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Mikel Erentxun: «Pensé que me moría sin ver la casa de Elvis»

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Publica «Corazones», un álbum sobre su experiencia tras superar una cardiopatía.
Lo cuenta riéndose de sí mismo, con socarronería, aunque pensó que no lo contaba. Mikel Erentxun fue operado del corazón y en el hospital incluso escribió alguna canción de «Corazones», su último disco de estudio.
–Claro, es su disco más personal.
–Sí, porque está en primera persona y he escrito yo todo. También grabé todos los instrumentos.
–¿Mientras estaba ingresado escribía?
–Muchas frases, las más duras del disco, y la idea general las concebí en la UVI.
–Salen cosas cuando uno se enfrenta a la muerte.
–Bueno, con el tiempo te das cuenta de que era una cardiopatía leve y que le ha pasado a mucha gente. Lo miras de otra manera, pero durante un tiempo me vi en el filo de la navaja, que a un lado está la vida y al otro, la muerte. Sientes ese peso y la vida pasa a toda velocidad por tu cabeza. Incluso haces planes de futuro del tipo «si salgo de ésta» y promesas internas. Es increíble cómo se te mueve el interior. Aparentaba normalidad, pero estaba muerto de miedo.
–¿Y veía más alegrías o más pérdidas?
–Pues en vez de repasar mi vida profesional pensaba en mi primera Navidad y en el día que nació mi hijo. Me volví muy sentimental. Una de las cosas que más me ha cambiado desde entonces es esa escala de valores. Antes, le daba importancia a un llenazo, y ahora, a estar en el sofá viendo la tele con mis hijos.
–Le ha cambiado la filosofía de vida.
–Y los hábitos, porque cuando te sueltan del hospital te meten en programas de rehabilitación cardiaca. Son dos meses de concienciación con psicólogo, nutricionista, y dietista. Te ponen medicación y te dicen por qué y un psicólogo para que aceptes lo que tienes. Eso me encantó.
–¿Por qué?
–Porque siempre había querido eso del diván, pero fue una consulta normal, en un despacho. Me quedan ganas de psicólogo a lo Woody Allen.
–¿Se puede correr con un corazón roto?
–Desde luego, siempre he corrido. De hecho, mis anginas de pecho las tuve mientras corría. Ahora corro con pulsómetro.
–¿Ha dicho anginas, en plural?
–Sí, tuve un montón. Las anginas son las antesalas del infarto, los avisos. Por la opresión de una vena, cuando haces un esfuerzo, la sangre no llega al corazón. Te avisa de que te pares, o si no, tendrás un ataque.
–Ya le había ocurrido.
–15 o 20 veces. Pero no le hacía caso, corría, paraba, se me pasaba... Al final, me dije que tenía que ir al médico y para allá que fui vestido de calle. Me hicieron las pruebas allí mismo, y directo a la UVI. Y a la mañana siguiente, al quirófano.
–¿Sin más?
–Fue irreal. Me desperté como en las películas, no sabía si era verdad. ¿Qué hago yo aquí, si ayer comí con mi mujer? Que estaba embarazada, por cierto.
–¿La experiencia más fuerte de su vida?
–La más fuerte, sin duda. Después, descubres que a mucha gente le ha pasado. Me llamó Darko Kovacevic –un ex jugador de la Real Sociedad– y me dijo: «Mikel, tranquilo, que yo tengo lo mismo y juego al fútbol». Porque, en la vena que te limpian, te ponen un «stem», que es como un muelle para que no se vuelva a cerrar. Y voy por la calle y me dicen: «Oye, que mi abuela tiene cuatro y está tan normal».
–¿Se tomaba la vida igual que corría, a tope aunque doliera?
–Física y mentalmente. No he disfrutado lo suficiente, ni valorado los momentos de mi vida. Hago 30 años de carrera musical y 24 discos y he hecho gira todos los años. Tengo cinco hijos y he estudiado la carrera de Arquitectura durante 12 años. Me gustaría bajar un poquito.
–¿Ésa es la principal enseñanza?
–Sí. La vida me ha enseñado a no dejar nada para mañana. Me hice una lista de propósitos, algunos íntimos y personales y otros, cosas que tengo que hacer o lugares que conocer. Como ir a Japón. Fui allí hace dos semanas. Pero, joder, es que estaba en la UVI y pensaba: «Me voy a morir sin ver la casa de Elvis»... (risas). Piensas cosas muy profundas y otras tonterías.
–Vas a cien por hora.
–Piensas absurdeces. Mi mujer estaba embarazada y teníamos nombre para el niño o la niña. Iba a ser Dakota en cualquier caso. Pero en el hospital, le decía, en un mar de lágrimas: «Si es niño, que se llame Mikel, por favor, para que alguien continúe con mi nombre. Y si es niña, Micaela...» (risas). Segregas un montón de endorfinas y de todo, te vuelves loco.
–Se puso tremendista hasta en el disco.
–Sí, pensaba que no salía de ésta. Me imaginaba una operación terrible y así fue, porque no me durmieron. Te inyectan un líquido para ver la circulación y toda la operación es con radiación para ver tus venas en la pantalla. Los médicos llevan un traje de plomo, porque hacen la misma operación muchas veces al día y claro, los rayos son peligrosos. Así que te hablan dos tipos con la máscara y el traje de «Matrix»...
–A los rockerons no le sienta bien madurar y hablar de cosas como la muerte.
–Bueno, hay una forma de hacerlo, como Cash o Dylan. Me gusta quien envejece con su música.
–¿Sigue por las mismas razones que cuando empezó?
–Entonces era muy impulsivo, pero yo quería ser arquitecto. La música se cruzó por accidente, aunque ahora ya no quiero hacer otra cosa. Decía que con 30 o 40 había que dejarlo. «No quiero acabar como Miguel Ríos», decía, y Miguel era entonces más joven que yo ahora. Vaya estupidez, estaba muy equivocado.
–Vivió una explosión musical.
– Sí, unos años de juventud, de muchos grupos y frivolidad. Con la ignorancia de la juventud, decíamos disparates.
–Duncan Dhu perdió la etiqueta de «indie».
–Pues fuimos portada de «Rockdelux». Empezamos con pie y medio en el «indie» con muy buenas críticas, siendo el grupo favorito de Los Coyotes o Jaime Urrutia. Pero ese mundo no perdona el éxito y con el segundo disco, el mismo que fue elegido mejor álbum por «Rockdelux», y con la mejor canción del año para ellos, «Cien gaviotas», de repente, empezamos a sonar en Los 40 Principales y a tener éxito masivo. Y este público nos dio la espalda y hemos estado en el «mainstream». Pienso que Duncan Dhu tuvo un papel importante en los comienzos del «indie».
–Venían de la nada.
–Fichamos por Grabaciones Accidentales, que era la compañía más «cool», del momento, muy pequeñita. Sin sede física ni nada. Y luego por Creation, que es un sello británico «indie» de mucho prestigio, el de Alan McGee. Estábamos en Bélgica y en EE UU en sellos independientes. Pero esta gente olvida eso. No he vuelto a salir en «Rockdelux» nunca más. En 28 años.
–Pasa con otros grupos.
–Claro. Como Vetusta Morla, que no se puede ser más independiente. Pero como llenan estadios, ya no les gustan. Eso sólo pasa en este país.

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