Raúl Tola: «El populismo es el triunfo de la ignorancia»
Refleja cómo afectó la Segunda Guerra Mundial a los peruanos en «La noche sin ventanas», una ficción ambientada en París y basada en personajes reales.
Raúl Tola evidencia lo obvio, aunque tantas veces olvidado o ignorado, que la contienda de 1939-1945 se denomina «mundial» por razones sustentadas y no por mero capricho. A través de la ficcionalización, en cuanto apropiación novelesca de dos personajes reales, Madeleine Truel, voluntaria de la Resistencia Francesa, y de Francisco García Calderón, intelectual y diplomático en la Francia ocupada, revela cómo la Segunda Guerra Mundial, ese pozo bibliográfico que carece de fondo, afectó a América y, en concreto, a Perú, un tema escasamente recogido por la literatura. «La noche sin ventanas» (Alfaguara) es una historia de héroes, o de heroicidades, que sacan a relucir las paradojas de los protagonistas, la lucha abnegada de dos seres destinados a contemplar el reflejo de sís mismos en el espejo de la historia.
–¿Quién es Madeleine Truel?
–Fue una peruana hija de franceses. Al morir sus padres se traslada en París. Allí sería atropellada por un camión alemán que le deja una cojera. Se unió a la Resistencia y se integra a una célula de falsificadores coordinada con los paracaidistas que llegan a Francia. Cuando la detuvieron, la enviaron al campo de Sachsenhausen.
–¿Y Francisco García Calderón?
–Un escritor. Pertenecía a la Generación 900. Sus libros ayudaron a que América fuera conocida por los europeos.
–¿Una novela sobre el compromiso intelectual?
–Sí. Francisco es coherente con sus ideas, por las que acabaría en prisión. Madeleine Truel es fiel a sus principios de libertad y termina, también, siendo víctima de ellos. Ambos afrontan destinos similares, aunque las decisiones que toman son distintas.
–¿Qué falla hoy para que los ciudadanos no tengan tanto sentido del deber como ellos?
–Estamos olvidando la Segunda Guerra Mundial muy rápido, y está a la vuelta de la esquina. Algunas de las ideas de entonces gozan ahora de predicamento, como el pensamiento populista, que es simplista, de ignorantes, y que conduce al abismo a multitudes. Lo que me intriga es qué constituye el sentimiento heroico, qué hace que una persona tome riesgos, cuando lo normal es lo contrario. Hoy no son las grandes ideas las que constituyen la actualidad, sino las decisiones individuales.
–¿Cuál fue el papel de América en este conflicto?
–Cuando estalla, estos países deciden no comprometerse. Es un mecanismo defensivo. Todos se mantienen al margen hasta que uno sea afectado por la guerra. Esto sucede en Pearl Harbor. En ese momento, todas la naciones declaran la guerra al eje. Luego está la posguerra, cuando acogen a los criminales nazis, como Mengele o Klaus Barbie...
–En Madrid hay una exposición dedicada a Auschwitz. ¿Es necesario recordar lo que ocurrió?
–El «lager» es una de las grandes metáforas de la historia de la humanidad. Una prueba de hasta dónde pueden llegar la maldad y el heroísmo del hombre. Se vivieron escenas de monstruosidad y extrema miseria, pero también de humanidad y gestos de desinterés. Primo Levi dijo: «Existió Auschwitz, por tanto, no existe Dios». El ser humano ahí es la constitución del diablo. Creó ese infierno de enrejados, alambres espinosos, crematorios y cámaras de gas. Los seres humanos debemos tenerlo presente, repetirlo como un mantra para impedir que que se olvide, que se deje de criticar o que se trate con la misma frivolidad que las modas.
–Ahora, como indicaba antes, están resurgiendo los movimientos que propiciaron aquel conflicto.
–Lo que tenemos son populismos personalistas. Es el triunfo de los prejuicios y la ignorancia, de lo nacional, algo que se ve en Trump, en el caso de Estados Unidos, o de Le Pen, en Francia. Están basados en que ellos son los mejores, en que nada se puede comparar a lo que son. Es una falta absoluta del conocimiento del mundo. Por lo general, uno conoce al otro y comprende, a no ser que se esté totalmente obcecado, que el otro, aunque sea diferentes, tiene cosas que apreciar y que pueden ser mejores en muchos asuntos. Los nacionalismos ven el mundo de una manera pequeña y muy ignorante. Es muy difícil construir un mundo de convivencia en el que no se quiera reconcoer al otro, solo una cuestión de prejuicios. Esto me parece especialmente terrible. Sobre todo cuando la humanidad ya ha vivido las consecuencias del nacionalismo.
–¿Todavía queda mucho que investigar sobre la Segunda Guerra Mundial?
–Es un fenómeno tan grande y la maldad llegó a tal magnitud y de una manera tan notoria que es muy complicado que se termine. En ningún otro suceso se presenta la doble posibilidad del ser humano como en la Segunda Guerra Mundial: ahí está su capacidad para la construcción y la destrucción. Por eso nos fascina, porque es un acontecimiento en el que vemos retratado los extremos a los que puede llegar el género humano. Todavía quedan cuentas pendientes por resolver. Yo he intentado mostrar cómo afectó a América Latina porque faltan testimonios desde allí. Lo he hecho para comprender cómo les afectó a las personas de esas naciones.