Stanley Payne: «Podemos recupera parte del discurso guerracivilista»
Evita hacer paralelismos con la situación de hace 80 años, pero «si los buscas, los encuentras». ¿La diferencia? Que la tensión actual no pasa de la violencia verbal.
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Evita hacer paralelismos con la situación de hace 80 años, pero «si los buscas, los encuentras». ¿La diferencia? Que la tensión actual no pasa de la violencia verbal.
La amplitud que le da observar España de lejos, desde el otro lado del Atlántico, Estados Unidos, le hace detenerse en puntos difíciles de enfocar más cerca. Una distancia que ya hace tiempo le puso en la primera línea de los hispanistas de renombre y que esta vez le ha llevado a echar el freno –en «El camino al 18 de julio» (Espasa)– en los orígenes de la Guerra Civil. Algo tan sencillo, obvio, que, sin embargo, le «llamó la atención por lo poco que se ha estudiado» y que en su día Ortega y Gasset calificó como «la cuestión más importante». Así, Payne remarca la clave del estallido en la última etapa de la Segunda República. Siete meses, de diciembre del 35 a julio del 36, que marcaron la senda final y que estuvieron condicionados por la «desunión» de la sociedad civil, a pesar de que, durante la época moderna, España fuera el más estable de los países occidentales.
–¿Qué pasó para esa división?
–Fue una cuestión del surgimiento de un proceso revolucionario, pero eso quedó entonces disimulado al principio de los años 30 porque había en España, fundamental para el desenlace de todo esto, dos izquierdas: la semimoderada, los llamados republicanos de izquierda o la izquierda burguesa, y los revolucionarios. Todos más o menos unidos, salvo por los anarquistas, en el comité revolucionario republicano del 30 para fundar la República, que era en sus instituciones democrática, creyendo que eso inevitablemente iba a llevar a un régimen exclusivamente de izquierdas, para los primeros, o al socialismo, para los revolucionarios. El segundo aspecto estuvo en que en la base de esto existía una corrupción bastante fuerte.
–¿Y quién tuvo la culpa de la desunión, la gente o los militares y los políticos?
–Siempre es de los líderes, en este caso fue del gobierno del Frente Popular. Aunque, en un grado menor, también hubo responsables entre falangistas y monárquicos, que trataban de dificultar las cosas aún más.
Como reconoce Stanley Payne, España se había ganado el mote de «el país de las guerras civiles» durante el XIX sin embargo, la paz volvió –siguiendo la tónica de los siglos anteriores– con la Restauración de los Borbones (1874). Regresó la estabilidad y la modernización. Una Edad de Plata, que trajo un nuevo auge literario y artístico, acompañado por el desarrollo económico y de la aceleración educativa. La censura quedó diluida casi al completo y las elecciones se acercaron a algo similar a un acto democrático. Además, se evitó el frenazo que hubiera significado la entrada en la Gran Guerra de 1914. Así, la década de los años veinte tenía al país en la cima de los índices de crecimiento. Los treinta se presagiaban como una de las mejores épocas de la historia para España. Pero no. Aflorarían todas las tensiones, odios e ideologías que paseaban por Europa y a los que se sumarían algunos rasgos propios. Si la dictadura de Primo de Rivera empezó tranquila, terminaría entre convulsiones. En el 31 se inició el único proceso revolucionario de izquierdas en Europa de la época.
Los años de crecimiento habían fomentado la reivindicación de mejoras rápida, pero no se disponía de medios para responder a las demandas hasta un nuevo paso de modernización. Así, republicanos de izquierdas y socialistas trazaron un mandato en el que se silenció a la oposición católica y de derechas, que fue enrareciendo el ambiente año a año, hasta llegar a ese diciembre del 35 en el que se centra Payne y la posterior primavera del 36, en la que las elecciones comenzaron a precipitar los acontecimientos.
–¿Hay paralelismos de aquella situación con la actual? Intentos de un frente de izquierdas (hace 80 años se logró), mucha dispersión del voto...
–Existe en ciertos lenguajes, como la gran división de los españoles, pero son diferentes porque esas votaciones fueron muy agresivas, ya en la campaña, murieron más de 40 personas. La violencia actual es puramente verbal, es otra cosa.
–Entonces, la situación se fue viciando hasta que se rompió del todo... Sostiene que hasta el último momento fue evitable la Guerra Civil.
