Siempre la trasgresión poética

Es algo que, lógicamente, tiene que ocurrir, aunque parece imposible. Es de esas personas que deben estar ahí siempre. Ahora con más motivo. Ocurre que, en España, Paco ha tenido la fortuna de ser reconocido en vida por el público, la profesión, los premios y, sobre todo, por su hacer. El trabajo artístico, y más tal y como él lo afrontaba, es doloroso, pero también reconfortante. Tuvo la oportunidad de hacer. Picó en todo y muy bien. Era un hombre completísimo. Tuvo la fortuna de mantenerse al lado del teatro y en activo hasta muy tarde. Una maravilla. Esa capacidad de viajar por todas las áreas de la escena: la dirección, la escenografía, la dramaturgia... Alguien que va a estar siempre, pero que, por fortuna, nosotros lo vivimos intensamente.

Por un lado, me viene a la cabeza la constancia y la fortaleza de alguien que no era tan grande físicamente y, luego, la enorme trasgresión poética, tanto en la escritura como en la puesta en escena. Tenía un estilo propio tan mágico y especial que nos conquistaba. Daba respuestas a las preguntas desde su mundo, muy peculiar. Era un muchacho gigante.

En el teatro clásico hizo, desgraciadamente, pocas incursiones, pero para el contemporáneo realizó propuestas inolvidables. Un universo personal, contundente, coherente y fuerte que nos tiene que quedar obligatoriamente. Como esa herencia estética y de discurso. Aunque sólo sea su punto de partida, su fortaleza artística será un ejemplo siempre.

Personalmente, he sido lectora suya de siempre y la relación que llevamos fue tiernísima, como con todos los que no éramos de su generación, con los que se ha mantenido muy cerca. Él venía a ver mis trabajos y yo, indudablemente, iba a los suyos. Recuerdo especialmente «Pelo de tormenta». Me impresionó. Nuestras conversaciones eran, por encima de todo, aleccionadoras por ese talento extraordinario que emanaba. Era tener el saber a tu lado. Y, aunque no caminábamos por el mismo camino, nos entendíamos muy bien.