Siempre nos quedará el político
Agustín Pérez Rubio, nuevo director del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, ha declarado que "la culpa de que no se conozcan más artistas españoles la tienen los políticos". Vayamos por partes: Pérez Rubio es un magnífico profesional del mundo del arte, cuya valía ha quedado refrendada por el hecho de ser uno de los escasos españoles elegidos para dirigir un espacio artístico fuera de nuestras fronteras.
Pero, realizado este reconocimiento sincero y sin matices, procede cuestionar una afirmación que va más allá del simple desliz o de un maniqueísmo coyuntural: que, en España, la culpa de todos los males de la cultura la tengan los políticos explica la razón última por la cual nuestra producción cultural pinta tan poco en el panorama internacional.
Y partamos de dos hipótesis: de ser verdad esta aserción de Pérez Rubio, habría que reconocer la indolencia y el seguidismo institucional de un sector que ha fiado todas sus posibilidades de crecimiento a las ayudas públicas, y que, debido al desmérito de los políticos de turno, se encuentra en un estado de infradesarrollo impropio de una potencia europea; por el contrario, en el caso de que nuestros agentes culturales no hubieran hecho dejación de funciones y se hubieran mostrado resolutivos en la promoción del arte español, la estrategia de direccionar todas las culpas del fracaso estrepitoso que hoy en día supone nuestro sistema artístico en un único sentido constituye una falta de responsabilidad y un victimismo tan zafio que explica el origen de todos los males.
Lo que parece evidente es una cuestión de base: si el arte español –y hablo de artistas, comisarios, críticos, coleccionistas, educadores, periodistas- pretende esconder su fracaso inveterado detrás del discurso facilón y obscenamente populista de "la culpa es de los políticos", estará implícitamente reconociendo que, en España, o la cultura actúa como un régimen pseudofuncionaral o, en el margen de libertad que garantiza un estado no absoluto, se siente perdida por su inoperancia.
Hay países con menos fondos públicos destinados al arte cuyo tejido creativo se encuentra mucho mejor posicionado en el exterior. ¿Acaso es que sus agentes artísticos son más listos? No. Sencillamente es que no delegan sus obligaciones en terceros fáciles de linchar.