Muti, en olor de multitudes
Crítica de clásica: temporada del Teatro Real. «Misa de Requiem», de Verdi. Voces: Tatajana Serjan, Ekaterina Gubanova, Francesco Meli, Ildar Abdrazakov. Coro Titular del Teatro Real, Coro de la Comunidad de Madrid. Orquesta Titular del Teatro Real y Orchestra Giovanile Luigi Cherubini. Director: Riccardo Muti. Teatro Real, 14-IV-2014. Madrid.
Si expectación causó Muti en Toledo, no menos levantó en Madrid. Todas las entradas agotadas, tal y como se informaba en la web de compras por internet del teatro, rediseñada para reducir transparencia, favorecer oscurantismo y entorpecer la venta. Se dice que la página de compras no debe ser informativa. ¿Qué entonces? Escribiré próximamente al respecto. Pero no sólo agotadas las entradas, sino muchos carteles en la puerta pidiendo si sobraba alguna localidad. Como en la época de Karajan. La entusiasta ovación de bienvenida marcaba otra diferencia, como después los vítores durante casi quince minutos. ¿Justificado? Pues sí. Muti se ha quedado con la herencia del testimonio verdiano a través de Toscanini y Votto. De hecho hasta ha publicado un libro, «Verdi, el italiano», aún pendiente de traducción aquí. Son muchas las lecturas escuchadas a lo largo de una dilatada vida crítica. Resaltaré las de Karajan, con voces de las que ya no existen y el más bello sonido, Abbado, Giulini –quizá la más equilibrada–, Mehta, la del mismo Muti en Salzburgo hace años y una de especial recuerdo: la de Maazel con la RTVE, en la que gocé del inmenso placer de estar encerrado en un camerino con los cuatro solistas y el maestro mientras éste les machacaba. Eso implica que uno tiene su propia visión de la obra y no tiene por qué coincidir exactamente con ninguna de las anteriores. La de Muti es coherente desde unos acordes iniciales en los que ya las dos orquestas unidas mostraron calidad y compenetración. Magnífico empiece. Para él se trata de una obra religiosa, pero a la manera que los mediterráneos concebimos la religión y sin olvidar que Verdi, por mucho que quisiera honrar con ella primero a Rossini y luego a Manzoni, tenía que hacerlo empleando las armas en las que era ducho, es decir, las operísticas. De ahí la tremenda respuesta del «Dies Irae» a la petición de clemencia del cuarteto y el coro en el número inmediatamente anterior. De ahí la exigencia, potente, de la soprano en su primer «Líbrame Señor de la muerte eterna» para acabar resignada en la tercera. Todo ello lo plasma Muti perfectamente, de forma realista, quizá sin la espiritualidad de Giulini, a cambio de solidez. Y, como Muti domina Verdi, se lanza con un «Lacrimosa» –ése que aparece en la versión francesa de «Don Carlo»– de marcada teatralidad en tempo y expresión. A uno quizá le hubieran gustado algunos otros matices, como vocalidad más entrecortada, en musitado staccato, en las frases «Quantus tremor est futurus...» del «Dies Irae», pero no me voy a comportar como ese técnico del Ayuntamiento madrileño que le dibujó un garabato en sus planos a Norman Foster, porque seguro que Muti tiene su justificación para todo.
Al Real con una ópera
Contó con un buen cuarteto solista, en el que sobresalió claramente el timbre y la línea italiana de Francesco Meli en un exacto «Ingemisco» y un «Hostias» de claro diseño de Muti, a quien obviamente se debió la compenetración y homogeneidad de concepto de todos. Los cuerpos estables del teatro, a los que se unieron los coros de la Comunidad de Madrid y los jóvenes de la Cherubini merecen una sincera felicitación. Termino con la esperanza de que Muti vuelva al Real para dirigir una ópera seria, una vez comprobado que dispone aquí de los medios adecuados sin tener que importarlos. No estaría mal que el Real tomase el relevo a una Roma en problemas.