Ramoncín: «Bob Dylan se porta como un gilipollas»
El músico publica una caja de tres discos, «Quemando el tiempo», más una película biográfica, para poner en perspectiva su carrera musical
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El músico publica una caja de tres discos, «Quemando el tiempo», más una película biográfica, para poner en perspectiva su carrera musical
No hay una figura que se le pueda equiparar en términos de polémica entre los músicos en España. Ramoncín, el rey del pollo frito, el provocador, el chuleta, el tertuliano, el activista por derechos de propiedad intelectual, el directivo de la SGAE que fue imputado y después absuelto. El Ramoncín que escribe canciones. ¿Cuál de todos es el verdadero? ¿Somos como nos ven los demás? A estas preguntas trata de responder, libre de procedimientos judiciales, José Ramón Julio Márquez Martínez (Madrid, 1955) con «Quemando el tiempo», una caja de 3 discos más un DVD que repasa la carrera del músico y que incluye una película, «Una vida en el filo», que trata de contar la historia de la persona y el personaje. Del «Arañando la ciudad» al «Crónicas Marcianas». De protegido de Umbral a apedreado en el Viña Rock. Ramoncín visto por él y por invitados como Loquillo, Johnny Cifuentes, Miguel Ríos y hasta Felipe González.
–Quiere narrar los hechos.
–Sí, y es difícil porque existe una objetividad, lo que más se aproxima a la verdad. Creo que los hechos me han ido dando la razón. Quiero contar mi historia con objetividad, porque hay más información y eso es más confusión, el bulo es la pólvora.
–Quiere contar también su historia como músico.
–Es que falta mucho conocimiento. Se oye música de usar y tirar, sin mensaje, sin jugarse el tipo. Puede que sea un asunto generacional que no tiene arreglo.
–¿Antes había más mensaje?
–Los grupos tocan en festivales y no tienen historia que contar. Yo publiqué «Marica de terciopelo» en el 78, sin Constitución, y la canté en una emisión que vieron 19 millones. Había dos policías en el plató que pensé que me iban a detener. Y delante de ellos, le dediqué la canción a los presos políticos.
–¿Sufrió represalias?
–Me censuraron y se inventaron bulos. Que me la sacaba en el escenario y me ponía a mear.
–En alguno de sus conciertos había cierto desbarre.
–En «El gran musical», que sale en la película, actué ante 20.000 personas y se peleaban entre ellos. Las chicas tiraban flores y los otros se subían y me tiraban huevos porque yo los había tirado en un concierto anterior.
–Se acercaron a usted Umbral y Cela.
–Mi actuación de «Marica de terciopelo» fue portada en todas partes. Sólo se hablaba de mí, y Umbral escribió que siguiera dando caña, que me escapase de la mierda como pudiera. Él era un poeta y le llamé, antes era fácil. Fue amor a primera vista. También iba a mis conciertos Torrente Ballester. Escribió que mis letras le recordaban a la «beat generation» y a Walt Whitman, decía cosas muy bonitas. Creo que el rock ha pecado de falta de sentimiento renacentista. Es decir, que bebes cerveza, fumas porros y llevas el pelo largo. Y no te duchas. Pero yo me metí en lugares en los que no estaba invitado.
–Usted tuvo un historial con las casas de discos.
–Es que había muchos que consideran que eres un producto y nada más. Uno intentó escribirme las letras y me largué. Otro quiso que le pagase una moto porque un disco mío se había vendido muy bien.
–En una ocasión se presentó con una lata de gasolina.
–Los contratos tenían 18 páginas y 16 eran de cláusulas abusivas. Y los discutía enteros. Llegué a pasar una frustración tremenda, pero aquel incidente se exageró. No le eché la gasolina a nadie por encima. Solo dije que estaba dispuesto a quemarlo todo. Y me dieron la carta de libertad.
–A los rockeros se le conoce por sus enemigos.
–Y en eso Loquillo siempre ha dicho que él es el número dos, porque el uno soy yo. No eres rockero porque te pongas una chaqueta de cuero y llevas una guitarra. La cuestión es cómo se produce un rockero.
–¿Y qué hace a un rockero?
–Alguien que tiene una actitud y un compromiso ante la vida.
–¿Y eso genera enemigos?
–Es inevitable, sobre todo, si no mantienes la boca cerrada.
–¿Le han intentado callar?
–Te callan la boca vaciándote el estómago, como cuando me echaron del «Lingo». Si estás callado, harás rock pero no serás un rockero. Así ha sido con toda la tradición. Otra cosa es llegar a la estupidez de Bob Dylan. ¿No quieres el premio? Dilo, pero no lo conviertas en un culebrón. Ha pasado de raro a gilipollas. Resulta que acabas de grabar un disco maravilloso y te traes esta estupidez... no, no es eso.
–La SGAE ha sido un calvario.
–Desde luego. Decidí contarlo donde debía, en la Audiencia Nacional, y diré más cuando toque. Lo que ha pasado es grave. He ganado el campeonato de los pesos pesados a los puntos, pero tengo una paliza encima enorme. Doce asaltos recibiendo hostias. Tres magistrados dicen en términos jurídicos que me dejen en paz. Que no he hecho nada.
–¿No ha pasado nada?
–De mí dijeron que había matado a la abuela. Y va para siete años, más dos de investigación. Supongo que habrá sobreseimiento, porque no va a ninguna parte. Cuando entraron, se buscaban 400 millones de euros, que yo me partía de la risa porque se recaudaban 360 al año y el 90 por ciento se repartía. ¿Y en todo este tiempo no se ha abierto un juicio? Pero vamos a ver, si los guardias civiles saltaron la tapia y la puerta estaba abierta...
–¿Los músicos le agradecieron su compromiso?
–Hay una parte de colectivo de cómplices silenciosos y de hipócritas. Nadie sacó la cara y yo me quedo con lo que dice Miguel Ríos en la película, que se siente avergonzado del comportamiento de algunos compañeros.
El lector
Ramoncín lee todos los días los cuatro diarios que se editan en Madrid porque «el sesgo es muy chungo, hay que ver un poco de cada». De la misma manera, defiende que las emisoras de radio hay que alternarlas. «Si oyes sólo una, la has cagado». «Yo tengo la costumbre de leer los cuatro principales diarios y ver tres informativos en televisión distintos. Si no, es imposible estar informado. Pero es que, además, es importante tener un criterio previo».