Los Beatles, vuelta al ruedo 50 años después
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Movidos por la curiosidad y seducidos por las plazas de toros, los Beatles dieron dos conciertos históricos en nuestro país... aunque el sonido fue horrible.
Para ellos fue como actuar en Marte. Los Beatles ya eran la banda más grande del mundo en 1965 y, a pesar de que muchas de sus obras maestras estaban por llegar, cosechaban alaridos de rubias seguidoras a lo largo del Primer Mundo. Sin embargo, España era una posibilidad remota en un rincón del planeta, un país lleno de grises, de tantos como había, aunque con algo salvajemente seductor, exactamente la metáfora que alberga una plaza de toros. Eso fue lo que convenció a los cuatro bromistas de Liverpool: a falta de uno, tocar en dos cosos taurinos. Al fin y al cabo, sus canciones se conocían poco en la piel de toro por entonces. Para corroborarlo, John, Paul, George y Ringo pusieron pie a tierra en Barajas con una montera en la cabeza, mostrando su ilusión de adolescentes. Y lo que resultaba una posibilidad inasequible se hizo realidad dos espesos días de julio, el 2 y el 3, de hace exactamente 50 años. Fue la única vez en la historia que estos genios actuaron como conjunto en nuestro país.
Como todas las grandes historias pop, ésta también despierta muchos sentimientos encontrados. «Si quieres que te diga la verdad, cuando pienso en esa noche, la primera palabra que me viene a la cabeza es cabreo», dice Antonio Miquel Cervero, «Leslie», cantante del legendario grupo catalán Los Sírex, que tuvieron la suerte de ser teloneros de los Beatles en Barcelona. «Fue algo que nunca olvidaré y es una de las experiencias más fuertes de mi vida. Pero esa noche teníamos doblete, actuábamos en la fiesta mayor de Cornellá, y el bolo estaba contratado desde hacía un año. Así que solo pudimos ver las tres primeras canciones de su concierto porque se me llevaron a rastras, tirando del traje», cuenta Leslie. «Pero sí tengo claro en el recuerdo la sensación de una juventud con ganas de disfrutar». En Madrid, el honor de abrir el «show» correspondió a los Pekenikes. Ignacio Martín, bajista desde antes de esa noche hasta el día de hoy, tiene otra ración de sensaciones chocantes: «La velada la presentaba Torrebruno, porque seguía el modelo de lo que estaba de moda en España por entonces, las variedades», explica. ¿Hay algo más antitético que los Beatles y Torrebruno? «Bueno, esa noche hubo de todo: también actuó un conjunto de Tobago que hacía música con bidones metálicos. Imagínate», describe Martín, que se volverá a subir junto a los Pekenikes al mismo escenario tal día como hace 50 años. El próximo 2 de julio en Madrid (Las Ventas) y el 3 en Barcelona (en el Sant Jordi Club en vez de en la Monumental, ya que la plaza está cerrada), tanto los Pekenikes como los Sírex interpretarán sus canciones antes de la que está considerada la mejor banda de versiones de los Beatles del mundo, The Beatles Bootleg.
Temor a los «melenudos»
Sin embargo, la mayor tensión que flotaba en el ambiente aquellos días estaba relacionada con la situación sociopolítica española. El régimen de Franco desconfiaba de las repercusiones de la actuación del grupo y así lo hizo constar en las crónicas del «NO-DO», en las que se insistía en llamarles «melenudos» y se quitaba importancia a su calidad artística. «Había cierto temor por lo que podía suceder en la previa del concierto y creo que todos los ‘‘grises’’ de Madrid estaban aquella tarde allí. Una cantidad desorbitada de Policía. Pero también había ganas de demostrar que España era un país confiable y el concierto suponía una oportunidad para hacer patente su modernidad. Manuel Fraga estaba recién nombrado ministro de Información y Turismo y llegó con mucho ímpetu. La campaña de ‘‘Spain is Different’’ alcanzaba a toda Europa con gran publicidad. Así que la Policía tenía órdenes directas de no ‘‘calentar’’ a nadie, no fuera a ser que se armase un escándalo delante de corresponsales extranjeros», dice Martín. «Yo no he visto en mi vida tantos caballos de la Policía juntos. No sé qué pensaron que podría pasar, pero la seguridad era totalmente impresionante», dibuja Leslie sobre el panorama en Barcelona.
