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Pedro Antonio González Moreno: «Siempre sentí que llegaba tarde a un tren conducido por otros»

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Los muertos y la búsqueda de unas supuestas obras de teatro anteriores a «La Celestina» son el punto de partida de esta novela ambientada en el mundo universitario, entre finales de los años 70 y principios de los 80. «La mujer de la escalera» (Siruela) de Pedro Antonio González Moreno (Calzada de Calatrava, 1960), obtuvo el premio Café Gijón 2017 de novela, que desde 1989 patrocina el Ayuntamiento de Gijón.
–¿«La mujer de la escalera» es un personaje real o simbólico?
–No es real, más bien imaginario, pertenece al mundo de fantasía de la protagonista y narradora de la novela. Es un personaje onírico, misterioso, inquietante, incluso siniestro, que despierta cierta curiosidad morbosa. Aunque no desarrollada como personaje, marca las obsesiones y el comportamiento de la protagonista.
–¿Existen los libros que buscan?
–Hay estudios sobre el teatro medieval, pero sin datos definitivos sobre el vacío de dos siglos de la literatura dramática a partir del «Auto de los Reyes Magos». No quedan vestigios de escritura o representaciones hasta «La Celestina», con la que reaparece el teatro. La pregunta de los estudiosos es, ¿qué pasaría con el teatro para desaparecer esos siglos?
–Una pregunta sugerente.
–Es la que da pie al argumento de la primera trama. Darle una respuesta siempre me pareció interesante: ¿existió un teatro medieval, o no? Dentro de la ficción, me agarro a la idea o esperanza de creer que sí, pero desapareció como lo han hecho tantas obras y manifestaciones literarias.
–¿No ha encontrado evidencias rebuscando en alguna librería?
–Me encantaría decir que un día me topé en un desván o en una chamarilería del Rastro –uno de los escenarios que aparecen– con un ejemplar del siglo XIII, pero no es cierto, es una hipótesis con más imaginación que realidad.
–¿Con una muerte y un suicidio se podría incluir dentro del género negro?
–Estos acontecimientos dan pie a catalogarla de thriller, novela negra o policíaca, pero no es exactamente así, no se trata de seguir una investigación sobre la pista del asesino, ese no es el hilo argumental, sólo una de las tramas. Hay un cruce de intrigas y ésta es una de ellas. Etiquetarla así me parece muy simplificador. Intriga sí hay mucha, que es lo que engancha desde el principio.
–¿Está escrita en clave generacional?
–Sí, no es autobiográfica pero habla de mi generación. Que los protagonistas sean jóvenes universitarios y les guste el teatro, son detalles que sin duda tienen que ver conmigo. Estudiaron, como yo, en el Madrid de finales de los 70 y principios de los 80.
–¿Una generación en tierra de nadie?
–Siempre he tenido la duda de cuál es el hueco de mi generación y lo planteo aquí. Una quinta fronteriza, desorientada, que asistió a los importantes acontecimientos de entonces más como espectadores que como actores de un importante periodo histórico. Éramos demasiado jóvenes y poco conscientes de la trascendencia de esos tiempos. Pasaron grandes cosas y no nos enteramos.
–¿Sus personajes están en esa búsqueda?
–Siempre tuve la sensación de llegar tarde a un tren que conducían otros, de ser el último vagón, el de cola. Buscan su propio sitio en un mundo al que acaban de llegar y no saben si es el suyo. Se sienten fuera de él y se agarran al teatro, que es su vida, su reivindicación, aunque se plantean el futuro con ilusión y muchas esperanzas.
–Hay referencias al teatro
–El teatro universitario era su refugio, una burbuja aislante para ellos, que no eran combativos en la calle. Un mundo aparte en el que podían gritar y alzar la voz. Hay referencias a «Luces de bohemia», para mí una obra insuperable por la que siento devoción y a «La Celestina», la última pieza que representan y que parece ejercer en ellos una especie de influjo maldito.
–¿Por qué?
–Porque al disolverse el grupo, el peso de los personajes que cada uno representó les parece que marca su destino personal, les despierta los más bajos instintos y pasiones. Un mundo oscuro que se refleja en unos personajes que acaban siendo presa de sus ambiciones, de su amor y desamor, desengaños, rencor...
–¿Cree en el destino?
–El destino lo condicionamos nosotros con nuestras decisiones, lo vamos forjando cada día. No creo en él como condicionamiento astrológico, que sean las estrellas quienes gobiernan nuestras vidas, pero sí que la vida cotidiana está llena de azares y pequeñas casualidades que nos hacen ir por un camino u otro. La angustia de la eterna elección.
–Se transpira amor a la literatura
–Absolutamente, desde la primera página a la última. La novela es un homenaje al mundo de la literatura
–¿Realidad y ficción están interrelacionadas?
–Sí, aparecen muchos episodios y lugares reales, pero gobernados por la fuerza de la ficción.