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«Ready player one»: Regreso al futuro

larazon
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Director: Steven Spielberg. Guión: Zak Penn (Novela: Ernest Cline). Intérpretes: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Mark Rylance. EE UU, 2017. Duración: 140 minutos. Ciencia ficción.
En la secuencia más memorable de «Ready Player One», en verdad extraordinaria, Spielberg navega por el universo de «El resplandor». Conviene no explicar nada más, porque hay que verla para creerla, pero la escena es importante porque concentra en pocos minutos lo que «A.I., Inteligencia Artificial» demostraba en todo su metraje, esto es: que la emotividad transmutada en espectáculo del cine del director de «E.T.» es capaz de reinterpretar el cerebral imaginario de Kubrick sin que le tiemble el pulso. La cosa se quedaría en brillante diálogo de genios si no fuera porque la película entera está concebida como un monumental «mash up» de citas y referencias, que aspiran a construir un universo virtual que recrea la nostalgia como sublimación del escapismo de una ciudadanía que, en un futuro muy, muy cercano, subsiste como puede a una realidad paupérrima. El problema de «Ready Player One» es que, en el mejor de los casos (la carrera inicial, en la que el tuneado de «Regreso al futuro», «Parque jurásico» y «King Kong» adquiere la velocidad de la luz), y a excepción de la visita al hotel Overlook, esa remezcla faraónica se erige en una montaña rusa digital sin espacio para la relectura de significados. Si a estas alturas lo único que podemos esperar de Spielberg es avisarnos de que hay que vivir más en la realidad que en su simulacro, apaga y vámonos. Eso no significa que «Ready Player One» sea un filme impersonal. Sin ir más lejos, Spielberg se las apaña para identificarse a la vez con los dos protagonistas masculinos, James Hallyday (Mark Rylance con una peluca de «nerd»), el billonario diseñador del juego de realidad virtual Oasis que, después de su muerte, cual Willy Wonka digital, propone un complicado laberinto de acertijos para regalar las acciones de su compañía al jugador que los resuelva, y Wade (Tye Sheridan), el chico más listo a este lado de Oasis. Spielberg, pues, es el demiurgo sociópata, el «Ciudadano Kane» de la virtualidad que construyó su imperio porque no supo dar un beso a tiempo, y es el jugador huérfano, el buscador de aventuras que ve en ese demiurgo un holograma de figura paterna. Ese desdoblamiento sirve para colocar al cineasta como creador y heredero de su propio universo. Lo más decepcionante es que la imaginería de ese juego virtual, atiborrada de cultura popular de los 80, es densa y tediosa, como si la propia mecánica del dispositivo que quiere criticar se hubiera tragado cualquier asomo de vida.
LO MEJOR
La magnífica visita al hotel de «El resplandor» y la escena de la carrera, que le da una lección a Michael Bay
LO PEOR
La trama avanza como un elefante en una cacharrería, pese a que Spielberg se identifique con sus personajes

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