Mozart se alcoholiza
El «Così fan tutte» de Haneke es elegante, pero le falta una espontaneidad que intenta solventar a base de tomar tragos. Temporada del Teatro Real. «Così fan tutte», de Mozart. Intérpretes: Anett Fritsch, Paola Gardina, Andreas Wolf, Juan Francisco Gatell, Kerstin Avemo, William Shimell. Orquesta y Coros titulares del Teatro Real. Dirección de escena: Michael Haneke. Dirección musical: Sylvain Cambreling. 23-II-2013. Teatro Real. Madrid.
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Para el Teatro Real ha sido una suerte que mañana tenga lugar la ceremonia de los Oscar y que Michael Haneke sea candidato a 5 estatuillas con su «Amor». No puede haber ni mayor ni mejor promoción para una nueva producción de una ópera del mismo director que ésta se estrene un día antes. Estamos ante el segundo trabajo en ópera del muniqués, que es además su segundo Mozart tras un polémico pero referencial «Don Giovanni» parisino. Tanto efecto mediático ha oscurecido hasta al mismo Mozart, autor de una ópera poco comprendida en el siglo XIX y quizá hasta sobrevalorada en el XXI. Ni a Beethoven ni a Wagner les convenció y algo sabrían de esto. Tampoco a grandes cantantes de nuestra época, como Alfredo Kraus o Ruggero Raimondi. El primero la grabó con Böhm, pero nunca le gustó y el segundo la ha interpretado con Levine, Harding y, más recientemente, Abbado.
Espero que no se enfade por desvelar que considera que Don Alfonso es el papel más aburrido que ha cantado. Y es que «Così fan tutte» plantea muchos problemas que nacen de lo que es a la vez virtud y defecto: su ambigüedad. El estudioso mozartiano Remy Stricker opinaba que, sobre el papel, existían tres tipos de enfoques poco conciliables entre sí, pero que a la postre no funcionaban si esto no se lograba. El permanente juego al equívoco de la ópera es además absurdo. ¿Cómo no van a reconocer las dos hermanas a sus amados disfrazados una hora después de verlos? De ahí que Haneke prescinda de disfraces tras la primera aparición de los dobles. El equívoco va más allá, hasta el punto de que la música refleja muchas veces sentimientos diferentes a lo que acaecen en la escena. Hay quien, como Francoise Vieuille, ha visto en «Così» un juego de falsas simetrías en el que es clave el contraste entre los números pares e impares. «Così» ha de ser seria y a la vez divertida y, sobre todo, ha de superar la sensación de sucesión continua de recitativos y arias. Haneke lo intenta a base de tomar tragos entre unos y otros, emborrachando a Guglielmo. Estamos en un palacio del XVIII y Don Alfonso y Despina, aquí algo más que «sabio» y criada, parecen querer vengar en los superficiales jóvenes el posible hastío de sus vidas. Hay un intento por parte de Haneke de querer contarnos algo más de la interioridad de los personajes en una visión eminentemente misógina, que se centra en la crudeza y prescinde de comicidades no obligadas. Sólo falta que, al final, los dos hombres prescindan de sus amantes infieles y se líen entre sí. Seguro que a alguien se le ocurrirá.
Ha trabajado mucho, casi dos meses entre castings y ensayos, con un detallismo cinematográfico minuciosísimo. Tanto que le resta frescura. Decía Franco Corelli que había que estudiar y estudiar los papeles, que no podía dejarse nada a la improvisación, pero que a la hora de cantarlos había que transmitir espontaneidad. Es lo que falta a la nueva producción del Real, elegante y refinada, combinando vestuario de época y actual en búsqueda de la universalidad de la historia y también de más ambigüedad. Los tempos pausados de Sylvain Cambreling y su descafeinada lectura no ayudan a contrarrestar el problema anterior.
Mortier y Haneke han buscado un reparto joven «verosímil», seleccionando cinco de los seis protagonistas –el Don Alfonso de Shimell estaba fijo– entre 150 candidatos. Fiordiligi ha de afrontar enormes cambios de tesitura, basten los ejemplos del «Como scoglio», con un agudo Do5 y un La grave más propio de casi una contralto que de una soprano, o del «Per pietá», escrita centralmente aún más abajo. ¡Qué decir de Ferrando! Frecuentemente parece escrito para un tenor casi abaritonado –«Tradito, schernito»– que, en cambio, ha de cantar en otras ocasiones –«Un' aura amorosa»– de forma elegiaca. Ninguno de los intérpretes es una «bomba», pero solventan sus papeletas muy convincentemente. El veterano William Shimell sabe lo que se trae entre manos como Don Alfonso con la expresión justa en los recitativos, pero la edad se nota.
Queda al acabar una sensación entre placentera y amarga –por otro lado como es el propio «Così»– porque la representación no acaba de sobrevolar momentáneos sopores, pero cómo no aplaudir y vitorear durante cinco minutos a un posible ganador de Oscar si además lo que presenta tiene cabeza y elegancia, por más que no alcance la inolvidable producción salzburguesa de Hampe. No puedo dejar de comentar la reciente afirmación de Mortier, para quien España no conoce a Mozart. ¿Nadie le ha informado que llevamos décadas de festivales a él dedicados? La misma «Così» se ofreció en el Real en 2001 con producción propia de Flotats, aún no repuesta, y en la Zarzuela en 1987 y 1995. Allí, por cierto, las entradas para los repartos como el presente iban a mitad de precio.
«Crucen los dedos»
Queridos asistentes al estreno, me veo obligado a emplear este inhabitual medio de la hoja volandera para disculparme ante ustedes:
Como tal vez alguno de ustedes haya leído en la prensa, mañana, 24 de febrero, se celebra la entrega de los Oscar en Los Ángeles. Tengo el honor de haber sido nominado para ellos en cinco categorías, y por ello no puedo dejar de asistir a este evento tan importante para los creadores cinematográficos. De ahí que deba volar inmediatamente después del ensayo general a Los Ángeles. Cuando se decidió la fecha para el estreno de Così fan tutte, no se preveían estas nominaciones. Por ello espero contar con su comprensión por no poder estar presente en el estreno y recibir personalmente sus manifestaciones de aprobación o disgusto. Les deseo una velada excitante. Si les gusta, crucen los dedos por mí para los Oscar. ¡Si no les gusta, les ruego que lo hagan igual! Con un cordial saludo, Michael Haneke Madrid, 23 de febrero de 2013.