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The Clash, atlas completo de geografía musical

Una lujosa y detallista reedición de los discos de la banda británica devuelve el brillo a su relevante mensaje y su maestría musical
larazon

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Una lujosa y detallista reedición de los discos de la banda británica devuelve el brillo a su relevante mensaje y su maestría musical
Necesitamos más que nunca a The Clash. Estamos en tiempos de música domesticada e inofensiva, ensimismada y vacía de contenido. En cambio, basta escuchar unos segundos de los discos de su corta (aunque prolífica) carrera y sentir la integridad de una actitud y la fuerza de su mensaje tan rabioso como demoledor. Nunca una banda de rock ha creído a la vez estar al servicio de una misión más importante que la música y a la misma altura que sus propios seguidores. Pero The Clash eran diferentes y su obra, mestiza y política, de su tiempo y contemporánea, suena más nítida ahora remasterizada y reeditada en conjunto con todo tipo de afiches en una caja de 8 CD y un DVD de la que se han hecho cargo los miembros originales del grupo Mick Jones y Paul Simonon con la participación de Topper Headon, el batería original.
«Ha sido un trabajo meticuloso de colaboración con los músicos –dice Kelly Gateson, de la discográfica Sony UK–. Mick Jones se ha ocupado de todo el trabajo sobre las cintas originales de las grabaciones, que resulta que no eran de demasiada calidad» por la forma que tenían The Clash de grabar, a toda velocidad. «También han descubierto sonidos que estaban ahí pero apenas se escuchaban y muchas tomas alternativas y ensayos que se editan con los discos originales», explica. Por su parte, Simonon se ha encargado del diseño de la caja, que tiene apariencia de radiocasete, de un «loro» grande y de las pegatinas, pósters y la reproducción del fanzine «Armagideon Times» que se incluyen en la caja. Topper Headon, que no fue considerado una pieza importante en el grupo hasta que fue expulsado y su ausencia se hizo enorme, también ha participado. La edición incluye los discos de estudio de The Clash salvo «Cut the Crap» (1985), un álbum de escasa calidad que no puede considerarse en esencia disco de los británicos, ya que fue grabado por Joe Strummer con el mánager del grupo, Bernie Rhodes, después de que expulsaran al resto de miembros. Y es que The Clash fue una banda llena de contradicciones como le corresponde a un grupo surgido de un «squatter» (casa okupa) que alcanza la fama mundial.
«El futuro no está escrito»
The Clash conectaron con el mundo porque venían del fondo, del más sumergido «underground». Y eso se notaba en la actitud combativa, que abrazó el punk por su ética y temática: les interesaban los problemas del tipo de la puerta de al lado. Ese fue el tiempo de su lucha contra organizaciones fascistas como el Frente Nacional británico, de sus llamadas a la revuelta. Y es que en 1977 parecía que el mundo se iba a acabar, y por eso cantaban al hijo del obrero blanco que bailase en el apocalipsis. Sin embargo, Mick Jones y Paul Simonon habían educado su sensibilidad musical escuchando el reggae salir por las ventanas de sus vecinos jamaicanos en el este de Londres. Pronto convirtieron su mensaje y su música en algo global. Y cambiaron el lema punk del «no hay futuro» por «el futuro no está escrito». Así se convirtieron sus canciones en atlas de la actualidad: de las «Spanish bombs» a la revolución sandinista, se autodefinían como un grupo «antiignorancia» que contaba lo que los medios de comunicación callaban. Cantaban con espiritualidad indígena a los problemas del mundo: armas nucleares, derechos civiles, lucha contra la autoridad. Sin embargo, fue precisamente la actitud autoritaria uno de los elementos que crearon tensión dentro de la banda, organizada jerárquicamente en lo que algunos testigos de la época han calificado de actitud fascista. Sea exagerado o no, lo cierto es que en The Clash se discutía de política y los excesos verbales eran los más inofensivos comparados con el entusiasta abuso de drogas.
También era una familia que giró y grabó sin descanso durante seis años. Ahora los grupos se van de vacaciones, pero ellos no. Inevitablemente tenían que surgir los problemas. Strummer quería la fama y que su banda fuera la más grande de la historia y, cuando más cerca estaba, se sintió culpable por convertirse en ídolo y sus discos en objetos de consumo. Mick Jones, en cambio, sólo quería ser una rockstar, una «prima donna». Paul Simonon estaba siempre en su propio planeta y Topper Headon consumía demasiadas drogas. The Clash llenaban estadios, alcanzaron el «número 4» en las listas americanas con «Rock the Casbah» (por cierto, una canción que había compuesto Headon y que publicaron tras expulsarle) y sonaban en toda la ciudad de Nueva York. Pero se hartaron unos de otros y el propio Strummer reconoció sus errores: «Caímos en todas las trampas en las que un grupo que empieza de cero puede caer cuando se hace famoso: egocentrismo, creerse un genio, hacer discos flojos y meter en ellos sonidos de hormigas amplificados...». Puede que el enorme éxito contaminase su espíritu, pero todos coinciden en que la presión se hizo insoportable.
La caja que ahora se reedita tiene la virtud de dar visión de conjunto, de mostrar los lados ocultos del arte de The Clash; por ejemplo, lo enormes contadores de historias que eran en cualquier género del que echasen mano: rockabilly, rock & roll, soul o jazz se mezclaban en su coctelera. Cabe la duda de si a Joe Strummer, que insistió en que sus discos se vendieran a precios bajos («Sandinista!» fue un triple álbum a precio de sencillo), le gustaría la idea de una caja, que a la venta hoy ronda los 210 euros. Pero antes de morir ya vio reeditado un recopilatorio y dejó clara su postura: «Es un recopilatorio, puedes comprarlo o ignorarlo», dijo. «Vale la pena y es especial porque es la historia de la banda y la firma que quieren dejar para la posteridad sus miembros, que han decidido lo que era relevante. Es un monumento», sostiene Kelly Gateson, de la compañía de discos Sony. Ésta no es una reedición cualquiera: es la firma en la historia de un grupo imprescindible. Palabras mayores.
Es difícil citar un grupo hoy, en estos tiempos de depresión económica, capaz de cantar a las preocupaciones que abordaron ellos: la lucha contra el nacionalismo, las desigualdades y la injusticia social. Tristemente se puede decir que su vigencia está fuera de dudas, como si, aunque sus premoniciones y sus llamadas a la revuelta no se cumplieron, resulta que las canciones del futuro las estaban escribiendo ellos.

