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Música, maestro Morricone

Casi 90 años y una vida entera dedicada a la composición. En el libro «En busca de aquel sonido», esta semana a la venta, recuerda algunos de los momentos más importantes de su creación.
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Casi 90 años y una vida entera dedicada a la composición. En el libro «En busca de aquel sonido», esta semana a la venta, recuerda algunos de los momentos más importantes de su creación.
Nombrar a Ennio Morricone es hacer referencia a uno de los responsables de algunas de las bandas sonoras más grandes de la historia del cine, un músico que ha sabido convertir en melodía la fría mirada de Clint Eastwood captada por Sergio Leone, la pasión por un viejo cine casi paradisíaco de Giuseppe Tornatore o el enfrentamiento entre Eliot Ness y Al Capone a la manera de Brian de Palma. A punto de cumplir 90 años el maestro hace balance de su vida, su música y su cine en un libro que aparece la semana que viene de la mano de Malpaso. «En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida» reúne las conversaciones que el veterano músico ha mantenido con su discípulo, el joven compositor Alessandro De Rosa. Estructurado a la manera de una larga entrevista, el volumen tiene mucho de una partida de ajedrez entre dos consumados jugadores, una buena excusa para que vayan aflorando vivencias de todo tipo.
Y los inicios, según relata el protagonista, no fueron fáciles. «Empecé como trompetista, primero acompañando y, a veces, reemplazando a mi padre durante la Segunda Guerra Mundial y, después, en los night clubs romanos y en los estudios de grabación. Cuando comencé a estudiar composición, en ocasiones, ya recibía alguna remuneración por tocar. Poco a poco me fui haciendo conocido también como arreglista: salvo en el conservatorio, nadie sabía nada del compositor Ennio Morricone». Era el principio.
Sergio Leone marcó claramente un antes y después en la carrera del compositor italiano al crear una de las bandas sonoras más célebres y copiadas de la historia del séptimo arte. «La trilogía del dólar», cuyo último título «El bueno, el feo y el malo» se estrenó en 1966, y es también recordada en este volumen. «Los relatos de Leone me sugirieron la idea de incluir el aullido del coyote para evocar la violencia animal del Salvaje Oeste, pero ¿cómo podría lograrlo? Pensé que si sobreponía dos voces roncas masculinas, una que cantaba ‘‘A’’ y otra que cantaba ‘‘E’’ de una manera exagerada, entre el sforzato y el falsete, conseguiría acercarme a ello. Fui a la sala de grabación, hablé con los cantantes, grabamos añadiendo un ligero retumbe y el efecto funcionó».
Labio de Sergio Leone
La colaboración entre Leone y Morricone se inició de una manera curiosa, tal y como rememora el músico, un día cuando sonó el teléfono a finales de 1963. «El tipo dijo que era un director de cine y, sin demasiados preámbulos, añadió que más tarde me haría una visita para hablar más detalladamente de un proyecto. (...) El apellido Leone no me resultaba nuevo, pero, en cuanto lo vi en la puerta de casa algo en mi memoria se activó inmediatamente. Noté enseguida un movimiento en su labio inferior que me recordaba algo: aquel hombre se parecía a un chiquillo que había conocido en tercero de primaria.
Yo le pregunté: «Pero ¿tú eres Leone, el de mi colegio?».
Y él: «¿Y tú Morricone, el que iba conmigo al viale Trastevere?» Como para no creérselo».
«Cinema Paradiso», de Giuseppe Tornatore, señala otro de los momentos álgidos en la carrera del maestro con una partitura que es, al igual que la película, una declaración de amor al cine. Y eso que estuvo a punto de decir que no al proyecto. «Me llamó Franco Cristaldi porque quería que compusiese la música de una película que estaba produciendo. Yo ya estaba muy comprometido y a punto de escribir los temas de “Gringo viejo” (1989), de Luis Puenzo, con Jane Fonda, Gregory Peck y Jimmy Smits, de modo que le dije que no podía. Él insistió tanto que colgué el teléfono casi enfadado. Poco después volvió a llamarme para decirme que, de todas formas, iba a mandarme el guión: “¡Léelo y después decide!”. Lo leí porque Cristaldi era un gran amigo mío y porque siempre habíamos trabajado bien. Al leer la escena final de los besos, caí rendido a su película». Morricone lo dejó todo por rodar con el cineasta, un hecho que define en el libro como «cosas que pasan en la vida: a veces te topas sorpresivamente con algo que has de atreverte a seguir. Aquella escena me impactó muchísimo ya en la página escrita. Cuando vi cómo la había realizado Tornatore en la pantalla confirmé la primera impresión que había tenido de su valía y de su talento narrativo y cinematográfico».
