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Schneider, la falsa ingenua

El Museo Reina Sofía reúne 250 obras en la primera retrospectiva en España que se dedica al trabajo de esta artista francesa.
larazon

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El Museo Reina Sofía reúne 250 obras en la primera retrospectiva en España que se dedica al trabajo de esta artista francesa.
En una época dominada por la pujanza de la tec-nología, Anne-Marie Schneider ha recuperado lo más esencial: el dibujo. En una sociedad repleta de complejidades, lo elemental resulta provocador y puede hasta suponer un «shock». En unos esbozos de apariencia rápida, pero de lenta maduración interna, la pintora Anne-Marie Schneider (Chauny, Francia, 1962), una mujer quebradiza, de acentuadas y reconocidas fragilidades, ha intentado exteriorizar las diferentes caras de ese monstruo emocional que arrastra en su interior y al que debe, paradójicamente, su impronta artística. El Museo Reina Sofía dedica a esta creadora la primera retrospectiva en nuestro país de su obra, marcada, sobre todo, por lo autobiográfico. «Todo su trabajo tiene una raíz de fuerte cariz personal, que parte de lo anecdótico», explicó durante la presentación Manuel Borja-Villel, director de la institución y comisario de la muestra que se presentó ayer. Schneider, que declina asistir a las presentaciones y que se ha revelado como una persona de carácter profundamente introspectivo, que rehúye el contacto con el mundo o, al menos, se muestra prudente en sus relaciones con él, ha partido de lo que hay a su alrededor para levantar un monumento gráfico a lo cotidiano.

Dibujar impresiones

Sillas, tazas, habitaciones, urinarios, casas y percheros, entre otros espacios y objetos, constituyen, más que un retrato de lo inmediato, de lo que hay al alcance de Anne-Marie Schneider, una especie de fábula o cuento de lo que acontece en su entorno y que va describiendo como si fueran las viñetas de un cómic, pero con los códigos de un diario personal. En vez de expresar en palabras los sentimientos y reflexiones que le asaltan en el día a día, ella ha optado por expresarlos a través de cuerpos silueteados por el trazo de unas líneas que parecen ingenuas, como dirigidas por un niño todavía sin conciencia de lo que hace. Existen varios motivos reiterativos en su trabajo, como los pies, las manos, a las que vuelve y de las que emanan una tremenda vulnerabilidad, o esos cuerpos, en pareja o solitarios, que, en determinados momentos, parecen retorcerse en una especie de agonía o asfixia interna. Unas figuras que producen una desasosegante inquietud y que dejan en el espectador una impresión de turbación. «A pesar de que parecen dibujos primitivos, en su interior se esconden varias referencias, como a Kafka, porque le interesa mucho lo que este escritor narra, esa capacidad de transformación. Pero también es fácil rastrear la influencia de Virginia Woolf o Louise Bourgeois», explicó Borja Villel. Pero también puede percibirse la huella que han dejado en ella los creadores que se han centrado en la parte psíquica del hombre.
Aunque el arte de Anne-Marie Schneider nace de sí misma, de su relación con el exterior, hubo una ocasión en que dejó que lo que sucedía más allá de sí misma afectara al planteamiento de su obra. El desalojo de varios «sin papeles» y refugiados de la Iglesia de Saint-Bernard en París en 1996 la impresionó sobremanera. A este capítulo desafortunado le dedicó toda una serie. Son 18 dibujos directos, sin retóricas ni mensajes encriptados, que contienen todo lo grotesco y lo paradójico que el público puede encontrar en las estampas de Goya. La artista reflejó la brutalidad que ejerció la policía sobre los inmigrantes a través de composiciones violentas, donde los agentes del orden carecen de un rostro definido y los «sin papeles» quedan representados como cuerpos estirados, casi a punto de romperse.
Aunque el blanco y negro predomina en el conjunto de su obra, hacia el final de su carrera va abriéndose paso el color. Son, en muchas ocasiones, rostros que, como sucede en el caso de Munch, contienen dentro de ellos el grito sordo de la desesperación y la incomprensión. «Estas pinturas –aclara Borja Villel– tienen algo de piel de material, de pasta, a diferencia de los dibujos, que son representaciones más mentales y que son una reacción a la vida».