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Un primer cuento sobre concursos

La Razón

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«Malditos concursos amañados» era el título de mi artículo la pasada semana. Habida cuenta de la recepción del mismo, vuelvo esta semana para empezar a contarles el primero de un par de cuentos al respecto, que revelan su improcedencia y el mal uso del código de buenas prácticas. Érase una vez un teatro en el que convivían las temporadas de ópera y sinfónica de la orquesta titular. Ópera y orquesta compartían un mismo titular artístico y una misma gerencia desde hacía años. Era una estructura lógica de cara al ahorro de costes y coordinación. Sin embargo los problemas entre orquesta y director llevaron a dividir la titularidad artística en dos. El tiempo demostró que la relación entre ambos era inexistente. Para arreglarlo, las administraciones decidieron prescindir de la persona hasta entonces gerente y convocar un concurso para cubrir su puesto. El código de buenas prácticas, diseñado en 2008 por Juan Carlos Marset, director del INAEM y apoyado por Cesar Antonio Molina, determinaba la convocatoria de un concurso para elegir determinados cargos en las instituciones culturales públicas y, obviamente, el correspondiente jurado. Así se hizo, pero quien hace la ley hace la trampa. Desde las alturas se determinó la persona más indicada para ocupar el puesto de gerente del teatro y se redactaron las bases para ajustarlas a su perfil. Se convocaron el concurso y un jurado instruido, se presentaron bastantes candidatos con sus respectivos proyectos y empezaron a surgir filtraciones. Había habido un fallo: las bases redactadas con el nombre dado al cargo obligaban a que los candidatos tuviesen titulación superior, hecho que no se daba en el caso del favorito quien, dándose por elegido, había dejado previamente su trabajo en una empresa privada a fin de evitar incompatibilidades. La solución de las autoridades fue cancelar el concurso y anunciar que se iba a dividir en dos la responsabilidad gerencial, con un nuevo concurso sólo para el teatro y otro para la orquesta. Dos directores y dos gerentes para una misma casa y todo por una sola razón inicial: la mala relación entre un maestro y su orquesta. El favorito se descartó presentándose a otro concurso, que sí ganó, en las antípodas geográficas y nuestra ciudad se quedó sin su candidato oficial. Quizá hartos de tanto paripé, varias de las administraciones que integran el gobierno del teatro decidieron tomar el toro por los cuernos pactando un candidato y proponiéndoselo a quien no podía negarse. El teatro ya tiene gerente. Pero en breve habrá otro en la orquesta con dos directores artísticos que siguen sin aguantarse. Cuatro sueldos en vez de dos, varios concursos y candidatos que trabajaron inútilmente en sus proyectos. Así es nuestra España. Continuará.