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Ruta por la Roma del mal

Donato Carrisi continúa la saga de su detective teológico Marcus en «El cazador de la oscuridad», que transcurre en los rincones satánicos de la capital italiana
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Donato Carrisi continúa la saga de su detective teológico Marcus en «El cazador de la oscuridad».
El mayor archivo de criminales del que se tiene constancia está en el Vaticano: es el que alberga el llamado «Tribunal de las almas», la penitenciaría apostólica que, desde el siglo XIII, recoge todos los pecados mortales que los curas del mundo escuchan en confesión. Nadie que se asome a la Piazza della Canceleria de la capital italiana podría adivinar que al otro lado de un tranquilo patio se lleva la contabilidad del mal, pero esa precisamente es la tesis principal de «El cazador en la oscuridad» (Duomo): «El mal es invisible, hay que desechar los detalles y centrarse en las anomalías». El mal, en el mundo de Carrisi, está por todas partes.
Por suerte, no estamos solos. Marcus es el sacerdote penitenciario metido a detective y Sandra la fotógrafa que tratarán de detener al mal. Un asesino descuartizador de monjas, sectas satánicas, misteriosas cofradías y otros personajes pensados para el canguelo pueblan la novela que Donato Carrisi acaba de publicar en nuestro país y en otros 24.
«El mal y el bien están muy entrelazados en la sociedad italiana. En la mafia hay mucha religión y ayuda al prójimo junto a lo negativo. Y se sabe que casi todos los jefes mafiosos tenían su confesor al que le contaban crímenes. ¿Habrá llegado esto al tribunal de las almas?», se pregunta Carrisi. Para conocer más de este antiguo FBI vaticano, se sitúa en la basílica de San Luigi dei Francesi, donde la tradición cuenta que se lleva a cabo el adiestramiento de los miembros de esta policía de los cristianos. En la capilla Contarelli puede verse «El martirio de San Mateo» –de Caravaggio–, donde «la luz divina no sólo destaca la figura de San Mateo, sino también la del hombre que trata de matarle. ¿Por qué? Porque para que el bien se cumpla tiene que haber el mal. Y bajo el mismo Dios. Por eso vienen aquí los penitenciarios a estudiar, porque la pintura es la escena de un crimen que se debe analizar. Bueno, pues ya somos parte de la penitenciaría», anuncia Carrisi. La misma lección se extrae de la visita a Santa María sobre Minerva, que también esconde una capilla especial presidida por un retrato del fundador de la Penitenciaría Vaticana «y en la que hay unas inscripciones que no se pueden ver con la luz del día sino de la noche y apenas se conoce su significado, pero sí el simbólico: hace falta la oscuridad para ver la luz. El mal puede demostrarse científicamente, pero el bien, no. Si al salir le damos limosna al hombre que pide en la puerta ¿cómo podemos demostrar que no es un acto de vanidad sino de bondad?».
Carrisi, que se considera creyente, habla con respeto y conocimiento sobre la Iglesia, a pesar de que sus novelas traten de satanismo. «En algunos países de Europa, cuando digo que soy creyente, me miran como si dijese que creo en Papá Noel». Sin embargo, para documentarse, asegura que frecuentó misas negras y fiestas de estética satánica y culto sexual en las que el código de vestimenta era estricto: túnica negra y zapatillas de tenis completamente blancas. «Para evitar ser reconocido», afirma.

Brujas que susurran

En la Piazza dei Popolo también se pueden rastrear las señales del maligno, como las brujas que susurran en los oídos del turista por la noche y los cultos que invocaban el espíritu de Nerón. Los satanistas para reconocerse se decían: «Colis eum», que en latín quiere decir «le adoro» o «le venero». «¿No les suena de algo? Coliseum –dice–. El Coliseo era un lugar de muerte. Debería darnos terror, pero nos hacemos fotos en él. ¿Haremos lo mismo en Auschwitz? Así el mal se cuela en nosotros. El secreto de los satanistas es que no detectemos el mal».
Carrisi no teme por una reacción del Vaticano: «Con Dan Brown se hizo más marketing que polémica. Pero antes está a quien reconozco como precedente e influencia: Umberto Eco». «A la Iglesia no le ha molestado. Hasta he firmado varios libros en la penitenciaría vaticana», bromea.

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