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Sergio del Molino: «Todo apunta a que en España se ha acabado lo bueno»

Utiliza su nuevo título, «La mirada de los peces», para abordar el suicidio de su carismático profesor de Filosofía, Antonio Aramayona, y reflexionar sobre su juventud para hacer balance del presente.
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Utiliza su nuevo título, «La mirada de los peces», para abordar el suicidio de su carismático profesor de Filosofía, Antonio Aramayona, y reflexionar sobre su juventud para hacer balance del presente.
La muerte le ha dado mucha vida como escritor a Sergio del Molino. Con «La hora violeta» drenó la dolorosa muerte por leucemia de su primer hijo; la pérdida de su abuelo, fue carne de tinta en «Lo que a nadie importa»; y, ahora, en «La mirada de los peces» (Random House), aborda el suicidio de su carismático profesor de Filosofía, Antonio Aramayona, al tiempo que reflexiona sobre su juventud, las litronas, los «canutos»... para hacer balance sobre el presente. Nos tomamos un larguísimo café con el colaborador de «La cultureta» de Onda Cero.
–¿No le sorprendió cuando Aramayona, su antiguo profesor, dijo que iba a terminar con su vida?
–No porque era coherente con su discurso y su forma de estar en el mundo. Me asustó, me conmocionó y me abrió mil dudas, pero no más porque, en cierto modo, llevaba años preparando el anuncio.
–Todos tenemos un profesor que nos enseñó a entender el mundo desde otro prisma, ¿qué enseñanza imborrable guarda de él?
–El desprecio a la cobardía, aunque conozco a bastante gente que no se ha encontrado con un personaje ni parecido. Entre otras cosas, porque el sistema educativo no los premia, sino que les hace la vida imposible, así que dar con uno es una lotería.
–Dice que no le pareció mal que Aramayona convirtiese su muerte en una «performance» y que organizara un documental sobre su despedida.
–La única inquietud que me queda es qué pudo hacer que se sintiese forzado a interpretar un papel y que, en cierta forma, no se concediese la posibilidad de arrepentirse por miedo a decepcionar al público. Respeto su inteligencia lo bastante como para saber que habría renunciado a su idea si el arrepentimiento se hubiese hecho fuerte.
–¿Ha recibido alguna reacción de Echenique, amigo de su maestro, tras la publicación del libro?
–No, no tengo relación con Echenique y hace mucho que no le veo. Sé, por amigos de Antonio, que la relación entre ellos fue superficial y que se habían distanciado mucho. Antonio siempre acababa alejado de las organizaciones a las que pertenecía. O le echaban o se iba.
–En su relato revivimos sus recuerdos de adolescencia, llena de rabia y violencia contenida, cuando cursaba el bachillerato y vivía en un barrio humilde, desarrollista e industrial de la periferia de Zaragoza...
–Violencia contenida y explícita. El libro es la respuesta a cómo lo veo... Aquellos barrios eran una forma urbana característica de las ciudades españolas de los años 60 a los 90. Hoy ya no existen: la burbuja inmobiliaria y la inmigración extranjera los cambiaron de arriba abajo. Hoy, incluso después de una crisis devastadora, son mejores sitios que entonces, más amables, más pacíficos, más abiertos al mundo. Retrato el ocaso de un paisaje que desapareció con mi adolescencia.
–Por cierto, he leído que usted se zampaba gofres en Sol, ¿se trata de una leyenda urbana?
–No creo que el negocio se mantuviese solo conmigo como cliente. Sí, había un puestito en el metro que me resultaba irresistible. Hay tan pocos sitios que hagan gofres buenos. Ése era uno de ellos y ya no está.
–Perdón por la curiosidad, pero ha dicho que «Las Hurdes, tierra sin pan», de Luis Buñuel, es «una película de monstruos y aventuras exóticas», ¿es una «boutade» o quiere que le maten los «buñuelistas»?
–Es una tesis desarrollada en «La España vacía»: no es una «boutade» ni tengo ningún interés en despertar la animadversión de los buñuelistas. Es una propuesta, absolutamente discutible, que me he molestado en argumentar y que solamente he podido enunciar porque no pertenezco a la universidad y no me debo a una interpretación «correcta» del cine de Buñuel.
–Sé que «La hora violeta» es un libro que no le abandona, que le persigue. ¿Es su «Mortal y rosa»?
–En dura competencia con «La España vacía», sí.
–¿Se ha condenado usted mismo a estar en esa hora violeta?
–No quiero vivir en otro lugar. Otros pueden elegir el olvido ante el dolor, yo me aferro a mis recuerdos, que configuran lo que soy.
–Con todo el lío independentista, ¿por qué hay que «poner el nacionalismo en cuarentena»?
–Porque ha demostrado que es una plataforma para construir otredades, deshumanizar al vecino y dar argumentos a su exclusión y aniquilación. Es incompatible con una sociedad abierta y democrática. Pero en esa cita yo me refería al nacionalismo español, del que celebro que, en los últimos 40 años, se haya convertido en una expresión política marginal e irrelevante, lo que ha hecho de España un país mejor y más vivible. Por desgracia, lo bueno se acaba y me temo que asistimos al comienzo de una etapa oscura.
–¿A España cómo la ve?
–Muy bien hasta ahora. Todo apunta a que se ha acabado lo bueno.
–Algo más amable, ¿qué tal le tratan Alsina y los suyos en «La cultureta» (Onda Cero)?
–Lo digo aquí porque el tono irónico del programa no me permite decirlo, pero estar ahí es de las cosas más maravillosas que me han pasado. Pero no se lo diga a Alsina, que luego lo utiliza para hacer chistes.
–Cuando les escucho los viernes, siento que lo han visto todo y lo han leído todo... Confiese que trabajan con un guión previo o me suicido por ignorante.
–Proponemos durante la semana una serie de temas y Zúmer los selecciona, matiza y ordena en un guión, pero nosotros no lo tenemos delante. Sabemos los contenidos del programa, pero no su orden ni la forma en que van a aparecer, eso es improvisación.
–Ya que le tengo a tiro: recomiéndeme una novedad editorial reciente, una serie y una película.
–Muy fácil: «Mejor la ausencia», de Edurne Portela; «Room 104» y «Tadeo Jones 2», que la vi hace tiempo en el cine.

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