Buscar Iniciar sesión

De aeropuertos sin aviones y otras incongruencias

larazon

Creada:

Última actualización:

Llega al CDN «Bangkok», obra en la que Antonio Morcillo reflexiona sobre los dislates políticos y morales que ha ocasionado la crisis.
Desde finales de los años 60, a instancias del popular naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, el empleo de la cetrería en los aeropuertos españoles ha sido una práctica habitual para evitar accidentes aéreos. Cada instalación cuenta con un servicio de control de fauna, integrado fundamentalmente por halconeros, que hace volar a sus adiestradas rapaces para ahuyentar , entre otras, las bandadas de sisones, responsables de un porcentaje nada despreciable de esos accidentes. Pero ¿qué ocurre con esos aeropuertos de reciente construcción que no tienen aviones? Pues resulta que algunos de ellos, igualmente, han puesto en marcha el servicio, cuyo coste puede rondar los 100.000 euros anuales.
A partir de esta curiosidad ininteligible, pero real como la vida misma, Antonio Morcillo López ha querido reflexionar en su última obra de teatro sobre algunas de las contradicciones sociales en las que nos hemos visto inmersos en los últimos tiempos, fruto de una carrera desnortada en la que el «pelotazo» económico se ha impuesto a cualquier otro criterio ético y racional. El resultado se titula «Bangkok» y llega ahora al Centro Dramático Nacional en un montaje dirigido por él mismo que se ha paseado exitosamente por el Festival Grec de Barcelona. «La obra habla de los despropósitos de los últimos años, con la burbuja inmobiliaria y con la crisis. Se parte de una situación aparentemente absurda o irreal para ir poco a poco entrando en algo reconocible que a todos nos atañe. Y ese viaje lo hace el espectador a través de la aproximación de los dos protagonistas, cuyas ideologías y maneras de ver el mundo están confrontadas», explica el autor.
Esos dos personajes son «el Viajero», que pretende subirse a un avión rumbo a un maravilloso destino asiático, y «el Vigilante», que ha de explicarle que no puede embarcar porque en ese aeropuerto ni hay aviones ni se los espera. La pregunta que Morcillo plantea en ese encuentro entre ambos es si debemos ser astutos, conformarnos con las prácticas equivocadas que hemos ido adoptando como propias y sacar alguna tajada de ellas, o si, por el contrario, hemos de recuperar el idealismo perdido y dar un golpe de timón para enderezar nuestra nave hacia un destino más esperanzador. «La obra –aclara– no pretende dar una respuesta a esta cuestión fundamental, sino exponer las dos posiciones de la manera más honesta y profunda posible. Se trata de una discusión muy antigua que seguirá vigente después de que nosotros hayamos desaparecido, después de que los personajes hayan callado». Unos personajes que el autor no ha querido asociar con arquetipos perfectamente definidos, porque, a su juicio, no se trata de establecer una correspondencia clara con otros reales que estén en la mente del espectador. «Lo que a mí me interesa –dice– es el relato que cada uno de ellos porta de sí mismo. La comprensión de ese relato con sus múltiples significados es lo que tiene que alcanzar el espectador; luego elegirá uno de ellos. Pero he intentado que esos personajes, con sus respectivos relatos, no representen una sola cosa, sino muchas: un estado vital con respecto al país, una toma de postura ideológico con respecto a las prioridades en el mundo...; es decir, que sean complejos. De hecho, hay cierta ambigüedad que está haciendo que el espectador interprete algunas cosas que yo no me había propuesto al escribir la obra. Y creo que eso lo hace más interesante».
Pues esa ambigüedad queda también reflejada tanto en el formato del texto –la obra aparece encuadrada en géneros aparentemente tan dispares como el thriller político, la comedia negra o el drama simbólico– como en su puesta en escena. «No es una función muy realista –nos confirma Morcillo en su papel de director–. He tratado de plasmar ese mundo onírico en el que parecen encontrare los personajes, lo extraño de la situación en la que se hallan inmersos. En ese sentido, y aunque yo considero que es sobre todo una obra de actores, he intentado también que las interpretaciones estén bien insertadas en ese marco de irrealidad que hay en el texto».
Cambiar el mundo
Unas interpretaciones que corren a cargo de dos actores ya muy conocidos de nuestros escenarios como Dafnis Balduz y Fernando Sansegundo, que interpretan respectivamente al «Vigilante» y al «Viajero» y que, curiosamente, coinciden en estas fechas también en la pequeña pantalla, dentro del elenco de la serie «Carlos, rey emperador». Sansegundo, que se ha incorporado más tarde al montaje de «Bangkok» sustituyendo al tristemente fallecido Carlos Álvarez Novoa, defiende el carácter esperanzador que tiene la función: «La obra habla de una realidad dura, porque tiene que ver con la crisis económica y de valores que estamos viviendo; pero también habla de cómo las personas pueden cambiar el mundo, y eso es siempre esperanzador. Además, posee un componente poético porque mira esa realidad desde la imaginación y desde la historia de las posibilidades; no sólo nos habla de lo que somos, sino también de lo que podríamos ser».
Todo en «Bangkok», según quienes han participado en el proyecto, parece estar concebido alrededor de esa idea de ambigüedad, y también de equilibrio –tratamiento del texto, diseño de los personajes, puesta en escena...–, con el fin de que sea el propio espectador el que vaya descubriendo cuál es la responsabilidad ética de los estados y de los gobiernos en nuestras vidas y hasta qué punto esa responsabilidad, o su ausencia, puede condicionar nuestros sueños.

Archivado en: