Oscar en las trincheras
Desde sus inicios, la Academia ha premiado tramas verídicas.
Después de 87 ceremonias de entrega de los Oscar, desde 1927, año de inicio del máximo galardón de la Academia a la mejor película, numerosos han sido los filmes históricos o basados en la vida de relevantes figuras de la historia que han conseguido alcanzar la anhelada estatuilla.
Ya en 1930, el «biopic» del político inglés Disraeli compitió con el filme ganador «Sin novedad en el frente» (1930), de Lewis Milestone, una película épica basada en la novela de Erich Maria Remarque sobre los horrores de la I Guerra Mundial relatada con tal verismo que está considerada como una de las mejores de guerra de la historia del cine, seguida del calvario de Escarlata O´Hara durante la Guerra de Secesión en «Lo que el viento se llevó» (1939).
Las guerras mundiales, junto a las de Corea y Vietnam, serán motivo de numerosas películas que aspiraron a ganar el Oscar. A mediados de los 40, «Los mejores años de nuestra vida» (1946), de William Wyler, relataba con gran realismo la readaptación a la sociedad civil de los soldados a su vuelta del frente. El filme estaba basado en un artículo de Time, de igual modo que «De aquí a la eternidad» (1953), de Fred Zinnermann, partía de una novela del soldado James Jones, un relato de tres militares acampados en Hawaii en los meses previos al ataque de Pearl Harbor. Al año siguiente, David Lean consiguió siete premios con «El puente sobre el río Kwai» (1954), donde ficcionaba la construcción del puente Burma Railway entre 1942 y 1943. A la que siguió el «biopic» del coronel «Patton» (1970), de Franklin J. Schaffner. Tras «El cazador» (1978), habrá que esperar hasta 1986 para volver a encontrar un filme de guerra, «Platoon» (1986), basado en las experiencias del director Oliver Stone en Vietnam, por el que consiguió tres Oscar. El último, hasta la fecha, es la producción de Kathryn Bigelow «En tierra extraña» (2008), escrita por Mark Boal, un periodista «freelance» empotrado en el equipo de U.S. Army EOD en Irak.
El «biopic», basado en memorias o biografías de famosos, es un género tan antiguo como el cine mudo. El primero que consiguió el Oscar fue «El gran Ziegfeld» (1936), basado en la vida del empresario de Broadway Flo Ziegfeld. Al año siguiente, se impuso «La vida del escritor Emilio Zola» (1937), considerada como la mejor biografía de la historia del cine. En 1960 volvió a ganar el «biopic» de «Lawrence de Arabia» (1962), de David Lean, la azarosa vida aventurera de T. E. Lawrence en sus años de experiencia en la península arábiga durante la I Guerra Mundial.
El tirón de los «biopics»
En 1966, a partir de la obra teatral de Robert Bolt sobre la vida de Tomas Moro, Fred Zinnemann dirigió «Un hombre para la eternidad» (1966), pero hasta los años 80 no volverá a conquistar el Oscar ningún otro «biopic». El primero, las hazañas de los dos atletas olímpicos de «Carros de fuego» (1981), seguido de la vida de «Gandhi» (1982), superproducción de Richard Attenborough; «Amadeus» (1984), la vida de Mozart y los celos de Salieri, llevada al cine por Miloš Forman, y la biografía de la baronesa Karen Christentze Dinesen, en «Memorias de África» (1985).
La ampulosa autobiografía del emperador Puyi dirigida por Bernardo Bertolucci, «El último emperador» (1987), dará paso, años después, a la discreta vida de Oskar Schindler en «La lista de Schindler» (1993), de Steven Spielberg, premiada con siete estatuillas, y dos años más tarde la del luchador por la independencia de Escocia William Wallace, de Mel Gibson, en la multipremiada «Braveheart» (1995). Pero el filme que batió todos los récords, cuarenta nominaciones y once Oscar, fue «Titanic» (1997), la superproducción sobre el hundimiento del transatlántico de lujo RMS Titanic.
Al año siguiente ganó la comedia romántica «Shakespeare enamorado» (1998), a mitad de camino entre el relato histórico y los amores imaginarios del dramaturgo con Viola de Lesseps durante la escritura de «Romeo y Julieta». Tres años después, «Una mente maravillosa» (2001) adaptaba la vida del Nobel de economía John Nash durante los años en los que desarrolló una paranoia esquizoide, maravillosamente interpretada por Russell Crowe, y en 2010, Tob Hooper llevó al cine los esfuerzos del fonoaudiólogo Lionel Logue por curar la tartamudez del rey Jorge VI, a partir de sus notas de trabajo, en «El discurso del rey».