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No sé qué tienen Rumba Tres

Marcados por su experiencia en la Protección de Menores, un terrible colegio de posguerra, los miembros del grupo dieron la vuelta a su destino al alcanzar fama y gloria como cantantes.
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Marcados por su experiencia en la Protección de Menores, un terrible colegio de posguerra, los miembros del grupo dieron la vuelta a su destino al alcanzar fama y gloria como cantantes.
Lo más bonito de la música popular es que permite a cualquiera convertirse en un héroe. Ésa es la idea principal de la película de Joan Capdevila «Rumba Tres. De ida y vuelta», una historia sobre un humilde trío de Barcelona que hacía canciones sencillas de un género mestizo y que, de la nada, alcanzaron la fama y el éxito internacional. Sin embargo, de lo que en realidad está hablando Joan no es sólo de un grupo de música, sino de su propia historia familiar: es hijo de Juan Capdevila y sobrino de Pedro, los hermanos que formaron junto a José Sardaña una de las historias de éxito más improbables de la música popular española. La cinta se presenta el próximo viernes 6 de noviembre de manera oficial en Madrid, en el marco del Festival In-Edit Beefeeter dedicado al cine musical.
«La película cuenta cosas que en mi familia nunca se habían hablado porque eran tabú –reconoce el co-director de la historia junto a David Casademunt–. Yo sabía que habían tenido éxito como grupo pero no hasta qué punto era verdad y cuánto había de mito». Como le ocurre a todo el mundo, los padres de uno resultan poco interesantes hasta que, de alguna manera, pasando el tiempo, las piezas sueltas de las historias que oímos sobre ellos van encajando como un puzle. Rellenar los espacios vacíos para llegar a conocerlos se convierte en una misión interesante que, sin embargo, algunos llegan a completar tarde. «No quería que les ocurriese, me parecía importante contar esta historia antes de que se perdiera su memoria o de que ellos no estuvieran para verlo».
Padres de la rumba
«En mi caso, empecé a darme cuenta de lo conocidos que eran cuando un día entro en una discoteca en Ámsterdam y ¡estaban poniendo una canción suya! Otras veces me decían mis amigos que sonaban como sintonía del Giro de Italia y que, cuando la BBC hacía una noticia o un reportaje de España lo acompañaban de Rumba Tres. Pero me preguntaba qué había de cierto en todo eso. Cuando estaba metido de lleno en la película me di cuenta de que lo que me habían contado se quedaba pequeño para lo que fue», apunta el director
José Sardaña y los hermanos Capdevila se conocieron siendo niños y admiradores de Joselito. Cantaban en la calle y en el colegio para pasar el rato sin gastar una peseta y un profesor los escuchó un día. Hasta que los llamaron para actuar en una gala en directo de Radio Barcelona. Cada vez conseguían más «galas»,primero gracias a la candidez de esos pequeños ruiseñores y después por la más pura expresión de la alegría de vivir. Fueron, junto a Peret (que concedió una de sus últimas entrevistas para este documental) y El Pescaílla, los padres de la rumba catalana. «Llevaron al escenario, simplemente, lo que era popular en la calle», apunta Lolita.
En los años del tardofranquismo publicaron un buen número de temas contagiosos. La eficacia de «No sé, no sé» o «Perdido amor» se plasmó en un disco de oro y de platino respectivamente y sus álbumes se lanzaron en Alemania, Francia y Bégica. Llegaron a tener tantas actuaciones que su discográfica, Belter (un sello que merece una historia aparte, porque en él también publicarían artistas tan dispares como Manolo Escobar, Parchís, Los Burros, Burning y hasta La Banda Trapera del Río), les ofreció una avioneta, aunque la vida se la iban dejando en aquellas carreteras. Salva Gil fue batería del grupo hasta que seguir en él y tener una familia se hizo imposible: «Llegaba a casa y mi mujer le tenía que decir a mi hijo: ‘‘Este es tu padre’’. Porque no me conocía».
Descalabro emocional
Rumba Tres ya eran muy populares, cantaban al amor imposible y en España algo estaba cambiando: el fenómeno fan estaba en su apogeo. «Por supuesto que tuvieron descalabros emocionales. Ocurre cuando pasas mucho tiempo fuera de casa, eres joven y siempre hay chicas a tu alrededor que se cuelan en el camerino. Era lógico y pasó, claro», recuerda Joan Capdevila. La cámara se adentra en las casa de la familia para contar la historia de suposiciones, silencios, preguntas sin hacer o sin responder y sonrisas de medio lado.
Su éxito en el extranjero fue arrollador. Primero en Venezuela, Ecuador o Colombia, donde conectaron con todas las clases sociales, tanto en las buenas familias como en los suburbios. Eran canciones que no necesitaban ser pensadas ni explicarse, «antes de darte cuenta ya las estás cantando», señala Braulio. «Entraron en el argot de un país. En Ecuador, la gente dejó de ir de fiesta o de farra para ir de rumba, por el grupo», explica Joan Capdevila. Pero aún ocurrió algo más inesperado: editaron para América «Rumbamanía» cuando ya casi llevaban tres décadas de carrera y se hicieron conocidos en EE UU. Actuaciones en el Hilton de Miami –adonde llegan con guardaespaldas y limusina blanca– y ante 40.000 personas en Washington y Houston. «Me habían contado que durante un tiempo estuvimos a punto de irnos a vivir a América, pero nunca fui muy consciente», dice el director. Rocío Jurado les buscó una casa a la que mudarse.
Hay amarguras en esta historia más allá de las cornadas sentimentales. Y es que, igual que no hay explicaciones al triunfo de Rumba Tres, tampoco las hay a su declive. Sin razones, su carrera languideció. Les propusieron hacer telenovelas en América, pero las rechazaron. Les ofrecieron grabar dos superéxitos como «Bamboleo» (tema mítico que lanzó después la carrera de los Gipsy Kings) y también «La Macarena», anque desistieron. Y la historia guarda aún otro inesperado giro de guión: la infancia de los hermanos Capdevila se cuenta en el tercio final del metraje y ayuda a entenderles mejor. Procedían de familia humilde: su padre, discapacitado desde la Guerra Civil, tenía tres trabajos para mantener a sus cuatro hijos. Los hermanos Pedro y Juan fueron a la Protección de Menores, un colegio en el que los niños sufrían maltratos y crueldades. Había gusanos en la comida, los mismos que en las duchas. Chinches en las literas y agresiones físicas. «Lo mejor que había de comer era la piel de las naranjas. Yo me tragaba la pasta de dientes», recuerda Pedro. «Era una situación terrorífica, pero era eso o que te dieran en adopción. Del colegio salieron delincuentes y personas que odiaban a la sociedad. Nosotros no, pero eso marcó mi personalidad para siempre. La música fue la que me dio la fuerza moral para ser algo», recuerda el cantante. «La película me ha permitido llegar a conocerles mejor», asegura el director.
Se convirtieron en los padres de la rumba catalana, pero el documental pregunta por ellos en las calles de Barcelona y de Cataluña y casi nadie les recuerda. «Creo que hay una tendencia en este país a decir cosas como: ‘‘Mira qué viejos, yo ya paso de ir a ver eso’’. Pero no es algo de lo que culpar a la sociedad, sino que también hubo muchos fallos propios de comunicación, de explicar quiénes eran y lo que hacían», sostiene el director. Una última cosa: los hermanos Capdevila no han visto la película todavía. Lo harán en el cine, el próximo viernes. Será digno de verse en directo.

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