«Rinoceronte», el totalitarismo como plaga
Ernesto Caballero estrena en el Teatro María Guerrero la obra de Eugene Ionesco, un grito sobre la facilidad con que Europa se volvió masa y abrazó al nazismo y al comunismo
Si Eugene Ionesco hubiera nacido medio siglo después, quién sabe si en vez de escribir «Rinoceronte» habría rodado «La noche de los muertos vivientes» o «La invasión de los ladrones de cuerpos». El argumento de su obra menos críptica –causó estupor en su día por salirse de los cauces del absurdo–, la más metafórica y política, también la más existencialista, parece una película de terror: un ciudadano, Berenger, ve cómo a su alrededor todos sus conocidos se van transformando paulatinamente en rinocerontes. Era su grito, escrito en 1959, contra el comunismo, que había conocido en Rumanía natal, y contra el nazismo, que ocupó su Francia de acogida. «Ionesco nos alerta: lo que nos hace personas es la conciencia individual, el criterio propio. Eso, indefectiblemente, nos pasa una factura de soledad. Pero no hay otra. Existen soluciones fáciles, corrientes, aplastantes y de todo tipo, no sólo ideológicas, sino de conductas y comportamientos. Eso es la masa, lo que los existencialistas llamaban el ‘‘pensamiento importado’’. Es más fácil recurrir a lo que dicen en mi emisora, en el periódico o en la calle, o hacer una cola para comprar el último smart phone porque, si no, no estás al día», explica a LA RAZÓN Ernesto Caballero.
Criticado por los «brechtianos»
Caballero, director del Centro Dramático Nacional, estrena hoy en el Teatro María Guererro una nueva producción de este texto, con Pepe Viyuela a la cabeza, acompañado de Fernando Cayo, José Luis Alcobendas, Ester Bellver, Fernanda Orazi, Juan Carlos Talavera, Janfri Topera, Pepa Zaragoza... Mucho talento en escena para un texto complejo. «A Ionesco se le ha criticado mucho –prosigue el director–, Susan Sontag y más intelectuales, estaba al otro lado del ‘‘brechtianismo’’. En esa época le llueven por todos lados». ¿Y ahora? «Estamos en un momento en que, como sociedad, tenemos que reivindicar la cooperación, hacer proyectos colectivos para salir de ésta. Pero una cosa es eso y otra es la masificación, la alienación, la dejación de la responsabilidad individual. Ionesco está justo tocando ese tema». El autor veía «rinocerontismo» allí donde existía el peligro de dejarse llevar por la masa. Es inevitable, claro, preguntarle por Podemos y su irresistible ascensión, en terminología «brechtiana». El director ríe discretamente y pide cautela. «Cualquier movimiento, emancipador, masivo, corre ese riesgo. Pero no quiero demonizar, porque que surja una fuerza con voluntad renovadora en princpio es un síntoma positivo en la sociedad. Soy un librepensador, comparto con Ionesco cosas: los dogmas y las consignas de las manifestaciones me parecen empequeñecedoras. Estoy por los proyectos colectivos. Pero, en general, el ser humano en cuanto se junta saca lo peor de sí mismo, lo más esquemático. Una cosa es la cooperación, preservando la individualidad, y otra la trinchera, la camiseta, sea del color que sea. No quiero hablar de Podemos. Puede convertirse en una más. Pero podría ser cualquier fuerza. Este país necesita recuperar un poco el moverse en el librepensamiento, en el matiz, entender que no hay soluciones fáciles, que hay una responsabilidad en todo». Y se moja algo en otro terreno: «Este movimiento aún no ha mostrado sus cartas, pero otros sí lo han hecho. Parece que si se proclamara la independencia de Cataluña al día siguiente ya no iba a haber multas de tráfico. Hay corrientes de pensamiento uniformadoras. Yo, como decía Valle-Inclán, respeto todos los fanatismos». Pero, claro, todas esas cosas estuvieron en los ensayos: «Nos reímos, y mucho, porque es lo más saludable. Pero no hemos querido ponerlas en primer término. Lo bonito es que la gente en el bar diga: «¡Los rinocerontes son estos de Podemos!» y otro le reponda: «¿Por qué dices tú eso? ¡Son los Bárcenas!». O preguntarte: «¿Tú serías como Berenguer? Cuidado, que te quedas solo».
