Cine

Cine

«Psicosis»: Sirope y solomillo para la ducha más macabra

Un documental revela los secretos de la escena más mítica de Hitchcock, como que el cuerpo acuchillado era el de una modelo de «Playboy» que hacía de doble de Janet Leigh

El maestro del suspense Alfred Hitchcock, en el set de rodaje junto a Janet Leigh ensayando la famosa escena de la ducha de «Psicosis», filme de 1960
El maestro del suspense Alfred Hitchcock, en el set de rodaje junto a Janet Leigh ensayando la famosa escena de la ducha de «Psicosis», filme de 1960larazon

Un documental revela los secretos de la escena más mítica de Hitchcock, como que el cuerpo acuchillado era el de una modelo de «Playboy» que hacía de doble de Janet Leigh.

Aquello fue lo más parecido a un ejercicio de pánico colectivo, la primera vez que el público se sintió literalmente inseguro dentro de una sala de cine. Solo habían pasado 20 minutos desde los títulos de crédito y ahí estaban todos los espectadores del DeMille Theatre de Nueva York, el 16 de junio de 1960, chillando como descosidos. Y sus gritos de pavor se mezclaban con los alaridos de Marion Crane (Janet Leigh) mientras era acuchillada una y otra vez y los arpegios metálicos de violín que Bernard Herrmann había compuesto para esos 45 minutos de asesinato. Una ceremonia del espanto orquestada por un señor con esmoquin que abandonaba el glamuroso technicolor para coquetear con la serie B y cambiar en solo 78 tomas y 52 cortes el curso de la historia del cine. Otra diablura de Sir Alfred Hitchcock. Una más.

Pocas escenas o secuencias, por míticas que sean, darían para desmenuzarlas y hablar largo y tendido como la de la ducha de «Psicosis». Hasta 91 minutos ha llenado (sin apenas paja prescindible) Alexandre O. Philippe en el documental «78/52. La escena que cambió el cine» analizando exclusivamente todo lo que rodeó (planificación, rodaje, protagonistas, contexto e influencia) a este momento cumbre de uno de los filmes más peculiares del británico. Empezando por el principio: un Hitchcock en busca de emociones fuertes. «Una vez hice una película más bien en broma, ''Psicosis'' –relataba irónicamente el director años después–. Era un chiste, pero descubrí que algunos se la tomaban en serio. Mi intención era hacer que la gente gritara, chillara y todo eso... pero no más que en una montaña rusa». Bien, hemos llegado al meollo: Hitchcock no pensaba en hacer una obra maestra. Se planificó para la televisión y se optó por el blanco y negro. La película contaba con un presupuesto muy pequeño, muy por debajo de, por ejemplo, «Con la muerte en los talones», el exitazo que acababa de estrenar. ¿Por qué entonces jugarse su reputación bajando varios peldaños? A François Truffaut le dijo claramente qué era lo único que le interesaba de ''Psicosis'': «Ese asesinato en la bañera, así de repente. Eso es todo». Pero también estaba la necesidad de quitarse el bombín y bajar a la arena, al barro en el que se movían Roger Corman, Clouzot y muchos otros. Demostrar que era el maestro a uno y otro lado de los estudios.

La obsesión doméstica

Y ese asesinato, ay... Sobre el papel era tan estúpido, tan arbitrario, tan en contra de la lógica del cine (nunca antes se había matado a una presunta protagonista a la que la cámara sigue desde el minuto 1 en tan poco tiempo), que Hitchcock no pudo resistirse. Para el escritor Bret Easton Ellis «no se había visto algo tan íntimo, planeado y cruel. Es la primera película de serie A que trata un tema de terror de una manera tan sensacionalista. Hitchcock consideraba el asesinato un componente aceptable del entretenimiento». Al filo de los años 60, la candidez norteamericana se cae por su propio peso. La bomba atómica ya no es un aliado fiable, los misiles apuntan a las costas americanas, la familia Clutter (Capote lo recogería años después en «A sangre fría») es masacrada sin mayor motivo... Para el profesor Marco Calavita, los americanos de los 50 «estaban obsesionados con lo doméstico, querían convencerse de que en su espacio privado, al menos ahí, estaban a salvo. Ni los soviéticos ni nadie podían hacerte daño en tu bañera». En cambio, matiza el director Eli Roth, «Hitchcock fue el primero que dijo: ''puedes estar indefenso, en la ducha, solo y que un tío vestido con la ropa de su madre muerta pueda entrar y apuñalarte porque sí''». Ese «porque sí», esa absoluta arbitrariedad del destino, de Dios o de quién sea sobre los hombres, le encantaba a Sir Alfred. Aunque no todo era fatalismo puro y duro. Hay mucho de puritano: la conciencia victoriana del director no puede evitar castigar a una mujer liada con un hombre casado que roba 40.000 dólares y recala en el motel del psicópata Norman Bates.

