Historia

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Sijena: «Que devuelvan todo, por las buenas o las malas”

Los habitantes del pueblo, indignados con las «excusas» de Cataluña, esperan el regreso de los bienes «expoliados» del monasterio, cuyo plazo judicial expira mañana

La Sala Capitular del monasterio, de donde Josep Gudiol y sus ayudantes (derecha) extrajeron las pinturas murales
La Sala Capitular del monasterio, de donde Josep Gudiol y sus ayudantes (derecha) extrajeron las pinturas muraleslarazon

Los habitantes del pueblo, indignados con las «excusas» de Cataluña, esperan el regreso de los bienes «expoliados» del monasterio, cuyo plazo judicial expira mañana.

Esta es otra maldita historia de la Guerra Civil: comienza con un pueblo dividido, un monasterio profanado y en llamas y un tipo que llega de lejos, escruta las paredes y se lleva en sábanas un botín que hoy se estima en millones de euros. Jesús Saba, de 92 años, tenía 11 cuando Josep Gudiol llegó a Villanueva de Sijena y extrajo la pintura mural del monasterio de Santa María. Los chicos del lugar estaban acostumbrados a entrar en recinto sagrado –«íbamos porque, una vez por semana, llamabas a la puerta y las monjas te daban una onza de chocolate», rememora– y la llegada del misterioso forastero al monasterio, ya abandonado y en estado ruinoso, no podía pasar desapercibida. Lo recuerda como algo mítico: «Tendían sábanas en el suelo y las mojaban. Nosotros no sabíamos qué hacían ni nada de lo que tenían allí». El anciano se refiere al «strappo», la técnica con la que Gudiol extrajo en julio del 36 hasta 120 metros cuadrados de pinturas excepcionales (por su estilo bizantino) de la Sala Capitular. Al tiempo en que el misterioso catalán rascaba las paredes, y con los tiros sonando por toda la Sierra de Alcubierre, el rico patrimonio de Santa María de Sijena, el que se pudo salvar de la quema, quedó arrumbado en los cobertizos del pueblo. Ocho siglos de historia en el pajar.

Un radio de 50 kilómetros en esta España esquizofrénica pesa mucho. Y el Josep Gudiol de los catalanes –el prohombre salvador del románico, Cruz de San Jordi del 82– es un vil «expoliador que trapicheaba con arte antiguo» para el alcalde de Villanueva de Sijena, Alfonso Salillas Lacasa (PAR). Los documentos oficiales revelan, cuando menos, la ambigüedad de Gudiol: la Generalitat le comisionó con 4.000 pesetas en julio del 36 para «trabajos de conservación» in situ del monasterio –a pesar de que ni siquiera era de su jurisdicción–, pero el historiador optó por llevárselo todo a la casa Amatller de Barcelona donde, tras ser requisada por el Régimen, acabó en el Museo de Lérida. «En Cataluña tapan la verdadera historia, no quieren que digamos lo que fue: un expolio», insiste Salillas. Sus antepasados trabajaron como canteros para las hermanas de la Orden de San Juan de Jerusalén, propietaria del monasterio, y él lleva 20 años litigando para que los bienes al completo, el famoso «tesoro de Sijena», regresen a este pueblo de Los Monegros de sólo 423 habitantes censados, «monjas incluídas».

Su perseverancia va dando frutos. El año pasado, fuera de plazo, la Generalitat entregó 51 de los 95 bienes «robados». Ahora, con otra orden judicial de por medio, el pueblo espera como agua de mayo en este secarral aragonés las 44 piezas (algunas excepcionales como cuatro sarcófagos policromados de antiguas prioras del monasterio) que completarían el lote. El plazo vence mañana y, aunque Salillas se muestra «optimista», cree que «pasará como el año pasado, que nos lo traerán después de que venza. Pero lo traerán, porque si no el consejero de Cultura incurrirá en desacato y apropiación indebida». Aragón ya prepara el siguiente paso si la Generalitat, que hasta ahora ha defendido con uñas y dientes el «tesoro de Sijena», se niega a devolver la partida: pedirá que la Policía entre en el Museo de Lérida. «Me da igual quien lo traiga, ya sea por iniciativa propia o la Policía, pero que lo traigan», asegura el alcalde. Es el sentir general de un pueblo que está harto del proceder del Govern. «Pasan por encima de todo –comenta indignada Josefina Segarra, jueza de paz de la zona–, y sólo dan excusas de mal pagador. No entiendo por qué se les permite; no le pedimos nada ilegal, sino todo lo contrario porque esto está decidido por un Juzgado. Si no es por las buenas que sea por las malas, pero además con razón, porque la tenemos». A unos metros de donde hablamos se alza un pequeño escenario. En tres días, nos dicen, empiezan las fiestas del pueblo. ¿Qué mejor regalo que el regreso a casa de sus «tesoros»?

