Pío Baroja, novela final
Se publica «Los caprichos de la suerte», narración inédita ambientada en la Guerra Civil y el exilio en Francia, que experimentó el propio escritor, y que recoge algunas de sus grandes preocupaciones sobre la condición humana y España
De Pío Baroja ha quedado una imagen equivocada de novelista doméstico y con boina que pasea por El Retiro y pasa las tardes en un sillón abrigado con una manta y rellenando cuartillas. Pertenece a esos escritores que sobreviven en la memoria colectiva rehenes de un estereotipo que se ha creado con murmullos y rumores diversos. Su figura preconcebida se ha impuesto al escritor de carne y hueso, que muchos evocan a través de esa pléyade de personajes aventureros que llenaron tantas imaginaciones como fueron Avinareta, Silvestre Paradox o Shanti Andia; o que se vincula de manera inevitable con la lectura de aquellas obras teñidas de pesimista melancolía y que tienen su más claro ejemplo en «La busca» y «El árbol de la ciencia».
Su sobrino nieto, Pío Caro-Baroja, recupera ahora su figura desde la casa familiar de Itzea, en Vera de Bidasoa. Un casón con cimientos del siglo XVII que presume de fachada timbrada con escudos nobiliarios, aleros de madera con moldes renacentistas, balconajes de forja de hierro y un jardín de aires otoñales con lápida incluida, aunque con la inscripción desdibujada por la humedad, el musgo y esa pátina inevitable que va extendiendo el tiempo. Una hacienda antigua, amplia, con tarima de madera, que adquirió el padre del novelista, Serafín, un ingeniero que llegó a esta región para trabajar en una mina de plata, que la compró para pasar las vacaciones en ella y que, por la decantación arbitraria de los años, se ha ido convirtiendo en un insólito gabinete de antigüedades y extrañezas donde se hacinan cartografías, pinturas (un Santiago Apóstol de Juan de Flandes entre ellas), grabados, animales disecados, quinqués, braseros, maquetas y una inmensa biblioteca que alberga desde incunables y volúmenes del siglo XVI hasta primeras ediciones de clásicos como Valle-Inclán, Ortega y Charles Dickens.
Trozos dispersos
De entre los 15.000 libros que conservan los anaqueles de Pío Baroja (hay que añadir una suma semejante procedente de la biblioteca que formó Julio Caro-Baroja), y del archivo literario que dejó a su muerte el narrador, ha surgido ahora «Los caprichos de la suerte» (Espasa), la última novela inédita que quedaba del escritor y la que cerraba la trilogía titulada «Las Saturnales» –compuesta por «Miserias de la guerra» y «El cantor vagabundo»–. Un libro que se ha pergeñando a través de una copia mecanografiada y los trozos dispersos que afloraron entre los papeles de la carpeta «Silueta, artículos, narraciones». Es una obra tardía, escrita entre 1950 y 1951, que con prosa limpia de adornos y abalorios; una prosa casi a completar que narra la huida del protagonista, Luis Goyena y Elorrio (alter ego del autor), durante la Guerra Civil española. Un viaje desde el Madrid del 36 hasta la Valencia republicana y después a la Francia del exilio.
En estas páginas emerge el controvertido pensamiento de Baroja, sus obsesiones, su inevitable claudicación ante la naturaleza del hombre y la tendencia española a clasificar al individuo por sus adhesiones políticos. «Él fue un individuo libre, alejado de la radicalización de la izquierda y la derecha –comenta Caro-Baroja–. Pasó por momentos delicados, y, a lo largo de su vida tuvo diversas opiniones, pero, fundamentalmente, fue leal a sí mismo, independiente, alejado de la politización y la dogmatización que traen los asuntos religiosos. Para unos era el “impío Don Pío”, un clerófobo, un herético; para otros era un conservador que no se había manifestado por la II República, como había hecho Gregorio Marañón. Pero muchos no tienen en cuenta que él estuvo a punto de ser fusilado el 22 de julio por los requetés».
Aquel día, el novelista de «Aurora roja» acudió a contemplar el paso de las columnas de Ortiz de Zárate. Unos soldados le reconocieron y le detuvieron por sus opiniones anticlericales que, en esta ocasión casi le cuestan acabar en el paredón de fusilamiento. Cuando lo liberaron, Pío Baroja hizo las maletas y se marchó al país vecino. Pero de este episodio anecdótico le quedó un amargo sabor que iría plasmando en una serie de obras, entre ellas, la que ahora sale a la luz.
Víctima de una España bipolarizada por las ideologías, Pío Baroja construyó el ambiente de la contienda del 36 a través de las vivencias de amigos y conocidos que la habían vivido. Así logró evocar la Valencia de las checas y el duro camino al país galo. «Esta novela jamás vio la luz porque la censura ya había mostrado sus objeciones a “Miserias de la guerra”. Él levanta la primera parte de este relato sobre testimonios, pero el resto es su visión de París justo antes de la Alemania nazi, con las tensiones normales, la angustia y los espías. El protagonista se embarca para América, que es algo que pensaba hacer él mismo, y allí viviría él modestamente de los artículos que escribe. De hecho, el propio Baroja llegó hasta Le Havre para marcharse, pero se quedó en España para recomponer la vida anterior a la Guerra Civil», comenta Caro-Baroja quien, aclara, Pío todavía arrastra sobre él demasiados tópicos: «Todavía lo imaginan con zapatillas, y, sin embargo, fue el escritor del 98 más viajado».
El desencanto final
Baroja jamás partió hacia el continente americano, pero «Los caprichos de la suerte» refleja el estado anímico que prevalecía en él durante esos momentos. «Cuando vuelve, desde luego que existe en él cierto desencanto hacia España. Es cierto que de él se ha dicho que compartía las ideas del anarquismo, pero no era un anarquismo político, sino una especie de oposición del individuo frente al estado, una posición vital». Cansado de los barbarismos de la confrontación española, Baroja acabó entregándose a escribir sus memorias, recoger sus escritos y dedicándose a unos libros que, como este, no llegó a publicar. «Al final vivía ensimismado, de puertas adentro, con sus libros, sus tertulias y los amigos de siempre».