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Nieves Abarca: «El género negro es un entrenamiento para escribir cualquier cosa»

En «Voraces», su primera obra de ficción en solitario, recupera, entre otras figuras históricas, las de Juana de Vega y Francisco Espoz y Mina
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Después de cinco novelas de género negro en compañía del criminólogo y psicólogo Vicente Garrido, Nieves Abarca se decidió, por fin, a dar el salto y escribir en solitario. Primero nos sorprendió con un excelente poemario gótico, «Anoche soñé con Glenn Gould», y, poco después, con la extraordinaria novela «Voraces» (Espasa), tan difícil de catalogar como la propia autora. Un relato entre lo histórico, lo gótico, lo aventurero y lo romántico, que se desarrolla en dos tiempos y dos lugares –el Londres de 1830 y la Coruña de 1850–, y por donde circulan personajes reales tan apasionantes como Espoz y Mina, Juana de Vega, el general Torrijos, Espronceda, el duque de Wellington y el inefable rey felón, Fernando VII. Represión, exilio, ideales, sociedades secretas, complots, el cólera y una maldición no son más que algunas de las sorpresas que depara esta imprescindible obra.
–Parece ser que fueron dos mujeres las que le condujeron a escribir esta historia: Juana de Vega, la esposa de Espoz y Mina, y la editora Belén Bermejo.
–Así es. Escribí una columna para «La voz de Galicia» sobre Juana de Vega en la que contaba que ella había hecho embalsamar el corazón de Espoz y Mina en su tumba, en el cementerio de San Amaro. Esa es una historia tan gótica y tan extraña en sí misma que a Belén Bermejo le llamó tanto la atención que me pidió una novela gótica sobre ambos. ¿Qué ocurre? Que cuando me pongo a investigarlos me doy cuenta de que conocían a Espronceda, a Torrijos y al duque de Wellington –que era la gran decepción de Espoz y Mina porque habían luchado juntos en la Guerra de la Independencia–y de que en su entorno había un montón de gente maravillosa para escribir una trama. Me sorprendió mucho que nadie hubiera escrito sobre todo esto y decidí hacerlo yo.
–Y lo hizo de la mano de la fascinante Juana de Vega, toda una feminista de su tiempo, ¿no?
–Es que aquí en Coruña es una cosa tremenda: todo el mundo está callado, pero... aquí estaba la Pardo Bazán, estaba Juana de Vega... Y ella es como aparece en mi libro. Me tomé mis licencias, pero leí su biografía y su personalidad era tal cual la describo: una señora arrojadísima, que cuando vio por la ventana a Espoz y Mina casi se tira por ella, porque, aunque él tenía 20 años más, quien tomó la iniciativa para casarse con él fue ella, que eran cosas que en aquella época eran avanzadísimas.
–¿No ayudaba que fuera una mujer con dinero?
–Ayudaba que su padre, como le pasó también a Emilia Pardo Bazán, no solo tuviera dinero, sino que les permitieran que se educaran, entre comillas, como hombres. El tema siempre era el padre en aquella época, porque era quien te podía empujar. Más que la madre, porque tenía más poder. Era quien podía decir «deja leer a la niña» y la niña leía; «déjala estudiar latín», y la niña estudiaba latín. Ayudaba que fueran ricos, pero también que fueran cultos.
–La fantasía, lo gótico, lo romántico y lo macabro –no desvelemos nada– envuelven un retrato muy preciso de los personajes de la época y también amparan sus ideales políticos y sociales. ¿Era imprescindible recogerlos en la historia que cuenta?
–Claro, porque la base de la historia es la lucha absurda por la libertad que tenía esta gente. Espoz y Mina era mucho más cauteloso y más frío, pero Torrijos era un romántico empedernido. Se quería ir allí y morir allí, aunque sabía que aquello se iba a ir al cuerno, porque se lo estaba diciendo todo el mundo. De hecho, se enemistó con Espoz y Mina porque le decía que no era viable que desembarcaran en una playa y esperasen que toda España fuera a socorrerles; pero a Torrijos le daba igual: él quería morir por la libertad, ese era su fin. Entonces, claro, el fondo de esta novela es, fundamentalmente, que son todos voraces por la libertad.
–Pero hay otras voracidades en el relato, ¿no es así?
–Es cierto, los villanos también son voraces por algo. Unos lo son por el poder, otros por la libertad y otros, por la sangre.
–¿Y no los hay incluso voraces por amor?
–Y hasta por amor, claro. El romanticismo era el exceso horrible de muchas cosas, pero también había excesos maravillosos. Y eso es lo que intenté reflejar. Es la huella de tantas novelas góticas con las que yo me crie y que no leyó casi nadie.
–Dirá usted que ha abandonado el género negro, pero en esta novela hay intriga y está sustentada a lo largo de todo el relato en una trama impecable. Eso es muy negro.
–Creo que el género negro es un entrenamiento para escribir cualquier cosa, porque hay que fijar una trama perfecta en la que si aparece un violín hay que usarlo, y si el inspector se fija en un jarrón con flores, también. Tienes que tener el cerebro muy fino para saber qué estás escribiendo y que esa trama tenga un ritmo. Y después de cinco novelas, que han sido cinco talleres de escritura a lo bestia, siempre se me va a quedar en la cabeza.
–A veces las reglas del género negro son demasiado estrictas. ¿Le apetecía más autonomía?
–Es verdad que hay cosas que se están convirtiendo en una especie de obligación en la novela negra que me molestaban. Y aquí podía imaginar personajes y mezclarlos con otros reales.
–¿Y eso no exige mucha responsabilidad? Cuando hay una parte histórica la gente indaga y quiere reconocer cuál es. Y además tiene que quedar creíble al mezclarla con lo fantástico y lo gótico. No debe de ser nada fácil.
–Fue horrible. Lo pasé muy mal. Estaba aterrorizada, pero tenía que hacerlo. Quería hacerlo. Sobre todo porque yo creo que el escritor que está haciendo novela histórica no está haciendo un documental. Está imaginando cosas, ¿no? Yo ya estudié Historia y no necesito que nadie me la vuelva a escribir.
–Creo que ni la Historia ni su novela habrían sido iguales si no hubiera existido un personaje como Fernando VII ¡Qué personaje!
–Es verdad. Es el gran villano. Igual hago algo con él...

Personal e intransferible

Nieves Abarca nació en A Coruña en 1968. Está soltera, no tiene hijos y se siente orgullosa «de no haberme muerto aún». Se arrepiente «de haber hecho footing». Perdona, «pero no olvido, soy un elefante». Le hace reír «la gente inteligente y “Little Britain”» y llorar «cualquier cosa: una película, un libro bien escrito. Ya solo con que esté bien escrito, lloro. Las tragedias..., todo. Soy muy llorona», admite. A una isla desierta se llevaría a su perro. Le gusta comer y beber de todo. De entre sus manías sobresale que odia los ascensores. Su vicio es la cerveza. El sueño que se le repite es «que tengo que aprobar matemáticas». De mayor le gustaría ser escritora y si volviera a nacer sería «una princesa rusa».