Estados Unidos

Sin mercado, sin prestigio

La Razón
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Durante el pasado 2012, el comportamiento del mercado artístico mundial ha arrojado interesantes conclusiones: en primer lugar, la burbuja china comienza a desinflarse, puesto que, después de un ciclo de inmoderados ascensos, ha experimentado una brusca caída que le ha supuesto la pérdida de su posición de líder internacional indiscutible; en segundo, el mercado parece optar por fórmulas y territorios más constantes y estables, como EE.UU y Gran Bretaña, que vuelven a repuntar con fuerza hasta el extremo de ocupar el primer y tercer peldaño de este significativo y prestigioso podio. Pero, por encima de estos dos apuntes, la derivada más destacable que surge del análisis de tales datos es que, una vez más, y sin margen de error, la potencia de mercado coincide con el grado de presencia y autoridad de los artistas de una determinada nacionalidad. Estados Unidos, China y Gran Bretaña constituyen los principales y abrumadores referentes del arte contemporáneo de las dos últimas décadas. Y eso es algo que sólo tiene una explicación: talento y especulación se han unido con una lealtad a prueba de cualquier contingencia o debilidad.

Después de interminables debates sobre cuáles son las principales estrategias para la promoción internacional del arte español, la respuesta es tan evidente como irrealizable en el momento presente: un mercado saludable y hegemónico.

En España hay muchas ideas, y nuestros autores no son más tontos que los del resto del planeta: el problema es que no existe un contexto económico que permita su afloramiento y, sobre todo, que facilite su circulación de manera libre por las principales autopistas de la red del arte. España estará condenada al ninguneo mundial de sus artistas mientras su mercado no disponga de una musculatura objetivamente testada.

A diferencia de lo que sucede en el deporte, la «marca España» ligada al arte contemporáneo solamente ha sabido devaluarse y funcionar como una máquina de ocultamiento –todo lo que pasa por su engranaje termina por desaparecer, por ocultarse a ojos de un público que cada vez de muestra más y más exigente. No contamos para nada ni tampoco para nadie; y esta situación exige un estallido de madurez que no se puede reolver con parcheos ni pataletas hormonales.