Los permisos, sin embargo, llegaron muy poco antes de la celebración de los conciertos, que fueron posibles gracias a la astucia y el riesgo que asumió Francisco Bermúdez, que contrató al grupo más grande del mundo por 900.000 pesetas. «Incluidos los costes de alquiler de las plazas y todo. Era una cantidad importante, pero para un concierto de esa envergadura, casi parecía un regalo. A mí no me cabe duda de que los Beatles vinieron ganando menos de lo que podrían haber cobrado en otro lugar, principalmente por curiosidad sobre España», dice Martín. En Las Ventas, ni siquiera agotó las localidades. «Había muchos extranjeros, principalmente los que venían de la base de Torrejón, donde estaban destinados miles de ‘‘marines’’ americanos y hasta tenían escuelas», cuenta Martín. Tampoco ayudó mucho el poco popular precio de las entradas: entre 75 y 450 pesetas. «A pesar de todo, las sillas sobre la arena sí estaban todas ocupadas, aunque parte de las gradas superiores se quedaron vacías». Lo cierto es que, por aquellos tiempos, los Beatles vendían en España apenas 3.500 copias frente a las 900.000 que facturaban en Reino Unido.
Hubo ratos para el bochorno también, como la rueda de prensa que ofrecieron en el Hotel Fénix de Madrid, y en el que les preguntaron cosas del tipo: «¿Os gusta la paella? ¿Conocéis a El Cordobés? ¿No tenéis dinero para cortaros el pelo? ¿Lo tenéis asegurado?». Evidentemente, la respuesta fue: «No a todo». Sin embargo, aunque hoy casi parezcan una autoparodia, los momentos españoles agradaron a los músicos: firmaron barricas de vino de Jerez (en realidad, eran réplicas y no toneles reales) y cataron algún caldo. Lennon se atrevió a servir una copa «y no lo hizo tan mal», según el «NO-DO». «Estaban encantados con ese choque cultural. Cuando llegaron a Las Ventas no había camerinos y se cambiaron en la enfermería de la plaza junto a todo el instrumental quirúrgico y les pareció muy gracioso», cuenta Martín.
Llegó el momento de la actuación y Lennon apareció en escena con su sombrero cordobés. «Sonaron muy mal, claro. ¿Pero cómo iban a sonar bien? Era imposble, con esas tres columnitas que tenían de amplificadores... ¡y encima conectaron el sonido a las trompetas de la plaza! ¡Esas por las que anuncian el nombre del toro!», recuerda Leslie sobre el «show» de Barcelona. «Ni siquiera probaron el sonido, pero eso no le importó a nadie, porque hasta el último en el público cantaba sus canciones a gritos. Cuando salieron y empezaron el ‘‘Twist & Shout’’, todo el mundo se puso de pie. Incluso se les oía poco. El griterío era ensordecedor». En Madrid el sonido también fue muy deficiente y tampoco importó. «Los equipos distorsionaron porque estaban al máximo, pero piensa que toda la energía, incluyendo la iluminación, eran 500 vatios. Hoy se llevan 20.000 o 50.000». «Alguien en Barcelona de los que instalaban los equipos trató de grabar el concierto con una Revox, pero los de seguridad del grupo le descubrieron y le desmantelaron la grabadora y rompieron la cinta. Epstein, el mánager, lo controlaba todo», dice Leslie. En el caso de Madrid, se pensaba que tampoco había quedado registro, pero recientemente José Luis Álvarez, que era periodista de «Fonorama» y después responsable del sello Cocodrilo Records, asegura que grabó el concierto con permiso de Epstein, y piensa editar la grabación el próximo 2 de julio. Álvarez fue el único periodista que tuvo acceso a una entrevista con el cuarteto, y afirma que tiene firmado un contrato de autorización. El anuncio ha generado cierto debate y acusaciones de fraude, pero eso ya es otra historia.
Sin embargo, el lado pop de esta historia está en las relaciones humanas. Ninguno de nuestros protagonistas españoles llegó a tratar con los británicos. «Cuando me dijeron que actuaríamos con ellos, estuve cuatro noches sin dormir», dice Leslie. Y después de tanto esperar la llegada de los ídolos, casi pasaron sin detenerse como Mr. Marshall. Se bajaron del coche grande y negro dentro de la plaza y se subieron como un rayo al terminar. El barcelonés cambió un par de frases. «Yo estaba sentado al pie de la escalera, esperando para provocar que el público pidiera el bis, empapado en sudor. Y McCartney me preguntó si estaba cansado. Con mi inglés macarrónico de la Barceloneta le dije que ‘‘cinco minutos, y todo tuyo’’. Cuando volví, mis compañeros estaban nerviosos. ‘‘¿Dónde estabas?’’. Yo les dije: ‘‘Hablando con McCartney’’. ‘‘Anda a la mierda’’, me contestaron (risas)». También Martín estuvo a una frase de distancia de los mayores genios musicales de la historia: «Yo por entonces me había dejado crecer la barba, pero seguía siendo muy joven y se me notaba en la cara. A ellos no les había salido todavía, y McCartney, al verme, exclamó: “¡Mirad, un niño con barba!”. Y todos se echaron a reír», rememora. Sea como fuere, los que allí estuvieron jamás lo olvidarán.