Cuenta Caballero que no partía de una idea, pero sí tenía claro el aire que no deseba darle a este montaje. «No quería hacer la farsa vanguardista sesentera. Ionesco, incluso, en las acotaciones, apunta a soluciones que ya están muy vistas. Un teatro manido, un poco antañón. El texto es un gran clásico y susceptible de muchas lecturas e interpretaciones. A partir de esa premisa y cuatro cosas más, quise acercarlo, buscar la verosimilitud». Y explica que «la obra empieza de una manera casi ‘‘mihuresca’’ y, en la medida en que este personaje se va viendo más solo, sin sus amigos, sin su entorno, va adquiriendo unos tintes más sombríos, dramáticos». Hasta llegar a un final sobrecogedor: «Es un ser humano más solo que la una». Un ser humano enfrentado a zombis elaborados, a vivos no vivos. «Los actores han usado mucho esa metáfora», reconoce «En las primeras sesiones de trabajo se hablaba mucho de eso, y del ébola, porque esto no deja de ser una epidemia. Son fenómenos sociales muy interesantes». Y habla de la teoría del «cisne negro», desarrollada por Nassim Nicholas Taleb: «Cuando un fenómeno es más que un éxito, algo global que empieza a crecer exponencialmente, un Harry Potter... Tiene mucho que ver con el teatro. Son fenómenos que me llaman la atención, como algunas modas, el hacerse ‘‘selfies’’ por ejemplo». Nos vamos al culto al ego, «que arrancó cuando ‘‘Time’’ dijo ‘‘la estrella eres tú’’ y puso un espejo en su portada. Vivimos en una sociedad que seguramente esté más uniformada que nunca con el espejismo de que son individuales, de que estamos ‘‘customizados’’ y que cuando compramos somos únicos. El radicalismo del consumo también nos ha llevado a la ‘‘rinoceronterización’’ haciéndonos creer que somos Berengeres».
Sobre la puesta en escena de este montaje, explica que «hubiera podido hacerla fácilmente con cuatro signos, pero lo he dejado abierto. ‘‘Antígona’’, los grandes clásicos, tienen más aliento. Tú puedes hacer ‘‘Antígona’’ en la Guerra Civil, hablar de las cunetas y esas cosas, pero le quitas el vuelo, porque son grandes temas. Esta obra la he dejado abierta porque el rinoceronte puede ser también la corrupción, perder las reservas, los mínimos códigos éticos; pueden ser modas o movimientos; hasta el fútbol, porque esa cosa del hooliganismo’’. En la España de hoy es bueno que nos hagamos esas preguntas sobre nuestros comportamientos mecánicos».
Un teatro nacional para «hacer sociedad»
Caballero está en el ecuador de su tercera temporada al mando del CDN, donde llegó en 2012. «Entro aquí en un momento muy difícil, con reducción de recursos de todo tipo, no sólo económicos, sino humanos, horas extras, etc. Me encuentro con que tengo que lidiar con esto y reformular la idea de teatro público. Lo primero que hago es traer un programa que trata de reafirmar la idea de un teatro nacional». Se refiere a «un espacio donde nos reconocemos, que nos da identidad y autoestima, nos ayuda a pensar sobre nuestra historia. Creo en el patrimonio y en el repertorio», explica. «Eso es útil ahora para algo que es nuestra responsabilidad: hacer sociedad». Eso lo hace como puede. «La respuesta del público ha sido estupenda, con índices de ocupación que andan rondando el 80%, con títulos que son una apuesta. Es una respuesta más que satisfactoria».