Conexión negra

El punk no era cosa de negros hasta The Clash. «Police and thieves» atrapó al público afro por sus influencias jamaicanas, y el grupo, por ejemplo, fue el primero en llevar consigo de gira a The Specials. Pocas veces se reivindica (y en la caja está grabado para el que quiera comprobarlo) que en 1980 grabaron «The Magnificent Seven », un rap en toda regla que confirmó su idilio por Nueva York, la ciudad que tomaría el relevo de capital mundial de la música. Durante 17 noches seguidas en la Gran Manzana eligieron a Grandmaster Flash como teloneros. Y los temas más bailongos de «Sandinista!» como «Rock The Casbah» o «Charlie Don't Surf» sonaban en los guetos, en los radiocasetes de los parques y las canchas de baloncesto de Harlem, de ahí la acertada presentación de la caja (en la imagen). Otra vez el hombre blanco robaba su música a los negros, pero, en esta ocasión a la fiesta estaba invitado todo el mundo.

El detalle

UNA CAJA LLENA DE SORPRESAS E INÉDITOS

No es esta reedición una excusa para exprimir el mito, ni mucho menos. Lo prueba la avalancha de material nuevo que llega en los 8 CD y el DVD: una enorme cantidad de tomas de canciones alternativas, caras b y versiones para la radio, incluidas imágenes grabadas de la primera sesión de The Clash en la Beaconsfield Film School en 1976. Imágenes caseras de unos jóvenes punkies que ha editado Julian Temple.