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¿Por qué no un boicot de cuatro años a Trump?

La iniciativa de un grupo de artistas y críticos de llamar a la huelga al mundo del arte el 20 de enero ha generado una inmediata controversia. Jonathan Jones levanta la voz desde «The Guardian» y califica la iniciativa de fútil.
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La iniciativa de un grupo de artistas y críticos de llamar a la huelga al mundo del arte el 20 de enero ha generado una inmediata controversia. Jonathan Jones levanta la voz desde «The Guardian» y califica la iniciativa de fútil.
Se han tomado la llegada del 20 de enero, día de la toma de posesión del presidente electo Donald Trump, como si se tratase de un choque de trenes a cámara lenta, que les ha tocado presenciar sin poder hacer nada para evitarlo. Al principio se plantaron los modistos contra Melania Trump. Más tarde fueron los cantantes los que se negaron a actuar en las ceremonias de toma de posesión. El domingo, en la ceremonia de los Globos de Oro le tocó el turno a Meryl Streep, que arremetió de frente contra Trump. Y ahora les ha llegado el turno a los artistas, quienes han difundido un manifiesto para boicotear el día 20 la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Proponen una jornada de huelga que ya tiene nombre, el 20JArtStrike (20EHuelga de arte, en inglés), que recuerda en cierta manera al boicot de los inmigrantes en situación irregular cuando en el Congreso en 2006 se estudiaba convertir en delito en Estados Unidos estar indocumentado. A ella invitan a sumarse a los museos más importantes, curadores, galeristas y críticos de arte, amén de artistas plásticos. El manifiesto está secundado por nombres como los de Cindy Sherman, Richard Serra, Hans Haacke, Allora y Calzadilla, Coco Fusco y Anton Vidokle, entre otros. Sin embargo, la iniciativa ya ha causado división de opiniones.
Como ha puesto de manifiesto el crítico de arte Jonathan Jones en «The Guardian», el efecto de que la fotógrafa Cindy Sherman, la artista de pintura abstracta Julie Mehretu o el californiano de origen español Richard Serra dejen de trabajar un día no tendrá ningún tipo de repercusión en la marcha general del país. Poco importará, pues, reflexiona, al equipo que forma la Administración Trump o a los ciudadanos, quienes en su mayoría han votado al hombre de negocios como represalia por sentirse abandonados por su país. Su decisión ha puesto de manifiesto la división que hoy recorre Norteamérica: por un lado está la rural, donde vive la mayoría del electorado de Trump, y del otro lado, la que vive en las costas, a la que pertenecen los artistas que han convocado la huelga, zonas consideradas como bastiones del Partido Demócrata. Conviene tener en cuenta que los multimillonarios donantes que mantienen vivo el presupuesto de las instituciones culturales y los mayores coleccionistas en Estados Unidos no siempre votan al Partido Demócrata. Muchos de ellos, por el contrario, pertenecen a familias de larga tradición republicana.
La élite cultural
El crítico de arte asegura avalar el motivo del parón, pero con una importante salvedad, prolongarlo: «Emocionalmente estoy totalmente de acuerdo pero, ¿por qué dejarlo en un día? ¿Por qué no una huelga de cuatro años, que es lo que durará el mandato de Trump, en la que renunciemos a todo donde quiera que nos hallemos?». ¿Aguantaría Estados Unidos cuatro años sin arte? «Una huelga de arte es, yo diría, que la idea menos eficaz y más fútil para resistir a Trump que yo he oído», escribe, y se refiere a algunos de los firmantes como «muy bien acomodados y cómodos miembros de una élite cultural», alguno de ellos nostálgicos de aquellas protestas de los años sesenta. «Tal protesta sólo puede ayudar a los participantes a sentirse bien consigo mismos (...) Seamos realistas: el arte y la cultura seria son completamente marginales de la vida americana. La victoria de Trump demuestra eso. Cerrar museos no es probable que tenga impacto alguno en quienes lo apoyan. Con el debido respeto sería más eficaz si un reality show televisivo decidiera hacer huelga», asegura.
En el listado brillan por su ausencia los nombres de algunos de los artistas más cotizados, como es el caso de Jeff Koons, que tomó partido por Clinton durante la campaña electoral. A Damien Hirst ni se le espera. Marina Abramovich tampoco se ha adherido.
A la vez, los artistas que firman el manifiesto de la huelga piden que se unan museos, pequeños negocios, teatros, salas de conciertos, colegios y otras instituciones culturales. De momento, el director del Whitney Musem, Adam Weinberg, tendrá abiertas sus puestas el 20 de enero con entrada libre a todos los visitantes, mientras todos los ojos miran al MoMA, que sopesa secundar el boicot o no darse por aludido. Para el crítico de arte Pedro Alberto Cruz Sánchez, «la decisión de determinados artistas norteamericanos de manifestar su propuesta durante la investidura de Trump conlleva un mayor grado de oportunismo que de activismo. Oponerse a él no solo es fácil, sino que resulta bastante obvio. Y se puede caer en la trampa de considerar que cualquier artista que se opone a Donald Trump, por el simple hecho de hacerlo, es ya un artista político», comenta.
Activistas de marca
Si Jones define a algunos de estos creadores como «artistas muy bien acomodados y cómodos miembros de una élite cultural», Cruz Sánchez ahonda en esa idea: «A excepción de Hans Haacke, cuyo compromiso desde los 70 en desenmascarar las mafias de poder económicas del mundo del arte ha sido constante, el resto de artistas parece tomarse la oposición al presidente electo como mera oportunidad para reforzar su “marca” como activistas políticos. Y no se olvide que, a día de hoy, el “arte político” se ha convertido en el género más apetecido por el mercado. Ser artista político no implica estar fuera del sistema, a la contra, sino formar parte del ‘‘mainstream”. Puestos a cuestionar el postureo irritante del arte contemporáneo, ¿por qué no alentar a determinados popes del arte político a practicar compromisos a pie de terreno y menos “cools” como los efectuados por Ai Weiwei en los campos de refugiados? Quizás se trata de una política tan real y áspera que no se traduce en un mayor valor de mercado», sentencia.
Durante 2016 las obras de Sherman, por ejemplo, han salido con regularidad al martillo. En el horizonte hay un par de ventas este mes de enero y va a seguir. Y ha hecho grandes exposiciones en Nueva York, Los Ángeles y Brisbane, en Australia. El precio de sus obras puede estar entre los 60.000 y los 100.000 euros. Richard Serra, por su parte, trabaja prácticamente por encargo, para espacios públicos debido al volumen inmenso de sus piezas. Han Haacke ha mostrado desde siempre en sus trabajos una postura combativa. Jones está seguro, dice, de que un día de huelga, de boicot, de paro para estos artistas no va a representar nada ni en su reputación ni en su cotización ni tampoco en su prestigio. Quizá, tampoco para los artistas que no sean tan conocidos. En cambio, sí tendría efecto que los artistas, museos, galerías y otros centros de arte se declarasen en huelga durante cuatro años, iniciativa que juzgamos impensable.