Supervillanos: españoles contra ingleses
Los malos malísimos nacionales del Siglo de Oro invaden la escena del Pavón Kamikaze con un montaje que replica el trabajo británico
Los malos malísimos nacionales del Siglo de Oro invaden la escena del Pavón Kamikaze con un montaje que replica el trabajo británico.
“En España no nos sabemos vender”. Habla concretamente del teatro del Siglo de Oro, aunque podría referirse a cualquier aspecto de nuestro acervo y nuestra Historia, y lo dice alguien con sobrada autoridad en este asunto. Es el actor Daniel Albadalejo, curtido ya en el humo de mil batallas escénicas, con el verso por bandera, dentro y fuera de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Para demostrar que, en la creación de personajes inmorales y crueles, la riqueza literaria y dramática de nuestros autores está a la altura del mismísimo Shakespeare, el intérprete murciano, que ha dado vida en las tablas ya a muchos de nuestros “héroes” áureos, se pone a las órdenes de Pepe Bornás en Malvados de Oro, un monólogo con dramaturgia de Jesús Laiz que disecciona sobre el escenario la siniestra naturaleza de algunos de los más complejos caracteres escritos por Lope, Calderón y compañía. La obra surge como una “amistosa” réplica al célebre actor y director inglés Steven Berkoff, que lleva casi 20 años haciendo por todo el mundo en Shakespeare´s villians algo parecido con las criaturas más perversas del Bardo: Macbeth, Yago, Ricardo III... “Tratamos de devolverle el guante al gran Berkoff con nuestros personajes más chungos, que también tenemos muchos y muy buenos –confirma Pepe Bornás con fingida rivalidad hacia el actor británico-. Y también intentamos reflexionar en el escenario sobre esa maldad: cuáles son los razonamientos de los personajes, si los tienen; cuál es la causa congénita o social de su maldad, etc.”.
Entre los siete personajes reunidos en Malvados de Oro, hay tres que, con mayores o menores justificaciones para sus actos, son básicamente malos: el despiadado comendador Fernán Gómez de Fuenteovejuna, que ejerce sin la más mínima compasión su derecho de pernada; la calderoniana reina Semíramis de La hija del aire, arrastrada por la ambición hasta el asesinato de su marido, el rey Nino; y el duque de Ferrara, de El castigo sin venganza, capaz de concertar por celos la muerte de su nueva esposa y de su propio hijo. Pero hay además un malo malísimo sin parangón; se trata del Anticristo de Ruiz de Alarcón, que tras violar y matar a su madre desatará el caos en el mundo sin otro propósito que la destrucción del mismo. “Es una función que empieza ya a lo grande –explica el director-: el protagonista ha violado a su madre y, cuando esta le confiesa que él es hijo de su abuelo, que la violó también, se la carga. Y a partir de ahí... suma y sigue”, explica el director del montaje. “La verdad es que este malvado se las trae –añade Albadalejo entre risas-. Yo creo que nuestros malos, por seguir con la comparación con Shakespeare, son más de trabuco que los ingleses. Aquí no hay puntas de florete envenenadas, ni mortíferas sustancias vertidas con delicadeza. Nuestros malos son más... de Puerto Hurraco”.
Sin embargo, sí hay mucha sutileza y ambigüedad en el tratamiento moral de los otros tres personajes elegidos para el espectáculo: el Basilio de La vida es sueño, que busca el bien para su reino, pero que es capaz de encerrar a su hijo como a un animal por miedo a una profecía; su hijo Segismundo, que una vez rehabilitado como ser humano es capaz de arrojar sin miramientos a una persona por una ventana; y Laurencia, la víctima del comendador de Fuenteovejuna, quien va dejando que su deseo de justicia se torne en rabia, aunque bien fundada, y en venganza. A las dificultades que comporta hacer tantos personajes en una sola función monologada, Albadalejo suma así la de incorporar entre ellos a una mujer. “Es algo que me apetecía mucho –asegura el actor-. Quería meterme en la cabeza de Laurencia después de sufrir una violación, saber qué pasa por ella; establecer una relación entre el personaje y la vida real en un momento en el que pasa lo que está pasando con la violencia de género. Queríamos entrar en su espíritu, y hacerlo sin travestir al personaje: con la barba y con el metro noventa que mido yo. Nuestro reto no era hacer un alarde interpretativo, sino saber y conseguir entrar en la esencia de cada uno de estos siete individuos. Esa es la gran dificultad de la función: entrar de verdad en cada uno, e ir pasando de uno a otro ante los ojos del espectador; esa “cocina” del actor a la que nosotros muchas veces nos referimos, en esta función la mostramos totalmente”. Y no escatima en elogios su director con el resultado conseguido: “Es un trabajo muy valiente y arriesgado. Aquí no hay prácticamente aparato escenográfico ni tecnología de ninguna clase. Dani (Albadalejo) se enfrenta a siete grandísimos personajes lanzándose de tripa a una piscina. Se abre en canal delante del espectador. Entra y sale de cada personaje con una soltura increíble, y además ejerce de maestro de ceremonias, rompiendo la cuarta pared y dialogando con el público para contextualizar la acción y que todo el mundo entienda las circunstancias de cada personaje”.
Y parece que el público no solo lo entiende, sino que también lo agradece. En las plazas donde se ha podido ver ya el espectáculo antes de entrar en Madrid, algunos han pedido más personajes nuevos para una segunda parte. “La verdad es que se nos han quedado fuera muchos. Esto daría para toda una saga; algo así como Star Wars. ¡Aunque intentaríamos ordenarla mejor!”, afirma riendo Bornás.
Pésimo marketing
El bagaje de Daniel Albadalejo como actor de teatro clásico no solo se circunscribe a los autores españoles; también ha protagonizado títulos de Shakespeare como Othelo, Hamlet o Noche de Reyes, todos ellos a las órdenes de Eduardo Vasco. Conoce lo suficiente al genio del teatro isabelino como para poder afirmar que algunos de nuestros autores están a su altura. “Creo que una tragedia como El castigo sin venganza está en cuanto a escritura y dramaturgia al nivel de las grandes tragedias shakesperianas. Y creo que La vida es sueño es la obra cumbre del existencialismo, por encima de cualquier otra. Y hay además en nuestro teatro una belleza lírica extraordinaria. Las octavas reales de La hija del aire, por ejemplo, son una auténtica maravilla. Lo que ocurre es que en España tenemos un merchandising muy cutre, y, claro, así no se vende”.