Pero vayamos a la escena en sí, a esos 45 segundos de gloria. Una semana tardó Hitchcock en rodarla. «Es extraordinario que tardara tanto», considera su nieta Tere Carruba. Iba contra la lógica de los tiempos de producción, pero como ya sabemos, al maestro le interesaba especialmente aquel asesinato. En ella vertió sus obsesiones, su recalcitrante meticulosidad. Ya desde el guión y el «storyboard», Hitchcock mima esa secuencia. «Se oyen cuchilladas como si atravesaran la pantalla y rasgaran el celuloide», se lee en el libreto. La idea es meter al espectador en la ducha con Janet Leigh. Es más, que el público sea Janet Leigh, disfrutando al principio, de manera descaradamente sexual, del agua resbalando por su piel. Todo para derivar en un acuchillamiento impío en el que se acelera el montaje de manera endiablada, se usa el desenfocado, se rompe la regla de los 180 grados e incluso se ve un ombligo (el director se cuidó de que se advirtiera solo lo suficiente del cuerpo para alimentar el morbo del público sin topar con la censura).

Desnuda para Hitchcock

El documental nos sitúa dentro y fuera de la pantalla para que sepamos qué ocurrió en aquel set de rodaje, en aquella ducha. Para empezar, el cuerpo acuchillado no era el de Janet Leigh. Una modelo de 21 años que después sería conejita de «Playboy», Marli Renfro, prestó su anatomía para hacer de doble a la actriz. «Me enteré de que la Universal buscaba modelos y fui a hablar con Hitchcock –narra–. Básicamente me quité la ropa y me la volví a poner». Delante de Leigh realizó la misma operación. Contratada. Lo que iba a ser dos días de rodaje se convirtieron en siete, con un parche en la entrepierna que con el agua se le despegaba. Era tan molesto que quiso quitárselo definitivamente, pero Hitchcock se negó. El resto de escenas en las que se ve el rostro de Leigh fueron, obviamente, interpretados por ella, que también sufrió de lo lindo por no pestañear en el plano en el que la cámara gira ante su ojo ya muerto. En la sala de montaje, hubo que intercalar un plano de la alcachofa expulsando agua porque a Leigh se la veía respirar. Trucos de la profesión como el que aplicó para que se viera claramente el cuchillo de Norman Bates (disfrazado de su madre, oscurecido en sombras) tocar la carne a punto de atravesarla. Esa toma se rodó al revés, con el cuchillo alejándose del cuerpo de la doble, para montarse marcha atrás, es decir, acercándose a la carne. Y hablando de carne: un solomillo y varios melones se usaron para simular los efectos de sonido del acuchillamiento; así como el sirope Hershey’s se utilizó para recrear la sangre de Marion Crane. Tampoco Anthony Perkins (que daba vida a Norman Bates) estaba ahí para apuñalar a Janet Leigh. Se encontraba ensayando una obra de teatro. Otra doble, Margo Epper, se encargó de ello, «aunque yo lleve todo este tiempo cargando con la culpa de esa escena», bromeaba Perkins.

Pero de todos estos intríngulis nada sabían los espectadores que aquel 16 de junio de 1960 llenaban con sus aullidos el DeMille Theatre. Todo parecía tan real... «Fue la primera vez de la historia del cine en la que no estabas a salvo en la sala –reconoce Peter Bogdanovich, uno de los primeros en ver ''Psicosis''–. Cuando salí al mediodía a Times Square tras ver la película sentía como si me hubieran violado». Una confesión que le hubiera encantado al ambiguo, sádico y genial Sir Alfred.