Santi Rodríguez: «Solo me quitaría el bigote por una buena causa, lo aprecio mucho»
En el Teatro Cofidis Alcázar de Madrid representa un monólogo en el que ironiza sobre el infarto, que ha sufrido en varias ocasiones.
En el Teatro Cofidis Alcázar de Madrid representa un monólogo en el que ironiza sobre el infarto, que ha sufrido en varias ocasiones.
Santi Rodríguez no puede evitar mirar el lado cómico de las cosas. Incluso a las peores experiencias, como sufrir un infarto. Él ha pasado por más de uno, y todos le han hecho pararse a reflexionar sobre su vida. Con ello ha construido un monólogo titulado «Infarto ¡No vayas a la luz!», en cartel en el Teatro Cofidis Alcázar de Madrid hasta el 29 de junio.
–¿Qué es en lo que más profundiza uno después de pasar por un trance así?
–Sobre todo, en el tiempo perdido, algo de lo que no eres consciente hasta que tienes una experiencia como ésta y te das cuenta de que lo estás desperdiciando. Y hay una cosa muy simple, como ponerte una camisa, a lo que no le otorgamos valor hasta que estás veinte días en un hospital sin poder ponerte nada y te dicen que te puedes ir y te vuelves a poner tu camisa. Para mí, ahora hasta abrocharse los botones se convierte en un momento maravilloso.
–Del drama de los hospitales han salido buenas comedias.
–Lo más triste es la comida, y yo en el monólogo establezco un paralelismo con la escena de Charles Chaplin en la que se come una bota y se quita el «paluego» con un clavo. Se está riendo de lo mismo, de que pasa hambre. Yo lo pasé bastante mal, pero he tirado de algo que le interesa a la gente, el humor. También hago un chiste con que no sabes si estás en un hospital o en unos recreativos por eso de tener que estar echando monedas a la televisión.
–Últimamente está compartiendo cartel en distintas ciudades con cómicos nuevos, pero también con otros que le han precedido. ¿Con cuál se siente más a gusto?
–Siempre prefiero rejuvenecer (risas). Porque además, me permitiría seguir viviendo de lo mío más tiempo, que es lo que realmente quiero. Y es que a pesar de las trabas que nos ponen y de que todo el mundo hoy se ofende absolutamente por todo me gustaría estar en la situación de compañeros más jóvenes. Ahora, además, ser monologuista es más fácil porque tienes más posibilidades de difundirlo. Cuando yo empecé, sin embargo, eso casi no se conocía porque antes hubo pocos, Gila o Pepe Rubiales. Le explicaba a la gente lo que iba a hacer sobre el escenario y no sabían lo que era. Eso sí, había más facilidad para hablar de cualquier cosa.
–Y ya ha explotado definitivamente.
–Sí, pero creo que ha habido demasiado. Hubo un momento en el que se descubrió el mundo del monólogo y después se hipersaturó. En cualquier local había alguien haciendo uno. En la actualidad parece que eso se ha normalizado y queda la gente que realmente puede vivir de ello. Pero ahora tenemos el problema de sobre qué hablamos, porque como ha habido tanta gente haciendo lo mismo ya no sabes qué temas tocar.
–Pero, ¿hay malos monologuistas?
–Claro. Cuando ves que uno no ha sido capaz de sacar una risa durante 15 minutos, y ya lo has visto en varios sitios... Me sorprende que haya gente que no se dé cuenta que eso no es lo suyo y que sigan insistiendo. Hay veces que dices: «Bueno necesita un rodaje», pero en otras, ni siquiera eso valdría. Y me extraña que no tengan a nadie cerca que se lo pueda decir con cariño. Hay bastantes monologuistas excepcionales, pero también muchos malos.
–Interpretó a un personaje muy icónico, el frutero de la serie «Siete vidas». ¿Cree que cada vez que se sube a un escenario la gente espera que en algún momento aparezca ese personaje?
–Imagino que sí, que siempre hay alguien que espera una «fruterada». Indudablemente, existe algo de ese personaje en todo lo que yo hago porque está imbuido de mí, por mucho que intente separarme de él. Igual que hay gente que espera que cuente el chiste de las magdalenas o en los conciertos de Serrat que cante «Mediterráneo».
–¿No le parece extraño que continúe emitiéndose «Siete vidas» después del tiempo que ha pasado?
–Resulta un poco anacrónico ya. El otro día vi un capítulo de la primera temporada, y francamente me dije: «Esto en su momento fue maravilloso, pero ahora mismo está fuera de sitio». Sin embargo, sigue teniendo audiencia. Es un fenómeno curioso.
–Vicente Del Bosque se ha quitado el bigote. ¿Haría usted lo mismo?
–Lo hice en «Tu cara me suena», aunque no sé si lo volvería hacer. repetiría únicamente por una buena causa porque le tengo mucho aprecio y se irá conmigo a la tumba.