor
Crítica de ópera / Festival de Pascua de Salzburgo. «Cavalleria rusticana» de Mascagni. Voces: J. Kaufmann, L. Monastyrska, A. Maestri, A. Stroppa, S.Tocyska. «Pagliacci», de Leoncavallo. Voces: J. Kaufmann, M. Agresta, D. Platanias, T. Akzeybek, A. Arduini. Director de escena: P.Stölzl. Director musical: C.Thielemann. Sächsischer Staatopernchor Dresden, Salzburger Bachchor. Orquesta Staatskapelle Dresden. Grosses Festspielhaus. Salzburgo, 28-III-2015.
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Pocas veces ha habido tanta expectación en el Festival de Pascua salzburgués como en esta edición. Dos eran las razones: el debut de Jonas Kaufmann en el doblete «Cavalleria» y «Pagliacci» y Thielemann dirigiendo verismo. Una y otra razón han quedado subordinadas a la visión escénica de Philipp Stölzl, director muniqués que alterna el cine con el videoclip y la ópera. Es cierto que imágenes cinematográficas ya se han introducido en ópera. Así resultó espectacular en Pekín la obertura de Giancarlo del Monaco para «El holandés errante», con la llegada del barco luchando contra una tormenta en imágenes que acababan fundiéndose con la nave real del escenario. Sin embargo, nunca se habían unido tanto como en la nueva producción salzburguesa para las dos obras veristas. Stölzl concibe el enorme escenario como una pantalla con 3 x 2 cuadros. En cada una de esos seis mini escenarios suceden cosas: en unas acciones reales, en otras sus imágenes en primeros planos. Algunos de éstos, con Kaufmann de protagonista, no resultan nada fáciles para un actor, como se lo hubieran podido preguntar a Greta Garbo tras «Cristina de Suecia». Obviamente exige un gran trabajo actoral. La idea funciona muy bien en «Pagliacci», que se llena además de colorido circense. Sin embargo, Stölzl quiere aprovechar el mismo concepto en «Cavalleria», y aquí naufraga.
Historia de una escalera
A fin de no ser reiterativo y dejar la explosión de colorido para Leoncavallo, comienza con un Mascagni en blanco y negro que aleja totalmente escena y música, esa música llena de luz mediterránea. Es más, la acción contradice con frecuencia el libreto, desarrollándose fundamentalmente en un bloque de apartamentos, salvo en la escena de la fachada de la iglesia. Aquellas seis divisiones del escenario representan «soluciones habitacionales» en donde viven Lola y el gánster Alfio, mamma Lucia o un Turiddu que casi parece cohabitar con Santuzza. Más que «Cavalleria» se asemeja a la «Historia de una escalera» de Buero Vallejo, ya que incluso hay escenas en los rellanos de de la comunidad. Al final del experimento queda una reflexión malvada: ¿Por qué pagar 600 euros por una butaca en el más elitista de los festivales si por 20 se ven en un cine esos primeros planos a los que inevitablemente lleva Stölzl nuestros ojos en el teatro?
El verismo no es el repertorio de Thielemann. Los timbres de Mascagni están tan ausentes en el foso como su colorido en la escena. No entiende ritmos, melodías o tempos, siendo estos últimos absolutamente irregulares, a veces muy rápidos y a veces –dúo entre Nedda y Silvio, siciliana concebida como una meditación o el adiós a la mamma– lentísimos. «Cavalleria» sonó a trompicones, en un «staccato» continuo, aunque «Pagliacci» estuvo más en estilo y con tensión. Eso sí, la Staatskapelle de Dresde deslumbra con su perfecto y vigoroso sonido, a veces hasta excesivo. Menos mal que las voces aguantaron todo.
Magníficas éstas. Liudmyla Monastyrska, Maria Agresta y Kaufmann componen un trío ideal. Es curioso que los tres hayan cantado ópera en el Palau de les Arts valenciano hace años. La soprano ucraniana matiza con una voz grande de spinto que sabe utilizar también en los pianos, mientras que la italiana posee una voz lírica plena y es buena actriz. Ambrogio Maestri, la veterana Stefania Toczyska y Annalisa Stroppa completan el buen reparto de «Cavalleria», así como Tansel Akzeybek, Alessio Arduini y un Dimitri Platanias corto arriba en «Pagliacci». Jonas Kaufmann vuelve a dar en el clavo en ambos papeles. Es el suyo un canto que aúna corazón y cabeza, entre el Turiddu y el Canio de un Bergonzi y el de un Giaccomini. Una nueva demostración de su talla de número uno, llena de detalles y matizaciones sin precedentes, una expresividad riquísima y una voz en plenitud sin problema alguno. El entusiasmo del público mostró que él no tenía discrepancia alguna.