No hubo quinto bueno
Crítica de ópera: Bodas de Fígaro. De Mozart. Voces: L.Pisaroni, S.Soloviy, S.Schwartz, A.Wolf, etc. Orquesta y coros del Real. Dirección escénica: E.Sagi. Dirección musical: I.Bolton. T. Real. Madrid, 15-IX-2014.
«Bodas de Fígaro» se han programado en el Real en las temporadas 1997/98, 2002/03 y, ya con la presente producción de Sagi, en 2009 y 2011. Al público le interesan no sólo los divos sino también y fundamentalmente los títulos. Dado que teatros y salas de concierto son deficitarios y que las instituciones públicas han de ser quienes fundamentalmente los financian, debería ser requisito indispensable mantener una alta ocupación de las salas mientras duren los recortes, satisfaciendo a la mayor cantidad de público y tratando de lograr máximos de taquilla para que la financiación pública sea la más reducida posible. Ello, junto a la conveniencia de que no hiciesen falta muchos ensayos antes de un temprano estreno, han aconsejado la reposición por quinta vez y con diez representaciones, aunque a muchos les haya sorprendido. También pueden justificarse cambios de última hora en la programación como la salida de la Fura del «Fidelio», ante su falta de tiempo para prepararla, o incluso el cambio de producciones para «Hansel y Gretel». No así, en modo alguno que, junto al «Gianni Schicchi» ideado por Woody Allen, se ofrezca «Goyescas» en versión de concierto, porque ni siquiera el ajuste presupuestario lo disculpa. Sobre todo desde que las entradas del Real están exentas de IVA. Aunque hayan decidido no bajar su precio.
Estamos ante unas «Bodas» realistas, pero también ensoñadoras y nostálgicas, de Emilio Sagi, regista habitualmente de buen gusto y a quien le gusta meterse en las obras y comprender las intenciones de los compositores, que cuenta con goyesco vestuario de Renata Schussheim y vistosa escenografía de Daniel Bianco para una acción en la Sevilla del siglo XVIII. No hurta luz, pero los recortes se han llevado parte de los olores a azahar. Allí está la opresión de los nobles sobre los sirvientes, pero también la alegría de vivir de estos y, por doquier, la componente erótica innata a la pieza teatral y también a la música. Se trata de un gran título en el que Beaumarchais, Da Ponte y Mozart lograron hacer realidad lo que la ópera debe ser: teatro y música, música y teatro. La producción del Real hacía justicia a la obra, pero a fuerza de verla se van apreciando carencias y defectos, como una excesiva amplitud que deja desnudos a los actores.
Se esperaba mucho de la dirección musical de Ivor Bolton, tantas veces admirado en este repertorio y aún más recordando las bien ordenadas pero pesantes lecturas que ofrecieron López Cobos y Victor Pablo en el pasado. Sin embargo no apareció más que en la obertura el carácter ligero, vivo y centelleante de Mozart. Bolton dirigió para el Mozarteum y no para el Grosses Festspielhaus, para la Zarzuela y no para el Real. Le sobraba escena para tan contenida lectura. En el reparto sobresalió la condesa de Sofia Soloviy, particularmente en el «Dove sono», más por musicalidad que por calidad vocal. Luca Pisaroni, como Conde, no logró apartar los tics de Fígaro, papel que abordó aquí en el pasado, escaseando autoridad y quedando alicorto en su gran escena del acto III «Hai gia vinta la causa». Cumplieron Sylvia Schwartz como Susana con una voz pequeña y Elena Tsallaova como Cherubino –¿cómo es posible no ser aplaudida tras el «Voi che sapete»?– flojeando bastante Andreas Wolf como Fígaro con carácter más propio de un votante vengativo de cierto partido político en boga que de un siervo ocurrente. Apena ver a José Manuel Zapata en el bien interpretado pero poco enjundioso papel de Don Basilio.
Se dice que no hay quinto malo, pero esta temporada de transición tuvo un inicio tristón, con apenas seis minutos de aplausos finales. Una novedad: los críticos sentados, juntos en fila, en uno de los sitios con peor acústica del teatro. ¿Será que no querían que escuchasemos?