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Hábitos y lentejuelas

Después de su paso por Barcelona y Valencia, «Sister Act, el musical» aterriza en Madrid para quedarse hasta verano.
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Después de su paso por Barcelona y Valencia, «Sister Act, el musical» aterriza en Madrid para quedarse hasta verano
Siempre tiene gancho ver a una monja fuera de su ecosistema conventual. Imaginen una meneando la cadera con el hula hoop, surfeando o sentada en el coche de la autoescuela para emular a una eminencia de este país como Sor Citröen –sin entrar en hábitos carnavaleros o programas que, en breve, intentarán buscar la vocación delante de la cámara–. Casi que te obliga a detener la vista para ver lo que sea que le deparará el futuro inmediato, o Dios. De cualquier otra manera, y por desgracia para el mundo eclesiástico, cuesta conectar con ese ambiente de retiro y espiritualidad que chirría con el revuelo del siglo XXI. Ya le ocurrió, hace apenas dos años, a «suor» Cristina Scuccia en «La voz» italiana. La religiosa fue a probar suerte al concurso de talentos y terminó encumbrada como la ganadora. Chorro de voz al margen –sí, lo tiene–, lo que catapultó su carrera fue el impacto de ver un hábito en el centro de los focos –con el plus de sus tres compañeras, correspondientemente uniformadas, dando saltos de alegría en cada gorgorito–. Pregúntenselo a la Carrà y compañía, que se quedaron perplejos al ver que el escenario que juzgaban se había transormado en un altar.
De otra forma, pero es algo que nos suena de años ha. Era 1992 y en el centro de todo estaba Whoopi Goldberg: «Sister Act» se llamó el fenómeno. Monja, cantante y negra. ¡Lo tenía todo para detenerse! Torbellino que ha durado hasta hoy, como bien certifica el que sea una de las películas más repuestas de la televisión y los veinte años de trayectoria de su musical, que, tras pasar por Barcelona y Valencia –hasta hace apenas unos días–, desembarca en Madrid el 17 de marzo. Aunque no esperen ver a Whoopi Goldberg sobre el escenario del Nuevo Teatro Alcalá, sino a Mireia Mambo, cuyo subconsciente la ha acercado a la que es madrina y productora del «show»: «Preparando las audiciones no quise ver de nuevo la película porque no quería coger guiños de ella. Aun así, te salen ciertos gestos del personaje sin querer. Me han dicho que nos parecemos, y no es a propósito. Me acuerdo de aquello muy bien. Te das cuenta de que ni Deloris canta tanto ni algunos personajes tienen el peso actual. Hay ganas de verla otra vez para ver qué siento», explica Mambo.
«Has contestado sin darte cuenta –interrumpe Àngels Gonyalons, madre superiora del convento de Santa Clara–. Nos hemos olvidado de aquello. Lo hemos hecho nuestro. Ya no puedo imaginar otra Deloris que no sea Mireia». Aquí está –resaltan– uno de los secretos de «Sister Act, el musical», que cada montaje respira por sí solo. «Venía preparada para seguir unas pautas fijas, pero me sorprendió que, a diferencia de otras marcas americanas, no estuviéramos encorsetados. Se ha creado un personaje mucho más rico, Deloris no es ese caballo que hacía Whoopi, sino que es una chica sexy», apostilla Gonyalons.
Así reconvierten una adaptación a la española que se ha permitido «incluir sus propias licencias. Tenemos guiños locales, pero nada que exceda el límite», comentan. Sin dejar de ser fiel a la película –como no podía ser de otra forma–, «Sister» da más presencia a otros personajes. No son sólo Deloris van Cartier y las monjitas –«la ameba», como las bautizan entre bambalinas–, están Eddie, los malos, Monseñor...

Quebradero de cabeza

Cada uno encuentra su espacio, como también lo hacen los millones de lentejuelas que inundan el vestuario... y lo que no es vestuario. Todo un quebradero para Sastrería. Así lo destaca su jefa, Gurutze Esteban: «Si miras, el suelo está lleno de ellas. Las estamos reponiendo constantemente. Podríamos estar veinte años contándolas y no terminaríamos nunca». Lo que sí está medido es la hora que cada día dedican en exclusiva a coser todas aquellas lentejuelas perdidas en el traqueteo del espectáculo. Nadie se libra de ellas.
Como también es complicado, si formas parte de «la ameba», deshacerse del dolor de cuello. Culpa de la toca, que con cogerla diez segundos uno se da cuenta de que danzar con ella durante dos horas y media alguna consecuencia tiene. Y así lo reconoce Lucy Lummis –asistente de dirección y «swing»–: «Venía avisada de que en ‘‘Sister’’ se sufría mucho de cervicales porque la toca tira del cuello hacia atrás y al compensar termina doliendo y si subes los hombros te crea tensión... Por eso intentamos usar toda la espalda y hemos montado las coreografías pensando en ello».
Luego aparecen las mangas, que pesan otro poco, las faldas hasta los tobillos y un largo etcétera que van minando los movimientos de las religiosas y a los que Lummis tiene que hacer frente y llevar esa evolución del convento: «Al principio están todas iguales, en esa posición base de las monjas con las manos juntas, cabeza baja, sin expresión..., muy contenidas. Hasta que poco a poco, con la llegada de Deloris, se desatan». Cosa que hacen a ritmo de los setenta. Disco, Motown, Bee Gees... convierten el escenario en la Filadelfia de antaño gracias a la música de Alan Menken, que abandona el lírico para irse a un rincón más moderno. Lo que sea por obligar al espectador a salir bailando.

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