Ray Loriga: «La rebeldía se lleva años utilizando para vender vaqueros»
El novelista irrumpe en la Feria del Libro de Madrid, que comienza hoy en el Parque del Retiro, con su nuevo trabajo, «Rendición», que ha recibido el Premio Alfaguara. Una fábula sobre la resistencia y una sociedad futura inmersa en la guerra y en la cual no existe la intimidad.
El novelista irrumpe en la Feria del Libro de Madrid, que comienza hoy en el Parque del Retiro, con su nuevo trabajo, «Rendición», que ha recibido el Premio Alfaguara. Una fábula sobre la resistencia y una sociedad futura inmersa en la guerra y en la cual no existe la intimidad.
Ray Loriga, sentado en una terraza, con un pitillo en la mano, conserva el aire otoñal de los forajidos; de aquellos viejos asaltantes de diligencias que han escapado de mil tiroteos y han logrado regresar a casa para formar una familia. «Tuve suerte. Publiqué joven y viajé por diferentes países gracias a mis libros. Y lo reconozco: también me lo pasé muy bien. No puedo imaginarme de otra manera a como soy ahora, así que desconozco cómo sería hoy sin ese éxito inicial. Pero siempre me negué a ser víctima de un cliché. Asumí riesgos, me preocupé de la literatura y procuré ser independiente, aunque por eso perdiera lectores. Jamás he pretendido pasarme el resto de la vida cantando “Blowing in the Wind”». Ray Loriga, con su nombre lleno de muescas, es de los pocos escritores que conserva un halo de leyenda. No hay muchos que puedan decir lo mismo. El escritor regresa con «Rendición», una fábula, una distopía que funciona como un espejo de nuestra sociedad. Un doble salto mortal que ha recibido el Premio Alfaguara de novela y con la que comienza la Feria del Libro de Madrid.
–Plantea un mundo feliz, sin dolor.
–Es el peligro del bienestar. La propia palabra lo dice. Si esa es la mayor aspiración del humano está por ver. El bienestar alude a una sociedad controlada, con colegios para nuestros hijos, trabajo asegurado, entretenimiento. Todo esto está en mi novela. Otra cosa es el precio a pagar. Ya no existen verdaderos picos de emoción. Bienestar no es sinónimo de gloria ni de triunfo personal. Es bienestar. Si pensamos en las aspiraciones del ciudadano medio es lógico que así sea: trabajo, vacaciones y una jubilación suficiente y cuanto más temprana, mejor. Es la aspiración, pero no es una causa que incendie el corazón y el alma. Pero a ver quién renuncia a ella. Casi todas las disputas sociales que tenemos en Occidente son por la pérdida de los márgenes del bienestar.
–Pero del dolor se aprende.
–Sin él difícilmente se siente uno vivo. La tristeza, la euforia, los anhelos, la alegría, caer y levantarte... todo eso forma parte del proceso vital. Fíjate en la cantidad de drogas de la calma que se venden. Se consumen más de ese tipo que de la excitación. Antes, la idea de las drogas es que te lo ibas a pasar como un enano. Ahora las tomas porque deseas estar tranquilo. Se venden más lexatines y orfidales que drogas ilegales. Éstas no eliminan los problemas, pero sí la angustia que te crean. Y esas adicciones afectan a padres y madres corrientes, nada del «Walk on the wild Side», de Lou Reed. Es más bien que paseemos tranquilamente por el parque.
–¿En su libro apela a la resistencia, a la rebeldía?
–La palabra rebeldía se lleva utilizando durante décadas para vender pantalones vaqueros y productos de consumo... ves anuncios de coches con un señor normal y la sillita del niñito. Suben la música y te dicen, tú aún tienes un lado rebelde. Pero no tiene nada de rebelde comprarse un coche. Para mí esta palabra hoy en día no tiene demasiado sentido. «Disidencia» sería una palabra mejor
–Sustituye a la «rebeldía».
