Los Beatles, el último grito
Se edita por primera vez en CD el disco en directo «The Beatles at the Hollywood Bowl», el documento sonoro que refleja la locura de los conciertos del cuarteto en 1964 y 1965 y cuya salida coincide con el estreno el próximo día 15 del documental de Ron Howard «Eight Days a Week»
Se edita por primera vez en CD el disco en directo «The Beatles at the Hollywood Bowl», el documento sonoro que refleja la locura de los conciertos del cuarteto en 1964 y 1965 y cuya salida coincide con el estreno el día 15 del documental de Ron Howard «Eight Days a Week»
¿Queda algo por explorar en el legado de los Beatles? La respuesta es inequívoca: ¡siempre! La nueva vuelta de tuerca está en las actuaciones, como la recuperación de un viejo documento llamado «The Beatles at the Hollywood Bowl». Grabado durante sendos conciertos de 1964 y 1965, fue publicado en 1977 y era el único álbum del cuarteto que permanecía descatalogado. Hasta ahora.
Ya está en la calle la nueva versión del disco en CD, vinilo y digital, acompañado de un libreto de 24 páginas con nuevas notas de David Fricke. El productor Giles Martin y el ingeniero Sam Okell remezclaron y masterizaron las tres cintas que permanecen como fuente original de los conciertos y se añadieron para la nueva edición cuatro canciones más («You Can’t Do That», «I Want to Hold Your Hand», «Everybody’s Trying to See My Baby» y «Baby’s in Black») a las 13 originales.
Este directo nació en su día por el deseo del recientemente fallecido George Martin, productor del grupo, de enseñar qué hacía el cuarteto en directo antes de 1966, cuando decidieron poner fin a las giras y transformarse en una banda sólo de estudio. Realmente, fue una apuesta poco significativa que se perdió en el tiempo, como prueba el hecho de que permaneciera descatalogado hasta hoy.
El álbum funcionaba mejor como documento que como obra musical. Eran los tiempos de esplendor de la «Beatlemania». No había nada más grande –en toda la extensión de la palabra– que los de Liverpool. O, al menos, tan influyente en términos culturales y tan lucrativos. A mitad de los 60, el pop y el rock and roll se habían impuesto como el gran movimiento cultural del siglo y, si acaso, Bob Dylan podía pelear de tú a tú desde una perspectiva creativa. Pero no, desde luego, en términos comerciales ni en cotas de popularidad. La audiencia asistía a los conciertos de Dylan en silencio y con una mezcla de incomprensión, embelesamiento, ira contenida o devoción. A los conciertos de los Beatles se iba a berrear, llorar y desmayar. Eran una oda al derrumbamiento emocional. Eso es lo que recogía el original de los directos en Los Angeles, donde más de 15.000 fans –casi todos muchachas– participaban de una histeria colectiva que desafiaba las leyes más elementales de la compostura y el decoro. Las cintas captan los agudos chillidos de las seguidoras y cómo éstas responden a cada grito o (se intuye) movimiento del cuarteto.
Heroicidad en directo
Entonces, los Beatles participaban de todo lo que eran los rituales clásicos del rock and roll, publicando dos discos al año (¡y qué discos!) y girando para promocionar tanto el álbum vigente como los anteriores y difundir algo así como la marca del grupo. Todo se aderezaba con actos promocionales, actuaciones de televisión, audiencias privadas con figuras políticas y entrevistas más o menos estúpidas. Eran otros tiempos, pero no demasiado diferentes en términos de insensatez.
En el Hollywood Bowl se percibe a una banda que ejecuta las piezas con una corrección asombrosa, pues no era nada fácil tocar entre unos bramidos de semejante magnitud. «Aquello estaba acabando con nuestra interpretación musical. El ruido de la gente lo ahogaba todo. La mitad del tiempo no lograba oírme, incluso a través de los amplificadores», explicaría más tarde Ringo Starr.
Aquello era un ejercicio casi heroico de profesionalidad. Los medios no eran los de ahora y el sistema de amplificación era tremendamente pobre. Muchas veces, los Beatles se tenían que fiar de los movimientos de sus compañeros para ver por dónde caminaba la canción. Miraban un acorde, el movimiento de las rodillas para coger el ritmo, un levantamiento de cejas para avisar del final... En fin, los trucos propios de un músico en apuros, sólo que en mitad de un gran estadio. Pero también jugaban con red, pues a muy pocos les importaba lo que oían y sí lo que veían. De vez en cuando, y haciendo gala de su clásico sentido del humor perverso, John Lennon dejaba voluntariamente de tocar o de cantar y muy pocos lo percibían. Los otros Beatles se partían de risa. «Podríamos haber enviado a cuatro muñecos de cera para que nos representaran y eso hubiera bastado para satisfacer a la gente», aseguraría Lennon con amargura.
