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Lang Lang, mucho más que marketing

Obras de Mozart y Chopin. Piano: Lang Lang. Auditorio Nacional de Música. Madrid, 8-X-2013.
larazon

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Ambiente de las grandes ocasiones con muchísima gente a las puertas del Auditorio Nacional, gente diferente a la habitual, bastantes jóvenes con playeras, las cuatro puertas de entrada inusualmente abiertas, regalo de un DVD a los clientes de Movistar, público colocado en el escenario a la izquierda del piano, ovación interminable a la salida del solista... Quien firma conocía de la mercadotecnia que rodea a Lang Lang (Shenyang, 1982), de su figura como «embajador» del régimen chino, de su alianza con Telefónica, etcétera, pero no imaginaba que todo ese marketing hubiese llegado a calar tanto en el público español. El recibimiento y el éxito alcanzado llegó a superar los cosechados en Madrid por pianistas tan grandes como Rubinstein, Richter, Arrau, Zimerman, Pollini... No es extraño que Lang Lang exclamase «¡Gracias, Madrid!». Posiblemente otro tanto sucederá en esa más de media docena de ciudades españolas que visitará con idéntico programa. Este detalle, en principio, podría desvelar cierto mecanicismo, cierta rutina, pero no.
Un toque de dos dedos
Tanto fanatismo alrededor de quien aún es un joven pianista carga bastante, como cargan sus miradas al cielo de la sala cuando toca, sus gestos al acabar las piezas, la forma de dar las gracias al piano con un toque de dos dedos como si aquel fuese la testuz de un toro, la de «dar la vuelta a la plaza» tras haber cortado orejas y rabo... Había mucho paralelismo entre el matador que sale por la puerta grande y el éxito del pianista. El mundo cambia. Hoy se puede llegar a vender lo que se quiera.
Dicho todo lo anterior, el crítico ha de guardar distancias de forma que en su percepción interpretativa influyan lo menos posible cuestiones ajenas a la esencia de la música. Cerrar los ojos y concentrarse en ella es la opción y, hay que reconocerlo, Lang Lang no sólo es mercadotecnia. Mozart y Chopin sonaron con claridad, con transparencia –más el primero que el segundo– y lirismo, casi como si se tratase de melodías operísticas y un sabio juego de las dinámicas, con fortes y pianos contrastados. La técnica no resulta mecanicista, sino que está puesta al servicio de la expresividad, algo no tan frecuente en los intérpretes orientales. El artista ha madurado desde su recital de 2005 en la misma sala y tiene cualidades para alcanzar la categoría de los citados con anterioridad, pero hay que cerrar los ojos para valorarlo adecuadamente.