–Sí, pero por cierta disidencia. Me refiero a una disidencia íntima, personal, espiritual, pero espiritual sin dioses. Es una disidencia que es una duda sobre lo general, a las direcciones del grupo y los deseos comunes. Hay que conservar un margen de desconfianza hacia la celebración colectiva.
–Su protagonista resiste.
–Pero no es nada heroica. He intentado que mi personaje no sea heroico. Probablemente sea un ser vulgar, incluso, si me apuras, mediocre. Lo que me interesaba de él es su incapacidad para la adaptación. No es capaz de celebrar la causa común, por tanto, no le resulta posible encajar. No es Neo, que viene a liberar Matrix, sino un estorbo para un futuro mejor. Es casi una piedra para el camino del progreso. Creo que esta es una de las razones por la que le he cogido cariño.
–La sociedad que refleja está uniformizada. ¿Cree que es así hoy en comparación con el pasado?
–No quiero sonar nostálgico al hablar del pasado. Todo eso de que no existen grupos como los nuestros porque, simplemente esas bandas coincidieron cuando éramos jóvenes, guapos y rebosábamos energía. No me gusta esa magnificación... He leído a algunos autores que hablaban de la individualidad de nuestra generación, pero como algo negativo. Es cierto que no teníamos una voz colectiva. A partir del 15-M sí ha surgido y se ha aceptado la pertenencia a determinado grupo, a esa amalgama de la protesta y la queja. En mi época, cada uno iba a por su tema, incluso había un cierto desdén por lo político, entendido como algo colectivo.
–No existía esa implicación.
–Si te podías escapar e ir a lo tuyo... Nos fugábamos. Éramos más personales. Hoy existe una generación que sufre ciertas situaciones, como el paro juvenil. Antes era más fácil encontrar un primer trabajo, aunque no estuviera suficientemente remunerado, pero al menos se parecía un poco a lo que querías hacer, entrar en un diario, convertirte en periodista. A los jóvenes de hoy se les está aislando de sus capacidades y sus posibles logros. Uno de los grandes dramas de este país sería que una generación entera pasara sin que se explotaran sus capacidades laborales.
–En su novela hay una crítica a las redes sociales.
–Esta obra circula por esa literatura que avisaba de los sistemas de control. Está el Gran Hermano que todos conocemos y la realidad de los estados totalitarios. «La vida de los otros» muestra el espionaje y la delación, a esas personas que recibían prebendas si delataban a otros, aunque se inventaran las sospechas. Pero lo que Orwell ni los sistemas totalitarios imaginaron es que no iba a hacer falta nada de eso, que íbamos a una sociedad de la autodelación, que voluntariamente expondríamos lo más privado, lo más secreto, nuestras alcobas, nuestros cuerpos, que aceptaríamos estar voluntariamente geolocalizados y que todo esto lo haríamos bajo la apariencia de la más absoluta libertad. Si lo piensas bien, para eso no ha hecho falta ni que existiera el malvado. La trampa perfecta es que todo suceda bajo a la apariencia de la libertad cuando, sin embargo, estás sometido al máximo control y no eres consciente de ello. Todo es una reflexión sobre estas inquietudes, las que me producen el mundo de la autodelación.
–¿Compartir nuestra intimidad se ha convertido en una especie de adicción?
–Bueno, nos enganchamos voluntariamente, así que ahora no podemos quejarnos. Los movimientos sociales que existen en la actualidad no sé si avanzarían ni un solo paso más hacia las revoluciones que anuncian si les quitaras las gigas y los datos del móvil. Por eso no sé si llevan tanta energía por dentro, porque si les quitas el IPhone, chicos, se acabó la fiesta... En serio. Se ha creado una necesidad total hacia todos estas herramientas. Se considera que una persona sin un contacto constante con los demás es un ser aislado... así, que sí, creo que tienen algo de adicción...