Vivan los cincuenta de Clapton
Viéndole en la portada de su «Old Sock», su nuevo disco, nadie diría que Eric Clapton es un memorable superviviente tras una vida trufada de nocivos flirteos. Próximo a alcanzar los 68 años, sonríe con absoluta falta de glamour, pero con la probable satisfacción de quien logró mantener cuerpo y mente a salvo tras tantos naufragios. Ahora cumple 50 años de carrera dentro de una vida increíblemente singular. Nacido el 30 de marzo de 1945 en el pequeño pueblo de Ripley, a 40 kilómetros de Londres, Clapton creció con el estigma del niño nacido de una relación extramatrimonial que le marcó de por vida. Fue criado por su abuela materna y el segundo marido de su madre, y en la creencia de que ésta era su hermana mayor. Todo un galimatías que más tarde le generaría un profundo rencor y, también, una carencia afectiva que afectaría a su crónica inseguridad, tanto vital como artística.
La leyenda del Clapton músico nació en 1963. Tras un par de años de aprendizaje en bandas menores, se unió a los Yardbirds y ahí comenzó a asombrar a toda la ciudad de Londres. Ningún músico blanco tocaba música negra como él. A un lado del escenario, con su profunda timidez, era capaz de llevar la música de Chuk Berry y John Lee Hooker a otro nivel, con un estilo propio que unía técnica y corazón. Aquella aventura duró 18 meses, el tiempo justo para ganarse su apodo de «Mano lenta». No tanto por su velocidad como por su elegancia. Y todo por sus actuaciones en directo, pues en las pocas grabaciones que Clapton hizo con los Yardbirds nunca dio su verdadera dimensión.
Su siguiente paso fue de gigante: unirse a la banda de John Mayall. Y con él grabó un álbum demoledor, salvaje todavía hoy: «Blues Breakers with Eric Clapton», una cumbre del blues blanco y de la música en general. Luego llegaron los supergrupos de Cream y Blind Faith, con los que logró duplicar su mito. En el metro de Londres apareció pintada una de las grandes leyendas de la historia de la música: «Clapton is God» (Clapton es Dios). Al tiempo, comenzó a mostrarse voraz en la ingesta de drogas. Tras un infravalorado primer disco en solitario, «Eric Clapton», en 1970 se tapó detrás del nombre de Derek & The Dominos para crear su banda definitiva y su disco definitivo: «Layla & Other Assorted Love Songs». Escuchado ahora, el álbum sigue provocando escalofríos, tanto por las composiciones del propio Clapton como por su desesperada forma de tocar y cantar. La banda sonaba espectacular y su gira fue una cima de la guitarra eléctrica, incluyendo sendos conciertos en el Fillmore que ya son historia. Pero por ahí se extravió. Desesperado por los rechazos de Pattie Boyd (mujer de George Harrison) se entregó a la heroína y ahí comenzaron sus años perdidos. Cómo salió vivo de aquello es hoy una de las grandes incógnitas de la historia del rock and roll. En 1974, ya conquistada Pattie Boyd, regresó a los estudios y después, a la carretera. Aunque no volvió a probar la heroína, el alcohol y la cocaína fueron sustitutos.
Salvado por «Unplugged»
Poco a poco, y con tanto halago peligroso, Clapton fue cayendo en la autocomplacencia musical. A partir del estimable «Another Ticket» (1981), su carrera se fue hundiendo creativamente al mismo ritmo que su hígado se sumergía en el vodka. Ya en la década de los 90, se acostumbró a vivir con la tragedia. Si durante las dos anteriores décadas vio caer a incontables amigos y músicos, las pérdidas se acumularían en sus años de madurez. Nada sería más terrible que lo ocurrido el 20 de marzo de 1991, cuando su hijo Conor, de cuatro años, cayó desde un rascacielos de Nueva York por descuido de sus cuidadores. Clapton volcó su pena en la lacrimógena canción «Tears in Heaven» y un año más tarde logró su gran renacimiento artístico y comercial con la publicación de su «Unplugged». En su enésimo error de cálculo, no quería sacarlo por «la gran cantidad de fallos que tenía», pero las opiniones de la compañía prevalecieron y le hicieron ganar millones de dólares y decenas de premios, incluyendo seis grammys. Desde entonces, y ya sobrio, Clapton graba y gira con regularidad, aunque sólo recupera verdadero brillo cuando regresa a los brazos del blues y la pureza. Tratando de recuperar el tiempo perdido, en estos últimos años participó en el 70 aniversario de John Mayall, reunió a Cream y giró con Steve Winwood. Y con notable éxito creativo, pues el comercial se da por supuesto. En sus últimas giras sigue a muy buen nivel, volviendo a sus raíces con conciertos fantásticos llenos de viejas piezas de los Dominos, Blind Faith y versiones del viejo blues de Johnson. Con «Old Sock» regresa a la carretera, aunque España –cómo no– vuelve a quedar fuera del programa, aunque anuncia que dejará de hacer giras cuanso cunpla los 70, eso será el 30 d emarzo de 2015. Sólo se le verá en conciertos esporádicos.
«Siempre quise ser el mejor guitarrista del mundo, pero eso es imposible. Es sólo un ideal», dijo una vez. Hoy es probable que pudiera cambiar ligeramente esas palabras por algo como «siempre quise ser el hombre más feliz del mundo». Después de todo lo vivido (y lo malvivido), no parece un mal plan. Y probablemente esté muy cerca de lograrlo.
El detalle
UN CALCETÍN VIEJO
«Old Sock» (calcetín viejo) es su nuevo álbum y en él se recogen, efectivamente, cosas viejas. Tanto por el buen número de estándares elegidos como por la recuperación de hábitos antiguos. Es un álbum que destila despreocupación y el simple deseo de pasarlo bien. Hay mucho «country» y «folk», bastante «reggae» y algo de «swing». Así, canta junto a McCartney una relajada versión de «All of Me», se divierte con el festivo «reggae» de «Futher Up On The Road», copia en «Angel» el «You Ain't Goin' Nowhere» de Dylan junto a J.J. Cale. Lo mejor del álbum está en «Gotta Get Over» junto a Chaka Khan, y en la sorprendente versión del «Still Got The Blues» junto a Steve Winwood.