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La cartelera también es marca España

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En una temporada teatral desigual, que ha arrancado a medio gas, al menos cabe celebrar que la escritura teatral española, tan a menudo dada de lado, encuentre su sitio. El Centro Dramático Nacional abre su cartel 2013/14 con «Nada tras la puerta», un texto formado por cinco piezas escritas por otros tantos dramaturgos de carreras consolidadas: Borja Ortiz de Gondra, Yolanda Pallín, José Manuel Mora, Laila Ripoll y Juan Cavestany. A la vez, esta semana llegan a la sala Kubik Fabrik «La nieta del dictador», un estreno absoluto de David Desola, y al CNC-Sala Mirador «Perdidos en Nunca Jamás», de Lucía Miranda y Silvia Herreros de Tejada.
Coproducido por el CDN y la compañía Traspasos, «Nada tras la puerta» nace de una invitación: el director Mikel Gómez de Segura propuso a cinco autores escribir piezas cortas a partir de reportajes del periodista Hernán Zin sobre dramas de mujeres que tocaran además el abismo que separa a los países ricos y los pobres. «Siempre se ha dicho que la vida es puro teatro y también creo que el teatro debe ser pura vida. La biblioteca más grande del mundo está por escribir», asegura Gómez de Segura sobre los reportajes que podrían ser dramatizados. Ortiz de Gondra, Cavestany, Pallín, Mora y Ripoll recogieron el guante y a lo largo de un año escribieron historias «con el cuerpo de la mujer como campo de batalla, y todo visto desde el conflicto Norte-Sur», según el director. Son textos de unos seis o siete folios, de aproximadamente 15 minutos (el espectáculo no dura en total más de hora y cuarto) con una única regla formal: «Quería que fueran disparos directos a la cabeza», recuerda el director.
Cuenta Ortiz de Gondra que debatieron mucho al comienzo con el propio Hernán Zin: «Le decíamos: "Lo que tu consigues con esa realidad del periodismo nunca lo vamos a lograr desde el teatro. ¿Qué sentido tiene hacer teatro sobre eso?"Y Hernán nos dijo: "Yo puedo contar la realidad, pero no lo que pasa por la cabeza de esas mujeres, eso tiene que ver con la fantasía, y ahí podéis dar el paso siguiente, contar lo que un periodista no puede contar"». Sobre esa premisa construyó la historia de una mujer violada en un país en guerra –y de cómo la hija fruto de esa violación se enfrentará al dilema de si vengar a su madre o pasar página–, o la de un futbolista de un país tercermundista que triunfa en una gran liga europea; y sendos viajes a la sordidez del turismo sexual y a la compraventa de niños para ser adoptados. Hasta la historia de una niña de 12 años obligada a casarse con un hombre de 40 que buscará la libertad en la inmolación. Y añade Ortiz de Gondra: «Estamos hablando de los horrores del mundo, y eso estaba en el texto de Hernán. Pero la puesta en escena no los muestra nunca. Es un espectáculo de una serena belleza. Tiene que ver con una puesta muy teatral y con un compromiso emocional de los actores». Un elenco de fuerte presencia femenina, con Ángela Cremonte, Carolina Lapausa, Marta Larralde, y Lidia Navarro, a las que acompañan Josean Bengoetxea y Alfonso Torregrosa.
«Perdidos en Nunca Jamás» es un montaje en el que Lucía Miranda, autora y directora, y Silvia Herreros Tejada, que firma la dramaturgia, hacen de las criaturas más conocidas de James M. Barrie jóvenes españoles de hoy. O sea, habitantes del «país de Nunca Jamás trabajarás en lo que estudiaste». Los chicos de la generación perdida matan el tiempo en el bar de Garfio, mientras Wendy trata de buscar una salida. «Yo había estado varios años estudiando y trabajando en EE UU y cuando volví me encontré España como estaba: tenía amigos en paro y mi fiesta de bienvenida parecía un entierro. Venía de un mundo donde todo eran posibilidades y me encontre con una España en la que no podía crecer. Desde pequeña, me había gustado "Peter Pan"y cuando se empezó a hablar de la generación perdida, pensé que éramos como los niños pequeños del libro, que no podían crecer», explica Miranda. Y es que, recuerda la dramaturga, en la novela, al contrario de lo que la iconografía Disney ha hecho creer, los niños no crecen no porque no quieran, sino porque no les dejan hacerlo.
Asegura Miranda que en el montaje no falta el humor: «Nos reímos de nosotros, de los bancos, de los políticos, de la ausencia de meritocracia y de cómo son las entrevistas de trabajo y los enchufes en este país; pero también hay algo muy poético, infantil y naif, y seguimos manteniendo ciertos elementos del cuento, como las hadas. Todo ocurre ahora, Peter y Wendy son amigos de toda la vida, que estuvieron enrollados, y la obra transcurre en el bar de Garfio, que es un local muy malasañero. Las camareras son las hadas muertas, porque nadie cree en ellas y están alcoholizadas; tiene algo de "music hall"decadente. Wendy sí cree en las hadas; o sea, confía en que se pueden transformar las cosas, no darse por vencidos». Y añade: «Somos muy optimistas: pero al final se ven las fotografías de los chicos que se van de Nunca Jamás para poder crecer. Yo misma trabajo más fuera de España que dentro. No decimos que irse con la maleta sea la solución, pero es algo que está sucediendo».

Estrenar en México

«La nieta del dictador» es otro estreno. Y doble: el texto de David Desola levanta a la vez el telón en la sala madrileña Kubik Fabrik y en un espacio de México DF, su otra patria desde hace algunos años y donde no para de estrenar, como en Uruguay, Costa Rica... «El texto original era un monólogo, pero con mucha interacción de elementos externos, porque todo ocurre en la habitación en la que está agonizando un dictador y se filtran del exterior las voces de mujeres manifestándose, reclamando a sus hijos y nietos desparecidos». La obra está protagonizada por Inma Cuevas y Ramón Pons, y dirigida por Roberto Cerdá. El autor de piezas como «Baldosas», «La charca inútil» y «Siglo XX que estás en los cielos» explica que la idea le rondaba la cabeza ya en 1998, «cuando Pinochet estaba arrestado en Londres y vi a una nieta suya defendiendo la honorabilidad y la bondad de su abuelo. Pensé si esa señorita creía en lo que estaba diciendo, si no albergaba dudas, si esa burbuja impermeable a la verdad no iba a estallar al enfrentarla a los hechos».
Obra escrita a empujones a lo largo de estos quince años, cuenta Desola que «la iba retomando cada vez que veía un artículo o me acercaba a la figura de los dictadores de la segunda mitad del siglo XX que se formaron en la escuela de las Américas, pero también cuando, poco antes de la muerte de Gadafi, lo vimos jugando con sus nietecitos». Y subraya: «No es una obra política, no se hace un juicio ideológico. Yo soy una persona de izquierdas, me fijo más en los regímenes de derechas, pero podría ser perfectamente una nieta de Fidel Castro». Y, ante un tema tan duro, tranquiliza el dramaturgo: «Siempre uso el humor. Me gusta poner un alivio cómico en mis obras. En este caso me venía dado por la ingenuidad de la nieta, su manera de ver el mundo que podía ser cómica, a veces hasta el absurdo. Por ejemplo, ella distingue a los dictadores buenos de los malos según el tamaño de sus bigotes».