La lista de reconocimientos recibidos por el músico en todos estos años es de vértigo, incluyendo dos Oscar, uno de ellos honorífico y otro por su trabajo en «Los odiosos ocho», de Quentin Tarantino, un cineasta que nunca ha ocultado su admiración hacia Morricone. Previamente a esa colaboración, el director de cine había utilizado temas del compositor en algunas de sus películas, aunque en un marco nuevo. El músico apunta en «En busca de aquel sonido» que «es raro. Tarantino se ha apropiado muchas veces de mi música situándola en un contexto completamente diferente al que yo había pensado cuando la escribí. En cierto sentido, algunas de mis reticencias para trabajar con él se debían al temor que sentía al proponerle temas inéditos, porque, en semejantes casos, el condicionamiento del director y de sus hábitos musicales son muy fuertes, demasiado fuertes». Morricone asegura que pensó en negarse si Tarantino le traía el guión de un western, pero el texto de «Los odiosos ocho» lo convenció porque «me parece más una cinta histórica de aventuras. Los personajes están descritos con tanta minuciosidad y con tanta universalidad que el hecho de que lleven sombreros de vaqueros no es sino una posible ambientación, una circunstancia más».
En este repaso a la vida y la obra nos topamos con un momento en el que el discípulo De Rosa siente curiosidad por saber si hay alguna de estas músicas encargadas por las que ha sentido un cariño especial. «Me siento unido sobre todo a aquellas que me han hecho sufrir. O a los temas de buenas películas que han tenido muy poco éxito, como “Un tranquilo posto di campagna” o “Un uomo a metà”... Luego, sin duda, a “La mejor oferta”, que me parece que tiene algo más, en la escena del cuadro, por ejemplo», según narra el propio compositor. En esta lista también tienen un peso específico «Pura formalidad», de nuevo de Tornattore, con Depardieu y Polanski, por «la sustancia de la historia y la música, que al principio es toda disonante y que progresivamente se vuelve tonal». «La misión», de Roland Joffé, con De Niro y Jeremy Irons, significa otro punto y aparte, aunque la historia pudo acabar mal. «Joffé pertenece a ese grupo de directores que quiere estar en todo el proceso de la fase creativa. Cuando trabajamos en “La misión” insistió en que varios temas se fusionaran en contra de mi voluntad. El productor Fernando Ghia lo mantenía a raya y lo disuadía, pero, si hubiese dependido de él habría intervenido en todo».
Fusión vocal conseguida
En la larga entrevista el músico rememora cómo se llevó a cabo el proceso de trabajo en una de sus partituras más celebradas: «Era fundamental lograr una fusión vocal donde por momentos algunas voces emergiesen y fuesen libremente reabsorbidas por el coro. Gracias a las embajadas inglesas contábamos con cantantes aficionados de varias nacionalidades que repartí al azar dentro de un pequeño coro de profesionales. Una soprano podía estar entre los tenores y un contralto entre las sopranos: aquella disposición era fundamental para que el conjunto fuera más realista».
En nuestro país Morricone también ha trabajado con Pedro Almodóvar. Fue en «¡Átame!» y la experiencia no resultó tan enriquecedora como se esperaba porque «no conseguía saber si los temas que había escrito le gustaban o no». Morricone recuerda que el cineasta manchego acudió a las sesiones de grabación en Roma, pero «el problema es que siempre me decía “Vale”. Sin sombra de entusiasmo, calor o participación. Para él siempre todo estaba “bien”. Llegué a tener la impresión de que estaba deprimido, nada parecía gustarle de verdad. Años más tarde, cuando lo vi en Berlín, donde los dos teníamos que recoger un premio, le dije: «Oye, dime la verdad, la música de “¡Átame!”, ¿te gustó o no?». Antes de que tuviera tiempo de terminar la pregunta, me contestó con gran entusiasmo: «¡Me gustó muchísimo!». Y rompió a reír. Quizá ni siquiera la recordara... Todavía hoy sigo con la duda, ¿le gustó o no?».