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La muerte de una generación flamenca

Un estío cruel éste que se está llevando quejíos y palmas sin pedir permiso. Tras las muertes de El Habichuela y El Lebrijano, ambos a principios de julio, se despide el mes con la de José Menese, un flamenco que no era gitano, de garganta rota y que empezó a cantar al tiempo que remendaba suelas
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Tras las muertes de El Habichuela y El Lebrijano, ambos a principios de julio, se despide el mes con la de José Menese, un flamenco que no era gitano, de garganta rota y que empezó a cantar al tiempo que remendaba suelas
Con la ausencia de José Menese, se cierra el círculo de una generación única, la de los 60, con flamencos ya eternos como El Lebrijano, Fosforito, Naranjito de Triana, El Chocolate o Camarón. José Menese Scott, referente del flamenco de la Transición, maestro de la última época de oro del cante, falleció en la madrugada de ayer en su casa de la Puebla de Cazalla (Sevilla). Tenía 74 años y una mala salud de hierro que le llevaba a asegurar: «Yo no me voy a retirar, siempre que ésta de aquí (la garganta), toco madera, me dure». La garganta pudo más que el corazón. En la puerta de la capilla ardiente instalada en el Museo de Arte Contemporáneo José María Moreno Galván de su municipio natal, en el que se han decretado tres días de luto, le esperaban sus vecinos y, entre otros, su guitarrista de los últimos años, Antonio Carrión. La procesión de gente que acudía a darle el último adiós ha sido incesante. Por la noche fue incinerado en una ceremonia íntima por expreso deseo de su familia.
Sostenía el maestro Menese, que lloró con amargura la reciente muerte de Juan «El Lebrijano», que «no sólo el cante, ha cambiado la humanidad, lo humano, la esencia». Era Menese de hablar claro, de ahí que se presentase como «el hombre más ‘‘apaleao’’ de la historia». Pasados los setenta comprendió que «el flamenco se desarrolla en Sevilla, Jerez, Cádiz y los Puertos». Y veía como «una paradoja tremenda que cuando el flamenco se nombra Patrimonio ‘‘nosequé’’ de la Humanidad sea cuando haya menos cantaores que se salgan de lo esperado». ¿Qué falta? Pues como con los toros, que solamente hay cinco o seis toreros que duelan. Y eso es el cante.Tiene que doler, y si no duele, acuéstate, amigo». Menese, hijo de zapatero, comenzó a cantar remendando suelas. Antonio Mairena –de quien le venían los largos cantes por soleá, seguiriyas y tonás– y su paisano, poeta y pintor Francisco Moreno Galván fueron sus primeros referentes. Antes de la Transición sus letras por soleá fueron abrazadas como una queja contra el régimen. Las letras de carácter social que le escribe Moreno Galván –hay quien sostiene que Menese fue una creación de su padrino intelectual– fueron clave en su papel reivindicativo. Ideológicamente progresista –seguía afiliado desde el 68 al Partido Comunista, aunque sostenía que «ya no existe»– y férreamente conservador en el arte. Menese no aceptaba variar nada más allá de las letras. La melodía era innegociable. Grabó más de 30 discos y fue el primer flamenco que actuó en el Teatro Olympia de París. Menese era un payo –rara avis entre las cumbres del flamenco– que hablaba con seguidillas, con un estilo «puñetero» que suponía para él «un sufrimiento psicológico y físico».
De carácter indómito, figura desde los 21 cuando comenzó a cantar en el Tablao Zambra, al caer alguno de los grandes, solía recordar: «Yo soy republicano. Me acuerdo de eso de Fernando Quiñones de ‘‘Porque a rey muerto / rey puesto / bien que lo dice el refrán / y es antiguo ya / sólo ha conseguido el absurdo criminal / dejar sin padre a esos hijos / y el mundo sigue igual. Esto va a seguir como está’’».
Sin José Menese y su voz jonda –«rajá», la definía él–, sin El Lebrijano, sin El Habichuela, dos grandes fallecidos en este mes a cuyas pérdidas se refería ayer Arcángel– sin Paco de Lucía y Camarón, antes– todos coinciden en señalar que el flamenco, sin duda, no va a seguir como está.