Miley Cyrus: el circo del pop conquista Barcelona
Apenas unos minutos después de la hora prevista para el concierto, haciendo gala de una puntualidad casi británica, Miley Cyrus aparecía en el Palau Sant Jordi flanqueada por varias bailarinas y una pantalla gigante con su rostro proyectado en su ya característica pose de «lengua fuera». Griterío ensordecedor de un público, la mayoría adolescente y femenino con las hormonas por las nubes. El primer momento álgido de la noche llegó con «Love money party», con la norteamericana simulando con sorna los motivos del «gangsta rap»; un coche en miniatura de oro y un cabezudo que hacía las veces de Nelly, rapero invitado en el disco para interpretar esa canción. Más locura colectiva y la Cyrus «on fire» con un «outfit-bañador» hecho de billetes de dólar y oro. Mientras, a su alrededor baila una enana y una afroamericana gigante. El tono circense del «show» se hace evidente y la firmante de «Wrecking ball» se siente a gusto entre marionetas gigantes y proyecciones de setas alucinógenas, todo ello aderezado con el ya tradicional «twerking» y un repertorio de movimientos lascivos marca de la casa.
La primera pausa de este «freak-show» en clave de pop vino seguida de un interludio country, donde atacaba «Do my thang», para acto seguido subir la temperatura del Sant Jordi con tan sólo una botella de agua mineral, con la que se llenó la boca con ella para escupir y duchar al público al grito de «¡Abrid la boca!». El ambiente subido de tono siguió con «Get it right» y una cama gigante situada en el centro del escenario para una sesión simulada de sexo grupal: chicas, chicos y hasta una enana, que apareció repetidas veces en el «show». De fondo, proyecciones con dibujos de golosinas que forman posturas sexuales; una especie de Kamasutra con mucho azúcar. Sin apenas tiempo para reponerse, llegó una interpretación poderosísima de «Can't be tamed», bajo la sombra de un lobo gigante con ojos encendidos, en un momento realmente espectacular.
En el «show» de Cyrus todo va a la velocidad de vértigo. Casi no hay interrupciones y es en ese ritmo endiablado donde el concierto coge altura. Eso sí, la noche se resintió debido a una conexión en directo con un programa de una cadena de televisión norteamericana y un set especial de versiones. Cayeron canciones de The Smiths, Coldplay y Bob Dylan entre otros, demostrando buen gusto, pero el espectáculo, el circo y el sentido del espectáculo desapareció.
Antes de este «coitus interruptus», un provocador vídeo de «bondage» mostraba a la cantante enfundada en cuero negro con poca ropa. La catarsis final llegó con «We can't stop», «Wrecking ball» y «Party in the USA», con la estadounidense montada un «hot dog» gigante volador ante una enfebrecida audiencia. Cyrus no inventa nada y su provocación en clave «light» inspirada en «Spring Breakers» (el filme de Harmony Korine) sólo divierte, pero hay que reconocer que es una verdadera bestia escénica que conoce todos los resortes del negocio. Y sólo tiene 21 años. Su experiencia como estrella infantil le da tablas, y ahora utiliza esas enseñanzas con descaro, ganas de fiesta y un hedonismo que celebra la diferencia. Muy cerca de Lady Gaga.