Por otra parte, habría que decir que los conciertos de aquellos tiempos por lo general no pasaban de los 40 minutos. Poco más de una decena de canciones era lo habitual de cada pase. Conscientes de los problemas de sonido, explotaban la parte más trillada y fogosa de su repertorio –«Twist and Shout», «Can’t buy me love», «She loves you» y demás– y aparcaban las piezas más delicadas para incluir un buen número de versiones de clásicos del rock and roll como «Long Tall Sally», «Dizzy Miss Lizzy» o «Roll Over Beethoven», ya presentes desde sus tiempos en Hamburgo. Por ejemplo, en los conciertos del Hollywood Bowl se intuyen los problemas que tenían para ejecutar cosas más sutiles como «Ticket to ride», «Help» o «Things we said today». Pero qué importaba.
Marineros y peleas
Los Beatles habían tenido una impresionante etapa de formación, cuando tocaban en sucesivos pases durante toda la noche en los clubes de Hamburgo ante una audiencia ruidosa, pero de otra manera. Aquellos antros se llenaban de botellas voladoras, bofetadas en las mejillas, manos furtivas por debajo de una falda, puños de marineros y acuerdos sellados con un puñal sobre la mesa. Los cuatro de Liverpool eran capaces de tocar al mismo tiempo que veían sucesos tan intimidantes con una naturalidad increíble. Eran jóvenes, todo les parecía excitante, ansiaban la fama y se querían comer el mundo. Llegó un momento en el que, a tan temprana edad, clavaban las canciones incluso dormidos. O pasados de anfetaminas. Sus directos en la BBC expresan lo bien que llegaron a tocar gracias a su aprendizaje en Hamburgo y a su capacidad de trabajo para ejecutar con precisión cada arreglo.
Pero llegó un momento en el que la fama y la histeria no eran suficientes para hacer felices a los miembros del cuarteto. Lo que tanto habían ansiado ahora les mataba. «Por supuesto que al principio todos queríamos la fama y lo demás, pero muy poco tiempo después comenzamos a pensárnoslo dos veces. Después de desaparecer la emoción inicial, por mi parte yo me deprimí. ¿Era eso todo lo que nos esperaba en la vida? ¿Ser perseguidos por una multitud de lunáticos aullantes desde una habitación cochambrosa de hotel hasta la próxima?», se lamentaría George Harrison.
Así que los Beatles decidieron tomar una decisión de extraordinaria valentía: dejar las giras y convertirse en músicos de estudio. Su compañía se echó las manos a la cabeza, presintiendo el fin de tantas satisfacciones empresariales. Entonces, las giras eran el recurso natural para promocionar los discos. Los Beatles fueron de nuevo un paso por delante y acudieron a una forma infalible de promoción: hacer obras de arte. Este directo es el recuerdo de un tiempo en que cuatro muchachos de Liverpool tenían el mundo en sus manos, pero tiempos también llenos de angustia por sus dificultades para expresarse musicalmente ante grandes audiencias. Un documento que encierra una extravagante paradoja: cómo sentirse solo delante de 15.000 personas.
Para fanáticos
Los Beatles regresan al cine. La reedición de los conciertos del Hollywood Bowl será el soporte sonoro de la película «Eight Days a Week», dirigida por el conocido Ron Howard. Se estrenará el 15 de septiembre y sólo estará una semana en cartel. Narra la vida del cuarteto entre 1962 y 1966 y es un gran documento sobre el aumento de la fama del grupo hasta la apoteosis final con su despedida de las giras en San Francisco. Fue en el Candlestick Park el 29 de agosto de 1966 y marcó el final de una época.
Según los productores, la película contó con la «estrecha colaboración» de Paul McCartney, Ringo Starr, Yoko Ono y Olivia Harrison. Apple Corps, que gestiona los derechos de explotación de los Beatles, cedió imágenes inéditas. Howard cuenta que su pretensión era hacer una película que pudiera satisfacer tanto a los seguidores más acérrimos de los Beatles como a los curiosos. «Conoces la música, te encanta, y piensas que sabes algo sobre el grupo, pero realmente no tienes la historia. Y no entiendes que ellos fueron puestos a prueba como pequeña familia, como una unidad, durante lo que fue un salvaje, tumultuoso y dinámico periodo en la historia», dice el director. Paul McCartney se mostró entusiasmado. «Te toca profundamente porque tú eres uno de ellos. Pero al final te conviertes en un fan. Lo ves y dices: «¡Qué demonios, son geniales!». Y luego te das cuenta que tú eres uno de ellos. Eres parte de esa grandeza».
Las imágenes resultan impactantes, con exageradas multitudes de fans persiguiéndoles. «La banda que conoces, la historia que no», reza el eslogan de la cinta. ¿De verdad queda algo que no se conozca de esta épica aventura llamada The Beatles?