Literatura

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La Scuola Holden de Baricco renace

La Razón
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Esquivo a la prensa como su admirado Salinger, el italino Alessandro Baricco (Turín, 1958) se mostró ayer, sin embargo, hablador en su paso por la sede madrileña del Istituto Italiano di Cultura. Claro que no promocionaba ningún libro, sino un su proyecto más personal, la ampliación de su Scuola Holden, nombrada así precisamente en homenaje al protagonista de «El guardián entre el centeno», una escuela para escritores que el autor de «Seda» creó hace ya veinte años en Turín y que a partir de octubre inaugura nueva sede en la misma ciudad bajo el lema Holden Reborn. La escuela se muda a unos antiguos cuarteles militares en los que se fabricaban bombas abandonados y cedidos por el Ayuntamiento turinés, y cuenta con el apoyo de la editorial Feltrinelli, la poderosa casa matriz de Anagrama y las librerías La Central. Pese a los 8.700 euros anuales de matrícula, esperan que sus 60 alumnos pasarán a ser más de 200. Entre sus ambiciones está que en un lustro al menos la mitad de sus estudiantes, de entre 18 y 30 años, sean extranjeros. «Una de las cosas que enseña la crisis económica en estos años es que solo el dinamismo, el movimiento, nos puede salvar», explicó el autor del monólogo teatral «Novecento» y de la novela «City». «Nuestros chicos tienen el privilegio de vivir en el momento más dificil de Occidente desde que nací yo. Es una gran oportunidad, porque todo va a cambiar. Un mundo en movimiento para un joven es un mundo ideal. Uno bloqueado es la muerte», aseguró.

La filosofía de la nueva Scuola Holden, que imparte sus asignaturas en inglés e italiano, sigue intacta: pocos alumnos por clase y maestros selectos. Por sus aulas han pasado Werner Herzog, Guillermo Arriaga, Art Spigelman, John Cale, John Berger, Andrea Camilleri, James Ellroy, Javier Cercas, Paolo Giordano –quien previamente fue alumno–, Erri de Luca y Martin Crimp, entre otros. El novelista no promete milagros: «Si quieres escribir libros hace falta cierta dosis de talento. Pero éste por sí solo no sirve. Lo que podemos enseñar es el oficio». Por eso, recordaba cómo sus dos alumnos más brillantes en estas décadas abandonaron la escritura: uno es hoy barman; otro, abogado. «Al final, escribir libros es un oficio para personas muy determinadas y testarudas».