Liberad a Bach
El pianista James Rhodes se presentó ante el público madrileño con zapatillas, vaqueros negros, pelo moderadamente alborotado y una camiseta con el nombre de Bach en letras mayúsculas
El pianista James Rhodes se presentó ante el público madrileño con zapatillas, vaqueros negros, pelo moderadamente alborotado y una camiseta con el nombre de Bach en letras mayúsculas.
Piano: James Rhodes.
Teatro Real (Universal Music Festival).
Madrid, 27-VII-2017.
Cuenta James Rhodes (Londres, 1975) que la «Chacona» de Johann Sebastian Bach es la primera pieza de la que se enamoró, siendo un niño de apenas 7 años. Una obra compleja, construida a partir de una danza que en origen era festiva, pero que el compositor alemán transformó en un lamento por la muerte de su primera esposa. Esa es al menos la versión más extendida, y a ella se aferró el pianista británico en uno de los monólogos con los que fue salpicando su actuación la noche del jueves en el Teatro Real de Madrid. Una forma de replicar al dolor desde la belleza que encaja con la dura trayectoria vital del pianista británico. De todo ello dio cuenta hace un par de años en «Instrumental» (Blackie Books), el libro que se convirtió en un auténtico fenómeno y que todavía hoy sigue firmando por decenas; también hablaba allí de su renacimiento y del poder terapéutico de la música, que al fin y al cabo, y más allá del recuerdo de los fantasmas del pasado, es el argumento central de su puesta en escena, feliz por haberse mudado a Madrid hace dos semanas para escapar, aseguró al principio del concierto, del «mal tiempo, la comida, la gente y, por supuesto, del Brexit».
Se presentó ante el público madrileño con zapatillas, vaqueros negros, pelo moderadamente alborotado y una camiseta con el nombre de Bach en letras mayúsculas, como quien lleva una de Coldplay o de AC/DC. Si no fuera porque conocemos su historia, un «hipster» de manual; y puede que aun conociéndola también lo sea, llevando la música clásica a terrenos de la cultura popular. O mejor: del pop, en el más amplio sentido del término, sacándola de su nicho habitual para dirigirse a un público que trasciende los auditorios tradicionales; ese que, siguiendo sus instrucciones, en seis semanas puede llegar a interpretar un preludio del autor de las «Variaciones Goldberg». Lo hace, eso sí, con un respeto exquisito a las piezas que forman parte de su repertorio; no hay aquí transgresión, ni tampoco interpretaciones arriesgadas, porque no es en realidad un renovador, sino más bien un divulgador. Un juglar del siglo XXI, valiéndose de una evidente capacidad para empatizar y transmitir su mensaje gracias a un lenguaje cercano y también a una versatilidad que no está reñida con la ortodoxia.
A la «Chacona» se aproxima a través de la transcripción para piano a dos manos de Ferruccio Busini; es quizá su interpretación más conocida, quince minutos que son todo un mundo, a los que el músico británico llegó después de haber pasado brevemente por la melodía de la ópera «Orfeo y Eurídice» de Gluck, la «Partita número 1 en Si bemol mayor» (más Bach) y la «Balada número cuatro en Fa menor» de Chopin. Del compositor polaco señaló que prometió tocar siempre alguna pieza, escogiendo en esta ocasión una obra que por un momento parece encaminarse hacia un final feliz, aunque a la postre solo fuera un espejismo. Pinceladas de fatalidad romántica para una historia, la del propio Rhodes, en la que su protagonista se ha pasado años encajando golpes, haciendo de paso una peineta a la élite cultural mientras asegura que su aprendizaje del español va más lento de lo que le gustaría. «Des-pa-ci-to», dice remarcando cada una de las sílabas, como si anticipase los acordes del éxito planetario de Luis Fonsi. Pero no. Todo sigue su curso, entre anécdotas y composiciones de Chopin y un Bach que en las manos del pianista británico se muestra perfectamente fiel a sí mismo, pero también más libre.