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Soledad Lorenzo, el arte de compartir una pasión

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Casi 400 obras de la galerista pasarán al Reina Sofía, que se beneficiará de un legado histórico
En el arte estaba y está todo. Su vida ha sido arte desde el principio. Joaquim Sunyer la pintó con unas largas trenzas. Su padre la llevaba cogida de la mano los domingos a recorrer galerías. Ella no se separaba y abría mucho los ojos, asombrada. Casi como ahora. Soledad Lorenzo cerró su galería a finales de 2012, pero no se jubiló. Eso jamás. Poco a poco fue comprando obras porque le gustaban. No pensó que acabarían por formar una colección. Que llegarían casi a las cuatrocientas. «Nunca me he sentido coleccionista porque he sido muy galerista. Me he ido quedando con obras que los artistas exponían en mi espacio o alguna que compraba a otra galería. Me decía algo así como "si no he vendido, me lo quedo". Y se quedó con bastantes que ahora, a sus 77 años, dice, quiere dejar en las mejores manos, las del Museo Reina Sofía. Se trata de un depósito de 385 piezas de autores nacionales y extranjeros con promesa de legado, el más importante realizado en un museo español. «Lo hago con mucho gusto. Si no hubiera sido al Reina no lo habría donado porque quería que estuviera en el museo nacional de todos los españoles. Es el lugar donde debe estar mi colección. ¿Dónde mejor si no? Es de cajón», asegura la galerista. En la conversación recuerda su primera exposición, con Alfonso Fraile, cuando llenó la calle y apareció la Policía para ver qué estaba pasando en la calle Orfila. Y la última, con las obras de Victoria Civera, Vicky como la llama ella, la sexta que hacía en la sala. La del adiós. O quizá, la del «hasta luego».
Soledad no tiene hijos. Sobrinos, sí, pero explica que no quería que sus obras, ese museo vivísimo, supusiera para ellos una carga «porque son muchas. Yo no era consciente de la cantidad que tenía, de lo que tenía. Me enteré cuando cerré la galería. Mi caso no es el de Helga de Alvear porque ella sí colecciona. Yo no, pero he ido comprando y es lo que tengo». Llevaba hablando un tiempo con el Reina Sofía, le estaba dando vueltas a la idea de dejarle una herencia artística única. Y habló con su director. «Está resuelto el tema desde antes del verano, aunque todavía no existe un acuerdo formal firmado todavía. El patronato está ya al cabo de todo. Ha sido más de un año de hablar y aquí estamos», explica. Están ella y su escudería.

Llevar su sello

Son todos los que están y están todos los que son. A saber: Ana Laura Aláez, Manu Arregui, Badiola, Barceló, Broto, Galindo, Alfredo Fraile, Irazu, Susy Gómez, Palazuelo, Perejaume, Tápies, Uslé, Ugalde, Sicilia. Y basilico, George Condo, Oursler, David Salle, Schütte, Schnabel, Longo y Catherine Opie. Por sólo citar algunos. «Es lógico que sea una colección grande porque han sido muchos años trabajando. Lleva mi sello», asegura, y añade que «hemos pactado un depósito de cuatro años «porque quero controlarlos. Es broma. No he pedido ni voy a pedir nada. Solamente que se vea. Manolo es un estupendo director de museo y es ahí donde deben estar mis obras». Pero no habrá una cartela específica que señale la donación. Ella concibe la colección como un todo, pero no se expondrá nunca como tal: «Yo lo que deseo es que se visualice no como una monografía, sino para ser utilizada y para que forme parte del museo. Sé que se hará una presentación dentro de poco tiempo. Deseo que el Reina mejore».
Dice Soledad que está satisfecha de poder entender su vida y lo que debe hacer: «Con 77 años sé que de verdad quería hacer algo. Y lo he hecho. No siento en absoluto que esté haciendo un gesto de generosidad. Además, así libero a mis sobrinos de una carga porque con tanta obra... Resulta complicado mantenerla», comenta y añade una frase de Zubiri que le viene al pelo: ''El pasado perdura en forma de posibilidad''». Y en su caso, el Museo Reina Sofía va a ser depositario de una parte de ella: «He sabido ver la parte positiva de la vida y eso también tiene una parte buena», dice en la más pura línea Soledad Lorenzo. Su padre, que fue alcalde republicano en su Torrelavega natal, siempre les recodaba, a ella y a sus hermanos, la suerte que tenían y hacía que desterrasen lo negativo. «Yo lo he sentido así siempre y creo que he sido capaz de transmitirlo».
Suena el teléfono una y otra vez. Y ella, con esa capacidad que tiene para conquistar, no le presta atención. Se concentra en cada palabra que pronuncia. Se la nota feliz y liberada al tiempo. «De mi madre heredé esa manera de guisar manteniendo el sabor de lo que comes, sin condimentos extra que te distraigan», confesaba tiempo atrás. Y el guisar se puede extrapolar casi casi a la vida. A su manera de hacer y de pisar la tierra.