«Picasso y yo», dos miuras universales
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Víctor Fernández indaga en la compleja relación entre el genio malagueño y Dalí.
El 11 de noviembre de 1951 Dalí subía al escenario del Teatro María Guerrero para pronunciar una conferencia con un título suficientemente claro, «Picasso y yo». La expectación era tanta que muchos se quedaron fuera y siguieron la convocatoria en la calle por altavoces. Había bastante curiosidad por saber qué iba a decir el maestro surrealista sobre el artista malagueño, sobre todo por los rumores que hablaban de sus encontronazos. Dalí inició su discurso con sus ya célebres frases: «Picasso es español; yo también. Picasso es un genio; yo también. Picasso es conocido en todos los países del mundo; yo también. Picasso es comunista; yo tampoco». La presunta mala relación entre ambos artistas a causa de sus diferencias políticas se hacía por primera vez visible. Pero, ¿fue así? ¿Qué relación existió realmente entre estos dosartistas? ¿Qué había de admiración, respeto, celos o envidia? Pocas veces un choque de egos ha dado tanta vida a la historia del arte.
El periodista de LA RAZÓN Víctor Fernández indaga en esta relación con el objeto de romper tópicos y malos entendidos en el libro «Picasso y yo» (Elba), que recoge el epistolario que se cruzaron los dos artistas. En realidad, se incluyen 28 cartas o postales que se conservan y que Dalí escribió a Picasso, además del único documento de que se tiene noticias de Picasso dirigido a Dalí. El resultado es un apasionado recuento de una amistad a distancia que tuvo sus altibajos, pero en la que queda patente que nunca cayó en la indiferencia. «Hay dos etapas claras. Entre 1926 y 1938, Picasso protege a Dalí, al que considera el pintor joven que más le interesa. Le da dinero, financia su primer viaje con Gala a Nueva York, le presenta al marchante Paul Rosenberg, a la escritora Gertrude Stein, asiste al estreno de las dos películas que firma con Buñuel («El perro andaluz» y «La edad de oro»), y está al tanto de sus exposiciones. Dalí, por su parte, ve a Picasso como su padre artístico y nunca disimula su admiración e influencia. A partir de la Guerra Civil, sin embargo, la relación se enfría, pero no tanto como se cree, por sus diferencias políticas», comenta Fernández.
Un choque de trenes
Picasso estuvo en Cadaqués en el verano de1910 y allí habría conocido a un Dalí de poco más de cinco años. A partir de aquí famosa es la atropellada visita de éste en 1926 a Picasso en su taller parisino, donde arranca este choque de trenes. «Hablar de ellos es como intentar torear a dos miuras, un auténtico duelo de egos», certifica Fernández. El libro documenta al menos tres intentos de reconciliación tras la ruptura por la Guerra Civil. El primero estuvo liderado por Dora Maar, entre 1959 y 1962. El segundo, según John Peter Moore, primer secretario de Dalí, fue una comida en Francia, a la que fueron ambos junto a otras quince personas. Por último, Antonio D. Olano, amigo de los dos, habla del intento de Dalí de encontrarse con Picasso en un pueblo de Asturias, lo que el malagueño rechazó, pero dejando abiertas las puertas de su taller en La Californie. Precisamente, Josep Palau i Fabra cuenta la anécdota de que el pintor surrealista llamó a Picasso estando en Port Lligat. «Éste cogió el teléfono y oyó a Dalí presentándose. Picasso dijo que era un jardinero, que se había equivocado y colgó», asegura Fernández.
El libro es un recuento periodístico que indaga en las fuentes, en los textos, en los testimonios de primera mano de aquella particular relación. Fernández ha escarbado en los archivos de la Fundación Dalí, de los herederos de Miró y del MoMA, que le proporciona, por ejemplo, una carta de Dalí al marchante de Picasso. También aparecen documentos inéditos como un borrador de telegrama de Dalí a Picasso o la única referencia del pintor malagueño al genio surrealista. «El autor de “El Guernica” nunca se prodigó mucho en la correspondencia. Además, muchas de las cartas de Dalí eran una clara provocación. Qué puedes contestar a alguien que te escribe cada año “pel juliol, ni dona ni cargol” (por julio, ni mujeres ni caracoles) recriminación de una mujer por las amantes de su marido», asegura Fernández, que consigue así un intenso relato de una amistad imposible.