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La solidez e imaginación de Ivan Fischer

La Razón

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Obras de Enescu, Bartok y Mahler. Soprano: Christina Landshamer. Orquesta del Festival de Budapest. Director: Ivan Fischer. Palacio de Festivales. Santander, 25-VIII-2018. //
Obras de Liszt, Brams y Sarasate. Violines: József Cócsi Lendvay y József Lendvay. Címbalo: Jenö Lisztes. Orquesta del Festival de Budapest. Director: Ivan Fischer. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 26-VIII-2018.
Ivan Fischer logró recuperarse de su reciente operación y, aunque anuló Verbier, ya pudo ponerse al frente de su orquesta para los Proms londinense, desde donde viajaba al Festival de Santander, con lo cual aquí se respiró con alivio. Efectivamente, hubiera sido una pena no haber podido contar con él para el concierto de Santander y los dos de San Sebastián.
En Santander conformó una primera parte para un público de exquisitez musical, lo que quizá no se correspondiese con el auditorio real del Palacio de Festivales. Tanto el «Prélude à l’unisson» de la «Suite n.1 para orquesta Op.9» de Enescu como la «Música para cuerdas, percusión y celesta» de Bartok son partituras complejas para el público, especialmente, la segunda a causa de las múltiples combinaciones que, en tono lúgubre, realiza el autor con una orquesta prácticamente dividida en dos.
En la Quincena se optó por un programa mucho más popular que respondía a la idea de mostrar las relaciones entre la música cíngara y la clásica, como el mismo Fischer se encargó de explicar a la audiencia que abarrotaba el Kursaal. Empezó enseñando las posibilidades del címbalo
–instrumento con cuerdas percutidas por mazos– en una improvisación en solitario de Jenö Lisztes para luego unirse a la orquesta en una retocada «Rapsodia húngara n.1» de Liszt. Seguidamente pasó a comentar el violín cíngaro con uno de sus exponentes populares, József Lendvay, en otras piezas húngaras de Liszt y Brahms, para seguidamente dejar paso al hijo de aquél en los «Aires gitanos» de Sarasate y terminar con otro arreglo de la «Danza húngara n.11» de Brahms a dúo de padre e hijo con la orquesta. Obviamente, el entusiasmo se desbordó.
La «Cuarta» de Mahler y la «Primera» de Brahms fueron las protagonistas de las segundas partes. Dejo Mahler para la crítica de su interpretación en el segundo concierto donostiarra. Si Fischer mostró su imaginación programadora, en la sinfonía de Brahms fueron su seguridad, claridad, dominio y vitalidad las cualidades que resaltaron en una lectura que combinó el sonido compacto del compositor con la diferenciación de planos y que alcanzó su mejor momento en el tiempo final por la forma de «cantar» el tema tan heredero de Beethoven –no en vano se la ha bautizado como la décima del de Bonn– como por su impulso vital. Mención especial merecen las propinas por su originalidad, que nos cautivaron a todos. Para el comentario próximo.

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