Aquiles, el semidiós que se convirtió en un hombre
Toni Cantó protagoniza al héroe de Troya en un montaje que muestra su lado más humano.
Toni Cantó protagoniza al héroe de Troya en un montaje que muestra su lado más humano.
Nueve años han pasado desde que empezase la guerra entre aqueos y troyanos y la noticia es que no hay noticia. Sin novedades en el frente. Eso sí, las bajas no paran de incrementarse, y sin que las murallas de la ciudad pierdan un ápice de su robustez. Como el primer día, intactas. De los objetivos marcados poco se sabe, parecen inmóviles en el horizonte. La alianza griega para vengar el rapto de la mujer de Menelao, Helena, no dista mucho de ser un pacto estéril. Troya no cede para desesperación de los atacantes, y todas las miradas apuntan a un hombre: Aquiles. La máquina perfecta de matar. El guerrero por excelencia de todo el ejército, muy por encima del resto y con aura de semidiós. Sin embargo, éste no tiene la cabeza puesta en el combate. Sus pensamientos han empezado a desarrollar la idea de que todo aquello en lo que se ha embarcado no tiene sentido. Nada que ver con su concepto de guerra, que no es otra cosa que una mera defensa ante una agresión externa. Además, se encuentra inmerso en un papel muy complicado de salir por sí mismo, porque es lo que le pide todo el mundo. Le surgen las dudas y las preguntas: ¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué? ¿Hay motivos de peso? Si una guerra sólo significa destrucción, ¿merece la pena? ¿Alguna razón que lo justifique?
Cuestiones que dan pie a la obra y que muestran a un Aquiles diferente, muy alejado de su imagen de ser casi divino, algo que lo convierte en humano. Se da cuenta de la salvajada, escabechina, que están llevando a cabo y empieza a plantearse problemas propios de una dramaturgia más moderna. Ésa es la base del montaje de Roberto Rivera que se estrenará el miércoles en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, «Aquiles, el hombre». El autor toma un apunte de la «Ilíada» –con la que tuvo su primer contacto con una traducción durante el Bachillerato– para convertirlo en el eje sobre el que gire su obra. «Es la clave», apunta , José Pascual, encargado de la dirección. Ese hombre es Toni Cantó. Él será el encargado de ponerse en la piel de Aquiles y replantearse la guerra. De llevar a cabo la transformación de héroe a humano, «en el tercer –y último– acto está completamente centrado, aunque en el segundo ya se le empieza a ver el cambio», comenta el actor. A medida que avanza la obra, se va alejando de lo mitológico: «Empieza a plantearse el mundo divino y a darse cuenta de que lo que realmente le dicta la vida a él no son los dioses, sino los reyes, políticos, que deciden dónde, cómo y por qué deben luchar y, por tanto, cuál va a ser su destino». «Aquiles, el hombre» conserva la esencia de Homero, pero amplifica lo que sucede entre algunas de las más famosas escenas de su «Ilíada». Se centra más en la relación de Patroclo con Aquiles y la de éste con Briseida, un pareja que poco tiene que ver con la de un amo y un esclavo.
Alma paradójica
Con una humanidad especial, transciende esa relación y empieza a conectarse con ella de persona a persona. Como también juega con lo que sucede alrededor de una figura como Agamenón, que deja de ser el típico jefe de héroes para convertirse en un político. Dos figuras contradictorias que chocan entre sí: héroe vs. político. «Se trata de una versión actualizada de la Guerra de Troya, muy cercana a la que hoy tenemos y que va a crear un puente entre ambas de un relato que se remonta a miles de años antes de nuestra. El núcleo es su doble vertiente, el ser un personaje paradójico. Por un lado, tiene una genealogía divina, descendiente de una diosa, pero está obligado a pasar por las angustias del ser humano, un ejemplo para los héroes de después. En ese paso por las angustias se da cuenta que no tiene la misma idea que tienen los demás, aparece una conciencia individual que no coincide con la de las personas que le rodean», resume Pascual. «A nivel de espectáculo –prosigue el director–, nuestra idea es transmitir al espectador la sensación de una guerra realmente inútil que se prolonga durante muchos años, no tiene resultados y está convirtiendo a un grupo de hombres que creyó ir a la guerra y está convirtiéndolo en auténticos desesperados y desequilibrados porque no consiguen nada de lo que deberían».