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Mortier en estado puro

larazon

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Sobre el escenario volvió a verse a quien fuera director artístico del coliseo. El equipo audiovisual se encargó de proyectar un vídeo con los mejores momentos del gestor belga en el Teatro real, sus óperas más queridas, las que salieron casi directamente de su mano. Hubo emoción, mucha emoción. Y lágrimas. Se escucharon de nuevo sus palabras, sus frases rotundas en ese español a veces tan confuso (y que otras confundió) que se empeñó en aprender en tiempo record para no buscar intermediarios. Genio y figura.
En estado puro
Fueron sus pensamientos pronunciados apenas hace un mes, poco más quizá, en la Fundación Juan March, cuando ya estaba herido de muerte y aguantaba. Era Mortier en estado puro. Después, los artistas cantaron y le dedicaron momentos verdianos y wagnerianos, y se escuchó el preludio de «Lohengrin», que hoy se estrena, y al coro que tanta gloria ha dado al Real dirigido por Andrés Máspero y la orquesta titular del foso, bajo la batuta de Hartmut Haenschen. Anne Sofie Von Otter puso su granito de arena y Vitor Priante no falló, lo mismo que Anne Schwanewilms. Y cuando el público ya había entrado en calor y fuera diluviaba, el torrente de Measha Brueggergosman se hizo más íntimo que nunca en la voz de un espiritual negro bordado a pespunte. El broche final fue para el preludio y la muerte de «Tristán e Isolda», una de las últimas óperas que Mortier pudo ver. El público, entonces, se puso en pie. Mil doscientas personas que abarrotaban el coliseo aplaudieron a Gerad Mortier con lágrimas en los ojos. Los tres años en que estuvo al frente de la dirección artística del Teatro Real se concentraron en apenas hora y media. Y se vio a un hombre lleno de vitalidad, impetuoso, que plantó batalla hasta el último minuto, querido y denostado a partes iguales, capaz de levantar en armas al patio de butacas o de hacerlo aplaudir. Como la noche de ayer. Gerard Mortier.