–Difícilmente, pero sí, porque no creo que no haya nada predeterminado. Siempre se puede dar un paso para atrás, demostrado por el hecho de que en las primeras horas de la mañana del 19 de julio lo intentó el propio Azaña. Pero se dio cuenta demasiado tarde, ya estaba sucediendo todo. Si hubiera hecho ese movimiento cuatro días antes habría pasado otra cosa.
–¿Cuál era ese freno posible?
–El hecho catalizador fue el magnicidio de Calvo Sotelo. Doce horas después de aquello, el general Emilio Mola, eje de la conspiración militar, hizo un intento directo de ponerse en contacto con Azaña a través del amigo personal de éste, Mariano Ansó –presidente de la comisión de Guerra de las Cortes–. Quería tantear algún cambio de política que hiciera innecesaria la sublevación militar. Era algo que no se quería si existía otro modo de rectificar las cosas, pero Ansó rechazó el encuentro diciendo que como diputado civil no podía hablar con el militar. Fracasó y Mola dio las órdenes del levantamiento.
–Pero tan importante como ese asesinato fue el del teniente Castillo, ¿o no?
–No se sabe. Lo que pasaba antes del magnicidio es que la conspiración militar tenía grandes dificultades individuales. Hasta entonces hubo muy poco apoyo, de tener lugar habría fracasado. Se hubiera sofocado sin grandes dificultades para el gobierno. Por ello éstos se quedaron tranquilos antes y después del asesinato. Creían que no tendría repercusión para una sublevación militar y no hicieron nada para evitarlo. Casi parecía que era algo deseado. No les faltaba razón, sólo que no alcanzaron a calcular el tremendo impacto dramático y político que terminó teniendo: provocó la reacción de mucha gente, y, entre ellos, de buena parte de los militares.
–Viniendo a un panorama más actual, ¿por qué derecha e izquierda no son capaces de ponerse de acuerdo para gobernar?
–Ya tuvo lugar a mediados del XIX entre los más liberales y los liberales más conservadores, la famosa Unión Liberal y el gobierno de mayor éxito de la historia de España por cuarenta años. Después tuvo lugar con las fuerzas conservadoras y, otra vez, con el Partido Liberal. Pero, sobre todo, ocurrió en la Transición, así que los españoles no son incapaces de comportarse de un modo responsable, meramente no lo hacen.
–¿Por qué cuesta volver a ese consenso?
–Lo curioso es que la Transición consiguió ser la única ocasión de toda historia contemporánea moderna en España con un participación de casi todos los sectores en la preparación de la Constitución. Sin exclusiones. Hay defectos en cualquier sistema político, como en el sistema electoral, por ejemplo, la llamada partidocracia, pero la cuestión de reformar, que es una necesidad constante de la vida moderna, es muy diferente de otra transición o de querer crear otro sistema.
–¿Está el error de las izquierdas en desligitimar a la derecha y entender que sólo ellos son la democracia?
–Está en la formación de una república de sentido patrimonial con las izquierdas entendiendo la República como su propiedad privada, sin permitir la participación en la vida política y en el gobierno de la otra mitad de la nación, sobre todo de los católicos.
–¿Ve la resurrección de la retórica marxista de antaño en Podemos?
–Esto es un producto de la cultura izquierdista actual, que tiene formas diferentes dependiendo del país. En España es una consecuencia del resurgimiento de la izquierda radical, que empezó alrededor del año 2000. Es un fenómeno de este siglo, una secuela del zapaterismo. Es la recuperación de parte del discurso guerracivilista, que por el momento es eso, no pasa de ser un discurso y no un proceso revolucionario. Aunque es evidente que el grupo de Podemos quiere socavar la democracia actual de un modo más pacífico que hace 80 años.
–En el prólogo habla de una tensión muy diferente a la actual, pero ¿qué tienen de perjudicial las diferencias PP-PSOE, que ya en su día tuvieron la CEDA y el PSOE?
–El PP actual realmente no es un partido conservador, es de centro-derecha, muy moderado. No tiene nada de la CEDA, es un partido de gestión. Pero no tiene carisma ni capacidad de atracción a la gente porque no persigue ideales. Por eso es muy limitado. La CEDA era un partido de más fuerza en la sociedad. No perdía apoyos en las elecciones del 36, ganaba un poco más, aunque la República había dejado de ser un sistema democrático, por eso el apoyo electoral no sirvió para nada. Y la diferencia es que una gran coalición hubiera evitado la guerra. La ruptura del Frente Popular y la formación de un gobierno mayoritario lo hubiera logrado.