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Plácido Domingo en los 50 años de su debut en Verona: «Quise salir corriendo cuando vi el teatro a rebosar»

Celebra hoy sus 50 años de debut en Verona como Calaf en «Turandot», de Puccini. En aquella ocasión tuvo como compañera a la inmensa Birgit Nilsson. Él tenía 28 y un futuro que ya prometía.
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Celebra hoy sus 50 años de debut en Verona como Calaf en «Turandot», de Puccini. En aquella ocasión tuvo como compañera a la inmensa Birgit Nilsson. Él tenía 28 y un futuro que ya prometía.
Cuando Plácido Domingo se vistió el gabán de Giorgio Germont el jueves en la Arena de Verona y puso un pie en el escenario el público contuvo el aliento. Los tenía ganados desde el minuto uno. El padre entraba en escena, ese padre verdiano que le está dando tantas satisfacciones. «Me van ahora muy bien», dice. No extraña, pues que Vittorio Grigolo, tenor «crossover» que recuerda en algunos de sus excesos, aunque los suyos son más contenidos, a Rolando Villazón, a la hora de saludar pusiera rodilla en tierra y se postrara ante el gigante. Incluso le besara al mano en un gesto de reconocimiento total. Domingo le levantó, aunque se resistía el pupilo y le abrazó casi como a un hijo. Como a su hijo de ficción. Fue una noche, dicen las crónicas, inolvidable. «Voz potente, presencia escénica y carisma sin igual», escriben de él. Lisette Oropesa se hizo con el alma de Violetta Valery. Y Zeffirelli, que no lo pudo ver desde las gradas, puso el resto. O más que el resto. Domingo sabía que la mala salud de hierro se le había quebrado al director de cine y regista, que esta vez la cosa iba en serio, que quizá no podría ver esta función en Verona. «Me hacía mucha ilusión cantar, así que acepté la oferta de inmediato con la esperanza de poder verlo, de visitarlo, aun sabiendo que se encontraba ya bastante enfermo». Junto al trío principal de voces, el maestro Marco Armilliato en el foso. Redondo.
Para Domingo, que no vive una vida como los demás mortales, como usted o como yo, a qué engañarnos, estos días han estado aún más llenos de tráfago. La semana grande que culmina hoy con un homenaje por los 50 años en que cantó en la Arena de Verona por primera vez. Cincuenta años de un «Turandot» que es de imborrable recuerdo para el tenor metido a barítono o el barítono que quiso probarse primero como tenor y al que la voz que se le oscurece le demanda papeles de padre, para el director de orquesta, para los mil Plácidos que hay en Domingo.
Cuatro en uno
Lo recuerda como si hubiera debutado ayer mismo y vuelve en el tiempo de golpe cinco décadas atrás: «A los 28 años, que es la edad a la que cante allí por primera vez, lo que yo hice fue un cuádruple debut porque fue mi estreno en Italia, mi debut en Verona, mi primer Calaf en ''Turandot'' y mi primera función con la gran Birgit Nilsson. Y por encima de todo destacar que aquel 16 de julio de 1969 fue el día en que los astronautas partieron hacia la Luna, fíjate, y en una de las funciones en que cantábamos estaba Armstrong ya allí y el himno a la Luna del primer acto, ese ''Perchè tarda la Luna'', nos resultó algo mágico y extraordinario. Poder mirar a la Luna y saber que los seres humanos estaban allá nos resultaba inexplicable. Verdaderamente fue uno de los momentos más emocionantes que he vivido, además del hecho de que jamás había cantado para tanta gente, nunca. Y salir al escenario, a ese escenario inmenso y ver las velitas, infinitas, que se encienden antes de la función y una Arena repleta significaba para mí una emoción inmensa y al tiempo sentía una responsabilidad que lógicamente estaba ahí y que no voy a disimular». La Luna no estaba tan lejos.
Así, el Festival culmina el aniversario con una noche que dedicada a la escenificación de tres óperas en las que Domingo llevará la voz cantante y que estarán dirigidas por Jordi Bernàcer. Abrirá la Gala el cuarto acto de «Nabucco». Vendrán después el segundo y tercer acto de Simon Boccanegra y se cerrará con el cuarto acto de «Macbeth». Domingo estará acompañado por Anna Pirozzi, que interpretará los papeles de Abigaille en «Nabucco», Amelia en «Simon Boccanegra» y Lady Macbeth en «Macbeth»; Arturo Chacón-Cruz, como Ismaele en «Nabucco», Gabriele Adorno en «Simon Boccanegra» y Macduff en «Macbeth»; y Carlo Bosi, Abdallo en «Nabucco» y Malcolm en «Macbeth».
Domingo habla saboreando cada palabra, se toma su tiempo para paladear frases, casi degusta las sílabas y confiesa que sí, que claro que se puso nervioso ese joven de pelo ensortijado que no llegaba a los treinta. El gladiador salía a la Arena y el público de Verona debía levantar o volver hacia abajo el pulgar: «En ese momento me dije, ''ay Dios mío''. Me daban, lo confieso, ganas de correr y decir yo me voy de aquí ahora mismo, pero el resultado fue extraordinario aquella noche. Fantástico». ¿Le parece mentira que hayan pasado cincuenta años? «Me parece increíble. Hemos dedicado esta semana de festejos a celebrarlo, empezando con la dirección de la ''Aída'', que tuvimos que interrumpir nada menos que cuatro veces por la lluvia y que terminamos a las tres de la mañana. A lo que se añade la ''Traviata'' de Zeffirelli, que de hecho está inspirada en la película que rodé con él en 1982. Y que desgraciadamente Franco no ha podido ver». Y hoy, la guinda a siete días llenos de emoción: «Estamos a la víspera y es una satisfacción terminar con estos tres actos verdianos que esperamos que el público goce. Una de las cosas más increíbles que a uno le puede pasar es poder ver una Arena llena, repleta y contar con el aplauso del público que te recibe aun antes de abrir la boca. Resulta algo absolutamente extraordinario».
Jubilarse con júbilo
Lo dice con el sentimiento y la emoción de un principiante. Él, que ha cantado más de 150 papeles, 4.000 funciones, que ha dirigido en los teatros más importantes del globo, que desayuna en Singapur y cena, aunque sea algo frugal, en Londres. A Domingo, que se si para se oxida, le sigue emocionando el escenario. Da lo mismo el tamaño. La inmensa Arena, que es la que toca ahora, o un teatro pequeño y recogido de Asia en donde el público se vuelve loco con nuestro género más grande, la zarzuela. No hace distingos. Lo mamó desde chico, con unos padres para los que la vida era el teatro cuando vivían allende los mares, en México, «donde se habla muy cantadito», como a él le gusta decir. Fue allí donde levantaron su compañía la familia Domingo Embil.
Cuenta el artista hijo que ellos sí que eran unos verdaderos titanes, que ellos sí trabajaban, con dos funciones diarias, y los domingos, tres. Y él, niño y joven, ya se colaba y escuchaba horas y empezaba a cantar. Ese trabajo con alegría, con la alegría de la zarzuela (tenían un repertorio de más de cincuenta, como contaba a Carlos Alsina hace unas semanas) fue lo que le prendió al niño Granado, que así le llamaban porque «Granada» no se le caía de la boca.
Y ha dado sus frutos en una carrera plena a la que le espera aún mucho. «Hay que jubilarse con júbilo y el júbilo ahora es cantar». Tiene 78 años, no uno menos ni uno más. Y no tiene la menor intención de apearse. Si un cantante puede dar por terminada una carrera cuando ha cumplido sobradamente los sesenta él ya lleva casi veinte de regalo.

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