Todo un panteón real

Al otro lado de la frontera territorial, la idea de desprenderse de los bienes del viejo monasterio escuece. Cataluña ha defendido su propiedad como si de una cuestión de Estado se tratase. Y si miramos someramente la historia de Sijena, comienza a entenderse el significado de esta disputa entre política y sentimental. Fue Sancha de Castilla, esposa de Alfonso II, primer rey de la Corona de Aragón –para los catalanes, el «origen nacional» de su territorio–, quien fundó en 1188 este lugar, que durante siglos sirvió de panteón real y retiro de numerosas hijas de nobles aragoneses. Sijena, aun estando en Aragón, pasaría por ser «tierra sagrada» para un buen nacionalista catalán. Por ello, renunciar a sus «tesoros», devolverlos a «España», 50 kilómetros más allá, es como desmantelar la idea nostálgica de un pasado fundacional y cejar en esa especie de «derecho de tanteo» que durante décadas el ideario pancatalanista ha extendido sobre todas sus zonas limítrofes y el modo en que se desarrolla su relato. Sijena no son sólo piedras, pinturas y sarcófagos. Son un símbolo. Y, además, llenan de valosísimo contenido el MNAC de Barcelona y el Museo de Lérida.

Para los habitantes de Villanueva son una promesa de futuro. La llegada de los primeros 51 bienes durante el verano de 2016 trajo consigo un «boom» turístico. «Llegaban autobuses y autobuses y eso que sólo habían devuelto las cosas de menor valor», señala Segarra. «El restaurante estuvo 3 meses completo con reservas y aquí en el bar vino también mucha gente», apunta Inma Gros al otro lado de la barra. Un empujón nada desdeñable para esta zona despoblada que lucha, a base de regadíos, contra la desertización. El pequeño museo anejo al monasterio de Sijena, donde se exponen los bienes devueltos, es el primer paso. El centro se presenta aún un poco desangelado. Falta completar el lote y, tras catalogar e investigar todas las piezas, exhibirlas como se merece. Por ahora, el voluntarioso historiador que nos recibe sólo puede mostrar una pequeña parte de lo que fue Sijena. El regreso esta semana próxima de las 44 piezas restantes garantiza trabajo en el museo y turismo en la zona, pero aún queda mucho camino para que Santa María de Sijena luzca como su pueblo y Aragón quieren.

Sin ir más lejos, las pinturas murales que Josep Gudiol «robó» en el verano del 36 –y otras piezas capitales como la silla de la priora Doña Blanca– quedan a la espera de otro pleito, todavía en curso pero ya resuelto a favor del Ayuntamiento de Villanueva, que se sigue en el Juzgado de Instrucción 2 de Huesca. La Generalitat alega que el monasterio no está acondicionado para conservar y exponer como se merecen estas joyas del siglo XII. Aragón, por su parte, ha invertido 400.000 euros esta legislatura para restaurar y acondiconar un recinto que, efectivamente, según constatamos in situ, necesita una reforma integral más allá de los trabajos que se han ejecutado en una primera fase (seguirán más) en la famosa Sala Capitular.

Ochenta años después de que una columna incontrolada de anarquistas de Durruti venidos de Barcelona arrasara el monasterio predilecto de los primeros reyes de Aragón e incluso, según aseguran los viejos de la zona, profanaran y «pasearan» los huesos de Sancha de Castilla, Sijena no es ni sombra de lo que fue en cuanto a esplendor y magnificencia. Pero los cada vez menos habitantes de la comarca esperan poder dar carpetazo cuanto antes a esta maldita historia de la Guerra Civil. Frescos incluidos.