«El ángel exterminador»: Buñuel desenfocado
Autor: Luis Buñuel (versión de Fernando Sansegundo. Directora: Blanca Portillo. Intérpretes: Hugo Alcaide, Juan Calot, Inma Cuevas, Ramón Ibarra... Teatro Español. Madrid. Hasta el l 25 de febrero.
No parece haber satisfecho las expectativas de casi nadie, a pesar de contar con el aval en la producción del Teatro Español y con un amplio y prestigioso equipo artístico que ya lo quisiera para sí cualquier montaje, esta versión teatral de la película «El ángel exterminador» que dirige la aclamada actriz Blanca Portillo y que firma su habitual colaborador en estas lides, Fernando Sansegundo. Quizá la principal causa de que la obra deje frío incluso al más ferviente admirador del cine de Buñuel sea simplemente que la directora no ha logrado dar con el tono apropiado para contar la historia de un grupo de personas de clase alta que, por razones inexplicables, no pueden abandonar la mansión en la que pasan una excéntrica velada después de haber acudido a la ópera. Muchas son las hipótesis sobre las intenciones profundas del cineasta de Calanda cuando se decidió a rodar el filme y sobre los variados significados que se pueden derivan de él; pero sin duda la película es entendida hoy, ante todo, como el retrato satírico de una clase social, la alta burguesía, que se muestra tan miserable como cualquier otra, y más cínica y estúpida que ninguna, ante la adversidad de un destino que no puede controlar. Y se entiende como tal «retrato» en la medida en que Buñuel hacía que el argumento, aun salpicado de elementos surrealistas, discurriese en clave eminentemente dramática, dejando que el espectador viese lo absurdo de los personajes en un micromundo que ellos, con su interrelación, convertían asimismo en absurdo. Sin embargo, en la adaptación teatral, esa interrelación queda sepultada por el ruido: lo surrealista se dispara de manera atronadora en la propia concepción de cada situación, haciendo que esta se erija en auténtica protagonista, por encima de los personajes que la protagonizan. La obra aprovecha con ello la capacidad del lenguaje teatral para ganar en fuerza expresiva, pero arruina las posibilidades de que el espectador contemple un cuadro de seres verdaderamente humanos. Hay algún simpático guiño a la película y a su creador, como la repetición de la primera escena, o la alusión al surrealismo en boca del personaje que interpreta Alberto Jiménez, y hay momentos ciertamente inquietantes; pero el desarrollo en general es bastante estridente y dilatado. Poco a poco, la indolencia cunde en el patio de butacas y el espectador termina mirando el reloj más de lo conveniente sin que el nutrido elenco pueda hacer algo por evitarlo. A pesar de ser una obra coral, destacan especialmente las interpretaciones de Víctor Massán, Juan Calot –en un registro poco frecuente y muy divertido–, Francesca Piñon y Daniel Muriel.