Krahe, adiós al trovador cínico
El músico madrileño, que cultivó una actitud bohemia en su vida y un humor ácido en sus canciones, falleció ayer a los 71 años por un infarto de miocardio.
El mundo de la canción de autor se quedó ayer sin una referencia tan personal y atípica como Javier Krahe, quien falleció a los 71 años por un infarto de miocardio mientras descansaba en su casa del apacible pueblo gaditano de Zahara de los Atunes. Se marchó un músico diferente y extremadamente cuidadoso con el uso de la palabra, siempre al servicio de su punzante y serena forma de enviar mensajes llenos de vitriolo.
Krahe nació en Madrid y creció muy alejado de la vida bohemia y golfa que describió en sus canciones. El barrio de Salamanca y Marqués de Urquijo fueron sus primeros hogares antes de trasladarse a Prosperidad. Abandonó los estudios de Económicas en el primer curso y a partir de ahí se dedicó a cultivar el intelecto y a satisfacer sus ansias creativas y vitales, tan agarradas a la vida nocturna. Luego se marcharía a Canadá tras conocer al amor de su vida, Annik, y finalmente hizo del popular barrio de Malasaña su centro de operaciones artísticas y vitales.
Poesía cantada
Sus primeras influencias fueron Georges Brassens y Leonard Cohen, dos tipos con los que conectaba por su forma de cantar, muy alejada de las convenciones. Además, hacían lo más parecido a la poesía que puede ser una canción. A finales de los años 70 comenzó a recorrer los bares madrileños para presentar sus canciones y en 1980 publicó su primer disco, «Valle de Lágrimas». Krahe seducía a la audiencia con su ácido sentido del humor y la brillantez de sus rimas. Era un tipo de músico que no existía en España. Canciones como «Villatripas», «La hoguera» y «Marieta» pronto se convirtieron en temas legendarios entre la minoría bohemia de Madrid.
Aunque siempre a pequeña escala, Krahe ya se había hecho con un nombre en la capital y en 1981 llegó un álbum inmortal para los limitados confines de la historia de la música española. Fue «La Mandrágora», un concierto junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez que recogió lo que eran esas noches canallas en los bares de Madrid, tan cargados de humo, afecto y humor, con unos intérpretes que podían ser gamberros ahora y románticos empedernidos cuatro minutos después.
Usaba la ironía para abrir heridas y en 1986 Televisión Española vetó su interpretación de la canción «Cuervo Negro», en la que proponía una brutal sátira sobre la ambigüedad ideológica del Partido Socialista Obrero Español. Fue el primer artista de nuestro país censurado en democracia. Después tendría problemas judiciales con la Iglesia, de los que sería absuelto. Mientras, Krahe siguió desarrollando un personaje que incluyó su devoción por el arte del ajedrez y una nociva adicción al tabaco.
En 1999 fundó la discográfica 18 Chulos junto a amigos como Pablo Carbonell, Pepín Tre, El Gran Wyoming y Carlos Faemino, y en 2004 recibió el homenaje de «...Y todo es vanidad», en el que cantaron sus canciones músicos como Rosendo, Enrique Morente, Joan Manuel Serrat, Sabina, Miguel Ríos o Albert Plà. Fue la rendición de tantos amigos y admiradores al hombre de las profundas entradas, la barba blanca, la voz de nicotina, los versos demoledores, el cigarro en una mano y el licor en la otra. Uno de esos músicos a los que no cuesta identificar y a quien es fácil reconocer por su obra.
Krahe se mantuvo activo hasta el final con sus conciertos llenos de ingenio y mordaz crítica a un mundo y una sociedad a los que nunca entendió, manteniendo una relación de amor-odio ciertamente original que arrojó canciones tan memorables como «Mariví», «El dos de mayo», «Como Ulises», «Fuera de la grey» o «El burdo rumor». Nunca fue un compositor demasiado prolífico, pues reconocía dificultades para completar canciones y hacer rimar sus ideas, pero sus composiciones siempre ofrecieron impresiones cercanas a la perfección y su pequeña audiencia se mantuvo fiel. Nunca le abandonó y él nunca se sintió abandonado.
Celebraciones íntimas
Logró convertir cada concierto suyo en una celebración íntima, recitales en los que parecía estar cantando en un salón de cualquier casa. Su propuesta musical era austera, pero siempre supo rodearse de extraordinarios músicos que nunca entorpecieron la gran fuerza de la canción, que era la cavernaria voz de Krahe. Además, no se conoció a músico que hablara mal de él, ya que era famoso por su afable y elegante carácter. El disco en directo «En el Café Central de Madrid», publicado en 2014, supuso el recorrido a 35 años de carrera y hoy, con la fatal noticia de su muerte, se convierte también en su epitafio, el perfecto resumen de un hombre que nunca pretendió ajustar cuentas con el mundo, sino mostrarle con gracia sus diferencias.